“Extrema izquierda” y las elecciones Suárez
Traducido de Workers Vanguard No. 167, 22 de julio de 1977. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 5, octubre de 1977.
Las elecciones parlamentarias españolas del 15 de junio marcaron un paso adelante hacia la realización de los planes del primer ministro Adolfo Suárez de reformar la dictadura franquista en un régimen semibonapartista, eufemísticamente denominado “Democracia Española”. Esto debe ser reconocido como una victoria para un régimen anteriormente desacreditado, que durante meses se había balanceado al borde de una explosión de las masas proletarias, que habrían podido derrocarlo en pocas horas. La burguesía ibérica dio un suspiro de alivio colectivo cuando cerraron las urnas sin mayor incidente y el escrutinio dio una mayoría a la Unión del Centro Democrático (UCD) de Suárez y al Partido Socialista Obrero (PSOE) de Felipe González.
Que estas elecciones cuidadosamente orquestadas se hayan realizado con éxito fue ante todo debido a los esfuerzos de los partidos obreros reformistas, el PSOE socialdemócrata y el Partido Comunista (PCE), quienes sistemáticamente frustraron las manifestaciones masivas y acciones de huelga general para no poner en peligro la inestable monarquía de Juan Carlos. Aunque su propia legalización se debía precisamente a estas movilizaciones ilegales del combativo proletariado español, estas fueron canceladas tan pronto amenazaban ir más allá de los límites de una mera protesta.
Pero la elección de las primeras Cortes postfranquistas de ninguna manera señaló el fin de los problemas del régimen de Juan Carlos/Suárez, como se vio con la devaluación en un 20 por ciento de la peseta el 12 de julio. Esta acción, que causará un incremento drástico en el costo de vida de las masas obreras, es sólo una de una serie de medidas de austeridad que poderosas casas bancarias han estado reclamando y que el gobierno debe implementar para evitar una fuga masiva de capital.
Después de las elecciones, Felipe González había proclamado que los socialistas no admitirían una política clásica de austeridad. Pero al ser consultado por Suárez sobre la devaluación, el líder del PSOE jugó el rol de “la oposición leal de su majestad”, declarando que su reacción fue “positiva” (Le Monde, 13 de julio). Sin embargo, esta aprobación no garantiza que los obreros no tratarán de recuperar sus pérdidas por medio de demandas salariales masivas durante el otoño.
El oportunismo vacilante de González sobre la política de austeridad del gobierno fue típico de la conducta tanto del PSOE como del PCE durante la campaña. El PSOE se dio un cierto tono izquierdista, acusando a la UCD de ser casi igual que los franquistas duros de la Alianza Popular (AP), y tachando al Partido Comunista de pro-monárquico. El PCE, a su vez, trató de parecer “moderado” al proclamar agresivamente su “eurocomunismo” y al concentrar sus ataques contra el “bunker” de la AP. Sin embargo, una vez terminadas las elecciones ambos partidos reformistas dejaron claras sus intenciones de cooperación con el gobierno.
El eje frente populista
Durante los últimos años, cuando la dictadura comenzó a resquebrajarse y se abrió una situación prerrevolucionaria, el eje del desarrollo político de la oposición ha sido el frente popular. Uniendo y subordinando los partidos obreros a los sectores liberal/“progresistas” de la burguesía, los Carrillo y González podrían contener, la combatividad del proletariado “para no asustar a nuestros aliados y así romper el frente democrático”. Empezando en 1971 con alianzas regionales (la Assemblea de Catalunya) y políticos destacados (en el Pacto por la Libertad), surgieron dos frentes populares distintos (dominados respectivamente por el PCE y el PSOE) los cuales se unieron a principios del año pasado en la Coordinación Democrática. Durante este período la mayor parte de las grandes manifestaciones fueron convocadas en el nombre de los varios frentes populares en vez de los partidos obreros.
Pero después de este período de ampliación y unificación de las formaciones frentepopulistas, a finales de 1976 estas súbitamente se “marginalizaron”. Así en las elecciones de junio el PSOE y el PCE participaron en forma independiente el uno del otro y de sus aliados antiguos de la democracia cristiana. ¿Indica esto un giro hacia la izquierda? De ninguna manera. Por el contrario, era tan delicada la situación que cualquier movilización de la izquierda podía derribar el aislado gabinete de Suárez. En consecuencia, González y Carrillo optaron por limitarse a la negociación directa con el gobierno.
