Traducido de Workers Vanguard no. 29, 28 de septiembre de 1973. Esta versión fue impresa en Cuadernos Marxistas No. 3, “Chile – Lecciones del Frente Popular”.
Las vidas de miles de líderes obreros y de militantes, así como de revolucionarios venidos de toda Latinoamérica, están en peligro hoy en Chile. Exhortamos a todas las organizaciones obreras a que organicen, activas protestas contra la junta reaccionaria, reclamando la puesta en libertad inmediata de los militantes de izquierda y de los obreros arrestados que están siendo torturados y asesinados a diario. Es el deber elemental de la solidaridad de clase el ofrecer la ayuda proletaria internacional a estas víctimas de un golpe militar dirigido a aplastar al movimiento obrero chileno.
La clase obrera internacional ha sufrido una derrota mayor con este golpe contrarrevolucionario. Para los obreros chilenos la toma de poder de los militares del 11 de septiembre representa un retroceso decisivo: tardarán años en recuperarse. Internacionalmente, el espectáculo de la derrota sangrienta e ignominiosa que está sufriendo el proletariado mejor organizado y más consciente de Latinoamérica, sin capacidad para entablar una guerra civil en defensa propia, sólo puede descorazonar a gran número de militantes. O bien el movimiento obrero aprende las lecciones de esta trágica derrota, o bien pagaremos con sangre el precio de nuestra ceguera – como está pasando hoy en Santiago.
El final sangriento de la “Unidad Popular”
El derrocamiento de Allende par los militares no ha sido un accidente. Había sido preparado por todo lo que la coalición de la Unidad Popular había estado haciendo desde el principio. Ni una sola vez había intentado este gobierno supuestamente “marxista” tocar las “sagradas” fuerzas armadas o armar a los obreros. Allende firmó un acuerdo antes de tomar posesión de su cargo estableciendo que no permitiría la formación de fuerzas armadas “privadas” (es decir, milicias obreras) y que sólo asignarla puestos para los oficiales entrenados en las academias militares tradicionales. En otras palabras, no intervendría en las fuerzas armadas burguesas y los obreros permanecerían desarmados – ¿qué mejor preparación para una masacre sangrienta?
Aún más, la coalición de la Unidad Popular predicaba constantemente que se tuviera fe ciega en la supuesta “neutralidad” en las fuerzas armadas “democráticas”. En su Primer Mensaje al Congreso en diciembre de 1970 Allende proclamaba:
“Las Fuerzas Armadas chilenas y los Carabineros, fieles a su deber y a su tradición de no-intervención en el proceso político, apoyarán una organización social que corresponde con la voluntad del pueblo….”*
Y en el mundo entero, reformistas de todos los colores mostraron a Chile como el modelo de la transición pacífica al socialismo. ¡No hay una vía pacífica! Chile es una prueba más.
De hecho los reformistas aprobaron una ley que permitía a las fuerzas armadas requisar cualquier arma en manos de civiles. (La ley, por supuesto, fue aplicada rigurosamente en contra de los sindicatos y partidos obreros, mientras que los fascistas almacenaban un tremendo arsenal.) El estatuto fue propuesto por el Partido Nacional, de derechas, y aprobado por la mayoría de la oposición en el Congreso a principios de este año. Allende, que hubiera podido vetar la ley con éxito, en su lugar, la promulgó. Para asegurarse de que la UP entendía exactamente quién tenía el poder, las fuerzas armadas utilizaron la nueva ley para llevar a cabo una redada en la oficina del propio partido de Allende, los socialistas, “en busca de armas ilegales”. Como consecuencia de la política de la UP la clase obrera chilena se ve ahora enfrentada, a la fuerza total del ejército, marina, aviación, y carabineros, sin tener en su poder más que unas cuantas ametralladoras ligeras.
En los últimos días del gobierno de la Unidad Popular de Allende, algunos sectores del proletariado estaban empezando a rechazar esta política pacifista-derrotista y formaron los cordones industriales (comités obreros en el cinturón industrial de Santiago) y los “comandos comunales” (grupos locales de autodefensa en los distritos predominantemente proletarios y lumpen). Sin embargo, en su mayor parte el armamento con que contaban era equivalente a lanzas. Dos días antes del golpe, las fuerzas aéreas intentaron una redada de la fábrica textil Sumar y por primera vez fueron rechazados por la resistencia armada de los obreros. Como castigo a este “insulto” a la “dignidad de las fuerzas armadas” la fábrica ha sido bombardeada tres veces desde el golpe, matando por lo menos a 500 obreros, según reportes de la prensa burguesa (Newsweek, 24 de septiembre).