En el referéndum del 20 de diciembre de 1976, sobre un programa impreciso de “democratización”, los partidos de la Coordinación Democrática llamaron a la abstención. Pero en lugar de luchar por un boicot activo -llamando a una huelga general política contra el referéndum falso, realizando manifestaciones masivas exigiendo la garantía inmediata de los derechos democráticos, etc.- los reformistas y sus socios de la coalición burguesa nada hicieron. Como resultado, estando planteado el problema ante las masas como una elección entre la “reforma” y el franquismo, sin la existencia de una alternativa revolucionaria, Suárez pudo ejecutar exitosamente su maniobra del referéndum.
A principios de febrero, después del asesinato a sangre fría de cinco abogados vinculados con las Comisiones Obreras (CC.OO.), el Partido Comunista suspendió las protestas después del segundo día, alegando la amenaza de un golpe de estado. Su respuesta fue la política tradicional de todos los reformistas: si no lucháis, el enemigo de clase no atacará. En justificación posterior a esta orden traidora que detuvo el ímpetu creciente hacia una huelga general a escala estatal, el dirigente del PCE Simón Sánchez Montero declaró: “¿Qué hubiera pasado si el PCE hubiera reaccionado violentamente al asesinato de los abogados de Atocha? Es evidente que si nos hubiéramos lanzado a la calle no tendríamos ahora la legalidad” (citado en Combate [LCR], 26 de mayo de 1977).
Siendo que el objetivo [de los reformistas] ya era de “negociar” con el gobierno, una forma más apropiada fue encontrada eh la selección de una “comisión de los diez” que supuestamente representaba a la Coordinación Democrática, pero en realidad la hizo aceptable para Suárez con la supresión de los pequeños grupos a la izquierda del PCE. Con la negativa del gobierno a negociar un programa mínimo -ni siquiera la legalización de todos los partidos o las normas para una elección democrática- esta comisión también se desintegró, mientras cada grupo buscaba audiencias separadas con el primer ministro para obtener su legalización.
Pero una vez adquirida la legalización -debido al temor del régimen de una explosión masiva en las calles si no era concedida- ¿por qué el PCE y el PSOE no renovaron las previas alianzas de colaboración de clases? “Primero, para evitar despertar recuerdos del Frente Popular de 1936, que condujo a la Guerra Civil; segundo, para no provocar una bipolarización de la vida política española. Un frente de las izquierdas habría sin duda provocado un frente de las derechas, y el país estaría de nuevo dividido en dos.” (Le Monde, 19-20 de junio). ¡Era necesario no solamente no amedrentar a la “burguesía democrática”, sino tampoco al ejército y a los ultras franquistas! Subsiguientemente, los demócratas cristianos -compitiendo por el mismo espacio político que el Centro Democrático de Suárez- perdieron su papel de garante de la burguesía dentro del frente popular, desapareciendo prácticamente como una fuerza política viable.
En tales condiciones la ausencia de un frente popular formalmente constituido durante la campaña electoral de mayo/junio no significó en absoluto un paso hacia la independencia de clase por parte de los partidos reformistas. Por el contrario, se consideró al frente popular demasiado “avanzado” y una amenaza a los planes de “reforma” de Suárez. (Indudablemente habría disminuido significativamente los votos de la UCD.) Durante esta campaña el eje principal de colaboración de clases del PCE/PSOE fue su acuerdo implícito con el gobierno de no agitar las elecciones. No obstante, el marco fundamental de la política reformista continúa siendo el frente popular, y sin duda veremos pronto su reaparición formal. Dado el 40 por ciento del voto popular ganado por el PCE/PSOE, los burócratas comunistas y socialistas necesitan de manera urgente la cubierta del frente popular para encubrir su rechazo a luchar por la supuesta meta del socialismo.
Debido a las políticas frentepopulistas y al apoyo al gobierno de Suárez ofrecido por los partidos obreros reformistas, la tendencia espartaquista llamó a una oposición condicional a los candidatos del PCE y del PSOE en las elecciones del 15 de junio. Llamamos a la base obrera de estos partidos a obligar a sus dirigentes a romper con sus aliados burgueses como condición para cualquier apoyo electoral. La clave es el frente popular.
¿Boicotear las elecciones?
Aunque [en la fecha de publicación de este artículo] toda la “extrema izquierda” española permanece ilegal, en los dos meses previos a las elecciones se hizo claro que les sería permitido presentar candidatos por medio de frentes electorales. (No obstante, esto requeriría bastante trabajo y gastos en la obtención de los millares de firmas necesarias para lograr la autorización de participaren los comicios.) La nueva situación dividió profundamente a los grupos a la izquierda del PCE sobre la cuestión de participar o no en las elecciones, y en caso afirmativo bajo qué programa. Varias organizaciones de la llamada “extrema izquierda” respondieron con una llamada al boicot de las elecciones a las Cortes. Entre ellas se contaba el Partido Obrero Revolucionario de España (PORE) varguista, el Partido Comunista de España (Reconstituido) (PCE-R) maoísta, el cascarón de la antigua central sindical anarquista CNT, un ala del fracturado Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), la Organización Cuarta Internacional (OCI) lambertista, y la Liga Comunista de España (LCE, una sección simpatizante del “Secretariado Unificado” [SU] pablista).
La posición de boicot de la CNT se basó en las tradiciones anarquistas del abstencionismo electoral, y el PCE-R (que apoya al misterioso grupo terrorista GRAPO) fundamenta su posición sobre el postulado aventurista de que “no es hora de votos sino de barricadas” (Bandera Roja, mayo de 1977). El POUM, el PORE, la OCI y la LCE, sin embargo, argumentan todos a favor del boicot sobre la base de que las elecciones eran evidentemente antidemocráticas, además de ser parte integral de los planes para la “reforma” franquista de Suárez. Un comunicado conjunto de la LCE y la OCI española declara:
“…estas elecciones son el último intento desesperado de la burguesía española, de las burguesías imperialistas que la apoyan, de la burocracia del Kremlin y sus burocracias satélites, para mantener la continuidad del estado de Franco y dar una legitimación vergonzosa a Juan Carlos.” *
— Informations Ouvrieres, 2 de junio de 1977
Es correcta la premisa de que estas elecciones son un elemento clave en los planes de Suárez para la consolidación de un régimen de estado fuerte arraigado en la dictadura de Franco. Es por ello que escribimos en “¡No al franquismo ‘reformado’!” [reproducido en este número de Spartacist] que “un partido revolucionario de masas buscaría acabar con esta abominación de seudoparlamento, luchando por una asamblea constituyente plenamente democrática.” Agregamos que, “si el sentimiento popular fuera tal como para asegurar un gran impacto, los comunistas llamaríamos por un boicot activo de elecciones como las del 15 de junio.”
Sin embargo, estaba claro mucho antes de la votación que las direcciones reformistas habían asegurado que, con la posible excepción del País Vasco, los obreros votarían en las elecciones de Suárez. Si un boicot masivo se presentara en Euzkadi, dijimos, los trotskistas nos uniríamos a los obreros en protesta contra el régimen de terror policial en dichas provincias. Pero insistimos en que “no tiene sentido llamar a un boicot a menos que haya posibilidad real de éxito”. Para un pequeño grupo revolucionario, hacer tal cosa por sí solo significaría un autoaislamiento sectario. Como resultó, la participación electoral en las provincias vascas fue fuerte y las llamadas de boicot emitidas por algunas organizaciones nacionalistas fueron ignoradas.
La posición de boicot de una parte de la “extrema izquierda” española ignoró la cuestión fundamental de si las elecciones del 15 de junio podrían ser descarriladas y/o desacreditadas. Siendo que de todas maneras los obreros iban a votar, esto significaba la pérdida de una oportunidad importante para presentar su programa ante las masas mediante sus candidatos. Igualmente se negaron a apelar a las bases comunistas y socialistas a obligar a sus líderes a romper con sus aliados burgueses como una condición para el apoyo crítico. Así, la llamada al boicot de estas elecciones lanzada por un reducido grupo de propaganda en la práctica viene a ser lo mismo que la postura de “boicot como principio” de corrientes ultraizquierdistas tales como los bordiguistas.