Allende, sin embargo, fue consistente consigo mismo hasta el final. Su primer mensaje radiado después de que se iniciara el golpe decía “un sector de la marina se ha rebelado” y que “estoy esperando ahora la decisión del ejército de defender al gobierno” (New York Times, 12 de septiembre).
Frente Popular
Más que sólo creer en una vía pacífica al socialismo, los mayores partidos obreros chilenos (Socialista y Comunista) creían que era posible tener un gobierno de “transición” hacia la dictadura del proletariado, en cooperación con partidos de la burguesía. Esta es la vieja teoría estalinista de “revolución en dos etapas”, en la que la UP representaría la etapa “democrática”. Así la UP incluía al pequeño Partido Radical y al MAPU, producto de una escisión de izquierda de la Democracia Cristiana, y estaba basada en el apoyo tácito del Partida Demócrata Cristiano mismo. (Los partidos de la UP originalmente constituían sólo un 36 por ciento del Congreso, así que todas las leyes aprobadas durante los últimos tres años fueron apoyadas por el PDC. La ley de nacionalización de las compañías de cobre fue apoyada por todos los partidos burgueses, incluyendo al Partido Nacional reaccionario.) Más tarde, cuando los radicales y el MAPU se dividieron, su puesto de paladines de la estabilidad capitalista fue ocupado por los ministros militares.
El propósito de esta alianza era garantizar a la burguesía que la UP no tenía ninguna intención de Sobrepasar los límites del capitalismo. Esto estaba sobradamente claro en el propio programa de la UP, que tan sólo proponía unas cuantas nacionalizaciones, cuyo resultado final sería el mejorar la posición de la burguesía industrial chilena vis-a-vis de los imperialistas. Ni siquiera la reforma agraria del gobierno de Allende hizo más que aplicar la ley ya existente que había sido promulgada durante el gobierno del PDC de Frei. Según esta ley los campesinos tenían que pagar por toda la tierra que recibieran, y la mayoría de las grandes granjas capitalistas (que producían la mayor parte de la carne y el grano) estaban exentas.
El propósito mismo del frente popular es engatusar a los obreros a que se crean que es posible mejorar su situación sin derribar el orden burgués, sin enfrentarse a las fuerzas armadas o sin romper con los partidos capitalistas. La UP no era un gobierno obrero, ni un “gobierno reformista”, sino un frente popular que ataba a la clase obrera al capitalismo y preparaba precisamente las masacres que están sucediendo ahora.
A medida que las tensiones sociales se acentuaban en Chile, el país se iba polarizando entre la clase obrera y los capitalistas. Muchos pequeños burgueses que al principio apoyaban a Allende se puaron a la oposición burguesa. Esto fue debido al sabotaje económico por la burguesía: al cerrar sus negocios, al cortar el abastecimiento de comida y el transporte, los capitalistas fueron capaces de crear tremendas carestías y una inflación astronómica. Los obreros estaban en parte protegidos por los sindicatos y otras instituciones locales, como los comités de precios (JAPs). Pero la pequeña burguesía estaba completamente desguarnecida y, a diferencia de los ricos, no podía abandonar el país. Fue esto lo que produjo el rápido crecimiento de los fascistas, las grandes demostraciones de la derecha y la atmósfera política apropiada para el golpe. Se hizo claro de esta manera que la condición clave para que el proletariado gane el apoyo de los sectores más explotados de la “clase media” es la persecución de un enérgico programa de expropiación de los monopolios y de transición al socialismo. A medida que se ensanchaba la brecha entre las dos clases fundamentales, la política de “moderación” de la UP condujo a la pequeña burguesía a los brazos de la reacción.