En contraste, la posición leninista sobre la participación en los parlamentos y las elecciones burgueses está basada fundamentalmente en el análisis de las posibilidades de sobrepasar dichas instituciones. Así escribió Lenin sobre la táctica de los bolcheviques hacia la duma tsarista de 1905: “El boicot fue correcto en ese entonces, no porque sea correcto en general la no participación en los parlamentos reaccionarios, sino porque apreciamos con exactitud la situación objetiva que estaba conduciendo a un rápido desarrollo de las huelgas de masas, primero hacia la huelga política, luego hacia la huelga revolucionaria y finalmente hacia la insurrección” (“El izquierdismo: una enfermedad infantil del comunismo”, abril-mayo de 1920).
Este no fue el caso, sin embargo, en 1906 y particularmente en 1907 y 1908. Lenin consideró el boicot bolchevique de la duma en los años posteriores “un grave error” como escribió en 1907:
“…para tener éxito el boicot requiere una lucha directa contra el antiguo régimen, un levantamiento contra él y la desobediencia masiva en gran número de casos (tal desobediencia masiva es una de las condiciones para preparar el levantamiento). El boicot es la negativa a reconocer al antiguo régimen, una negativa, por supuesto, no en palabras sino en acciones; por ejemplo, es algo que encuentra su expresión no solamente en los gritos y consignas de organizaciones, sino en un movimiento real de la masa del pueblo, que sistemáticamente desafía las leyes del antiguo régimen, sistemáticamente organiza nuevas instituciones, las cuales, aunque ilegales, existen realmente, etc., etc…. A menos que exista un amplio auge revolucionario, a menos que exista una agitación masiva que desborda, por así decirlo, los límites de la antigua legalidad, no hay posibilidad de un boicot exitoso.”
— “Contra el boicot”
Frentepopulismo, estilo maoísta
La continua trayectoria del PCE hacia la derecha (aceptación de la monarquía. apoyo a las bases norteamericanas en España, alabanza de la cruzada antisoviética de Jimmy Carter sobre los “derechos humanos”, etc.) y la desenfrenada demagogia del PSOE dan una oportunidad a un núcleo revolucionario de utilizar las elecciones para dirigirse a los obreros militantes de dichos partidos. Donde a los trotskistas no les está permitido participar, deberían buscar oportunidades para ofrecer apoyo crítico a grupos del movimiento obrero que en las cuestiones claves se alinean contra la colaboración de clases de los reformistas.
Todas las mayores organizaciones a la izquierda del PCE se aprovecharon del reglamento electoral para presentar candidatos bajo los rótulos de varios frentes electorales. Los mayores grupos mao-sindicalistas -el Partido del Trabajo de España (PTE), la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT) y el Movimiento Comunista de España (MCE)- iniciaron cada uno un frente electoral, respectivamente el Frente Democrático de Izquierdas (FDI), la Agrupación Electoral de los Trabajadores (AET) y la Candidatura Unitaria y Popular (CUP). Pero a pesar de ser todos fuertemente anti-Suarez, ninguno de ellos rompió en forma alguna con el frentepopulismo del PCE/PSOE.
El hecho más significativo en la evaluación de sus campañas es que el PTE, la ORT y el MCE pertenecieron todos a la Coordinación Democrática. Mientras generalmente abogaron por acciones más combativas y ocasionalmente condujeron acciones huelguísticas importantes, los tres grupos reivindican la alianza con la burguesía “democrática”. Así, por ejemplo, el PTE condenó a Carrillo por abandonar la Plataforma de Organizaciones Democráticas (POD), una reencarnación de los frentes populares anteriores, y la “comisión de los diez”. La POD, escribió: “por la amplitud de fuerzas que abarcaba, por su programa político democrático y sus ofertas de negociación con el Gobierno entorno a ese programa, representaba una alternativa y un peligro serio a la política reformista del Gobierno de Suárez” (Correo del Pueblo, 3 de marzo de 1977). La ORT ha mantenido una línea similar de servil colaboración de clases, y por varias semanas durante esta primavera su principal demanda fue ¡que se reúna el POD!