Advertencia por anticipado
En los Estados Unidos, de todas las organizaciones ostensiblemente trotskistas, la única que adoptó una clara postura en contra del gobierno de frente popular de la UP desde un mismo principio fue la Spartacist League. Inmediatamente después de las elecciones de 1970 escribimos:
“Es el deber mis elemental de los marxistas revolucionarios el oponerse irreconciliablemente al frente popular en las elecciones y no tener absolutamente ninguna confianza en él una vez en el poder. Cualquier ‘apoyo crítico’ a la coalición de Allende sería una traición a la clase, abriendo el camino para una derrota sangrienta del proletariado chileno cuando la reacción doméstica, auxiliada por el imperialismo internacional, esté lista.”
— Spartacist, noviembre-diciembre de 1970 [ver “Frente Popular en Chile”, p. 2 del presente número]
En ese tiempo la oportunista Workers League escribió que “los obreros deben hacer que Allende cumpla sus promesas…” (Bulletin, 21 de septiembre de 1970), implicando que era posible de alguna forma pasar al socialismo por el hecho de que un gobierno de frente popular burgués mantuviese su programa burgués. El ex-trotskista Socialist Workers Party dice ahora que la UP era un frente popular, pero en los primeros meses de su popularidad postelectoral el SWP cantaba otra canción: “… Pero el no reconocer sus elementos positivos, condenándola in toto basados en un dogmatismo sectario, significaría un aislamiento suicida” (Intercontinental Press, 5 de octubre de 1970). De hecho, la posición de principios trotskistas de oposición al frente popular era la única alternativa al suicidio.
Repetidamente advertimos en nuestra prensa que se aproximaba un desastre en Chile. En diciembre de 1972 advertimos del peligro de “un ataque contrarrevolucionario ante el cual el proletariado está indefenso… sin órganos de doble poder, sin armas, sin vanguardia” (Workers Vanguard, no. 14). De nuevo el 3 de agosto escribimos:
“El gobierno de Allende debe ser remplazado por una revolución obrera… La izquierda ostensiblemente revolucionaria en Chile se ha abstenido de proveer una clara oposición al frente popular… Se está preparando un río de sangre para las masas trabajadoras chilenas. Sólo a través de la lucha para construir un partido revolucionario de vanguardia basado en la política de Lenin y Trotsky se puede evitar esto y convertir en realidad el potencial revolucionario. En contraste a los centristas como el MIR que se rinden constantemente ante la popularidad de la UP con sus fórmulas de ‘apoyo crítico’ y de presión desde la izquierda, un partido tal debe ser uno de oposición irreconciliable.”
— WV no. 26, 3 de agosto de 1973 [ver “Falla un golpe de las derechas en Chile”, p. 14 del presente número]
En una reciente octavilla advertimos de nuevo: “Un baño de sangre se prepara en Chile mientras que las fuerzas derechistas intentan crear un caos político y económico, como preparación para un golpe contrarrevolucionario…. Solamente una revolución obrera pude prevenir esto, y el primer obstáculo que se opone es el gobierno del frente popular de Allende.” Al mismo tiempo exhortábamos a la formación de un frente unido de todas las organizaciones obreras para aplastar la ofensiva derechista-militarista e indicábamos la necesidad de luchar al lado de las tropas leales al gobierno contra el intento de putsch reaccionario (“Enfrentamiento en Chile”, 4 de septiembre).
Estalinismo y ex-trotskismo
En contraste con esta política leninista de independencia proletaria y de defensa contra la contrarrevolución por medio del frente unido, el Partido Comunista estalinista no solamente continuó chalaneando sus slogans almibarados de “coexistencia pacífica” y la “vía chilena al socialismo” sino que rehusó reconocer el peligro mortal que crecía ante sus ojos. En el número del 8 de septiembre del semanario del PC en la costa oeste, People’s World, leemos, en un artículo titulado “Aumenta el apoyo a Allende: ¿está la derecha de Chile retrocediendo?”:
“A pesar de la extendida especulación durante la semana pasada de que el gobierno socialista de la Unidad Popular de Chile había caído en una crisis que no podría sobrevivir, parece que se ha evitado el peligro inminente de guerra civil.
“El presidente de Chile, Salvador Allende, ha afirmado que ‘No habrá golpe de estado ni guerra civil porque la gran mayoría del pueblo chileno rechaza estas soluciones’.”