Con la capitulación tanto del PCE como del PSOE ante la monarquía juan carlista, la CUP y la AET centraron sus programas electorales en la consigna de una “república democrática”. El FDI, conducido por el más agresivamente oportunista PTE, pidió un plebiscito para decidir entre la monarquía y la república. En el mejor de los casos estas consignas representan simplemente la fórmula clásica estalinista de una revolución en “dos etapas”, según la cual la primera (léase, la única) etapa es la república burguesa. Consecuentemente, estos mao-sindicalistas están activamente buscando aliados burgueses para sus frentes populares “mini” y “maxi”. A pesar de su combatividad esporádica en las luchas laborales, ellos son necesariamente hostiles a la perspectiva de la generalización de las luchas obreras en una revolución proletaria contra el régimen. Aun cuando en la actualidad son pequeños en tamaño (su militancia conjunta se calcula en unos 30.000), estos presuntos “izquierdistas” solo podrían repetir la tragedia de la Guerra Civil o del Chile de Allende, donde la clase obrera sufrió sangrientas derrotas porque se encontraba atada a su enemigo de clase mediante el frente popular.
Los tres grupos recibieron pocos votos, a pesar de una considerable campaña electoral, logrando un promedio de 0,5 por ciento cada uno. Más aún, su oportunismo les venció, ya que perdieron a manos de sus aliados los pocos escaños parlamentarios adquiridos. Así en Cataluña el PTE se presentó bajo el rótulo dé Esquerra de Catalunya junto con Esquerra Republicana y Estat Català, dos partidos nacionalistas burgueses que hoy son sólo el cascarón de su antigua identidad. Esta coalición obtuvo un solo escaño, que correspondió al líder de la Esquerra Republicana. El MCE, a su vez, participó en las provincias vascas (su propio territorio, donde desempeña un papel dirigente en las CC.OO,) en la alianza Euzkadiko Ezquerra junto con la EIA, un partido político de reciente formación, asociado con la ETA-V. Al obtener un 9,3 por ciento en la provincia de Guipúzcoa, la coalición eligió un diputado y un senador, el primero cercano a la EIA y el segundo un abogado independiente. La AET, dirigida por la ORT, obtuvo en todas partes pobres resultados.
Capitulación al frentepopulismo, estilo “trotskista”
La única agrupación electoral no involucrada, directamente o a través de su partido-guía, en las diversas coaliciones frentepopulistas fue el Frente de la Unidad de los Trabajadores (FUT), encabezado por la Liga Comunista Revolucionaria (LCR — otra sección simpatizante del SU pablista). El FUT se colocó a la izquierda de las otras tres listas electorales ya mencionadas. Su programa incluye la consigna de un gobierno de los trabajadores y presenta la perspectiva de “la conquista de Socialismo edificando un Estado de nuevo tipo basado en los Consejos de Trabajadores”. Igualmente reivindica la disolución de las actuales Cortes y elecciones libres para una asamblea constituyente, y la nacionalización de los bancos y las grandes empresas.
Pero el programa del FUT de ninguna manera puede calificarse de revolucionario. Entre sus artículos se incluye una solicitud al estado de disolver las bandas fascistas (una reivindicación descartada por Trotsky por sembrar las peores ilusiones democráticas) y la demanda “¡Por la República!” (Combate [LCR], edición especial para Francia, sin fechas [mayo de 1977]). Mientras los trotskistas estamos dispuestos a defender la república contra intentos militaristas, monarquitas o fascistas de tomar el poder (como en la Guerra Civil), el enarbolar la bandera de la república (burguesa) significa aprobar el dominio del poder estatal en manos de la clase capitalista.
Además de la LCR, el FUT abarcaba a tres grupos más pequeños de la “extrema izquierda”: Acción Comunista, una tendencia surgida en torno a las teorías de una “nueva clase trabajadora” en los años 60; la Organización de la Izquierda Comunista (OIC); que se define como “consejo-comunista” y sostiene la existencia de un “capitalismo de estado” en la Unión Soviética; y la principal ala sobreviviente del POUM, que todavía alaba su “gloriosa” acción durante las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona. Las maniobras entre estos grupos tan diversos hundieron el FUT en un desorden caótico, sobre todo en Barcelona donde la LCR era débil y dominaron la alianza electoral sus irresponsables compañeros de cama.