Durante los últimos dos meses el PC no ha cesado por un momento de hacer continuos llamamientos por una coalición con el Partido Demócrata Cristiano, mientras que el PDC por su parte estaba apoyando el paro de los dueños de camiones, tenderos y profesionales, preparando así el camino para el golpe (endorsado por ellos desde entonces). Y para postre, el dirigente del PC francés, Bernard Fajón, a su vuelta de Chile, dio una conferencia de prensa el 2 de septiembre para denunciar al MIR y otros grupos de izquierda por lanzar slogans tales como “por el control obrero” y por exhortar a los soldados a que desobedecieran las ordenes de los oficiales golpistas, afirmando que “estos conceptos absolutamente dementes” estaban ayudando a las derechas (Le Monde, 3 de septiembre). Una vez más los estalinistas se muestran como lo que son: los enterradores de la revolución.
El ex-trotskista Socialist Workers Party está intentando hoy aparentar una ortodoxia trotskista denunciando el frente popular en Chile. Sin embargo, debemos señalar que el grupo que ellos apoyan en Chile, el Partido Socialista Revolucionario, caracterizaba a la UP como “reformista” y no como un frente popular, y no reclamó su substitución por un gobierno obrero hasta finales de agosto (Revolución Permanente, 15-31 de agosto).
Aún más, aunque el SWP hace de vez en cuando algunas reverencias en la dirección del trotskismo, su verdadera política se revela en una reciente octavilla en Boston (12 de septiembre) en la que afirman:
“El Socialist Workers Party condena esta represión y pide al pueblo norteamericano y a todos los pueblos del mundo que defiendan al pueblo chileno y sus derechos democráticos.”
¡Clásica fórmula estalinista! Seguramente el SWP nos informará dentro de nada de que el Partido Demócrata Cristiano, que apoyó al golpe, no forma parte del “pueblo”.
Como Trotsky hizo resaltar en sus escritos sobre Francia y Alemania en los años 30, la clase obrera, cuando se ve frente a un bonapartismo en auge, puede, o bien apoyar a la democracia burguesa, o bien avanzar hacia la revolución socialista. El SWP opta así por la primera posibilidad, una política estalinista. La burguesía chilena en su totalidad opta por un golpe contrarrevolucionario para aplastar a los obreros militantes y ¡el SWP cacarea sobre “represión” y “el pueblo chileno”!
La respuesta ante la junta reaccionaria debe ser una lucha renovada en contra de las ilusiones sobre el frente popular, por una revolución obrera y campesina para aplastar a la Junta y al capitalismo. La campaña para la defensa de los obreros e izquierdistas cuyas vidas están amenazadas por una masacre sangrienta debe ser enfocada hacia la clase obrera, la única que tiene el poder social de hacer retroceder a la burguesía. ¡Por la liberación de los prisioneros en Chile víctimas de la guerra de clases!
Recientes demostraciones en este país en protesta de la toma de poder de los militares en Chile, se han centrado alrededor de las demandas de que los EE.UU./ITT/CIA se larguen de Chile; de que los EE.UU. no reconozcan a la junta; y de que intervenga la ONU. El gobierno de los EE.UU. estaba ciertamente involucrado en el golpe – hasta admite que había sido informado de antemano. Por esa razón, pedir a Nixon que no reconozca a la junta es absolutamente ridículo; los EE.UU. ayudaron a implantarla, luego ¿por qué no reconocerla? Por otra parte, fijarnos exclusivamente en el papel de los EE.UU., como hacen el PC, SWP, y los varios Comités de Solidaridad con Chile, equivale a absolver a la burguesía chilena de toda responsabilidad en el golpe. Aún más, esto es excusar la política contrarrevolucionaria de los estalinistas en Chile de capitulación ante las fuerzas mismas que produjeron el golpe. Finalmente, apelar a la ONU para que ayude a los obreros chilenos implica que ésta es un tipo de organización neutra, en servicio tanto del proletariado como de la burguesía, en vez de una cueva de ladrones imperialistas. No se apela a un ladrón para frenar a otro ladrón.
La lección contundente que se debe extraer del desastre chileno, como de Indonesia en 1965 y de la Guerra Civil Española es que los obreros deben contar sólo con sus propias fuerzas. Apelar a los EE.UU. o a la ONU para que se opongan a la junta, lo mismo que recurrir a un frente popular para introducir el socialismo, sólo lleva a encadenar a los obreros a su enemigo de clase y conduce finalmente a la derrota.