Así, por ejemplo, el día anterior a las elecciones, Acción Comunista se retiró de frente (alegando que siempre había pensado hacerlo), ¡invalidando por lo tanto las listas del FUT en varias provincias! Otro ejemplo: durante la última semana de la campaña, la OIC lanzó un proyecto de convertir el FUT en un “movimiento popular anticapitalista”, la concepción-guía detrás de la CUP del MCE (modelada, a su vez, sobre la campaña presidencial de 1976 por el General Otelo Saraiva de Carvalho en Portugal). Al mismo tiempo, la OIC rompió toda comunicación con la LCR, y al día siguiente de la votación abandonó el FUT para entablar discusiones con el MCE. Conforme a un artículo en el órgano de la LCR francesa, Rouge (24 de junio de 1977), “el desarrollo y la expresión pública de estas diferencias y los elementos de confusión política que engendraron han llevado a los camaradas de la LCR española a la conclusión de que los aspectos negativos del FUT superan a los positivos.”
La falta de seriedad del FUT, el resultado de vanos intentos por reunir grupos tan dispares bajo un programa común, fue suficiente motivo para los marxistas de negarse a apoyar sus candidatos. En casi todos los aspectos, el fracaso del FUT se asemeja al fallido intento de la LCI y del PRT portugueses de presentar una candidatura presidencial única en 1976; tuvieron que retirarla pocos días antes de las elecciones cuando se descubrió que su candidata había sido condenado por robo de artículos electrodomésticos. Pero el problema fundamental del FUT desde la perspectiva trotskista fue su falla en enfocar su lucha sobre el rechazo del frentepopulismo. Así, en la edición del programa del FUT publicada en Francia, ¡ni siquiera se menciona la colaboración de clases! Se limita simplemente a un programa de derechos democráticos más combativo de lo que apoyaría el PCE, con unas cuantas palabras al final sobre el socialismo del futuro; en resumen, podría haber sido firmado por un Allende español.
Una versión posterior del programa del FUT en lengua catalana incluye una renuncia de los “acuerdos orgánicos con fuerzas burguesas, tales como la Coordinación Democrática, el POD, la ‘comisión de los nueve’ etc.” Sin embargo, ni una sola vez menciona la palabra frente popular, ni las lecciones de la Guerra Civil, y no hace mención del más importante frente popular local, la Assemblea de Catalunya. Esto es consecuente con toda la historia de la LCR, que ha sido de constantes giros y capitulación en la cuestión del frentepopulismo. Así, en enero de este año, la LCR firmó un comunicado en Barcelona [reproducido en este número de Spartacist] junto con liberales burgueses e incluso con los carlistas lamentando el asesinato de varios policías, exigiendo la detención de los fascistas por la policía (siendo muchos de ellos policías de Franco), y concluyendo con una súplica miserable al estado franquista para que introduzca la “democracia”.
En febrero, la LCR participó activamente en negociaciones para la formación de un amplio frente popular en el País Vasco. Se le pidió firmar una plataforma común con otros grupos de la “extrema izquierda”, nacionalistas vascos pequeñoburgueses y formaciones burguesas. La LCR se rehusó a firmar, pero sólo a causa de su desacuerdo con dos cláusulas de la plataforma, una que pide un gobierno provisional y la otra pidiendo el retorno al estatuto republicano de autonomía para la región vasca. Lejos de romper con el frentepopulismo, la LCR se declaró dispuesta a firmar el pacto si estos dos puntos eran removidos.
Debe recordarse que el FUT era tan sólo la opción de recambio para la LCR. Al principio la LCR abogaba por una lista electoral común de los partidos obreros y “nacionalistas revolucionarios” que se basaría en un programa democrático mínimo: “Amnistía, legalización [de los partidos] sin excepciones, autodeterminación, elecciones para una asamblea constituyente, la República, apoyo a las luchas de masas, rechazo del ‘pacto social’ [congelación de salarios]” (Inprecor [edición en inglés], 28 de abril de 1977). Así, los pablistas anhelaban publicar propaganda electoral junto con el PCE y el PSOE -los traidores históricos del proletariado español- sobre la base de un programa cuya reivindicación “máxima” es la inauguración de… ¡la república burguesa!
La ausencia de toda oposición al frentepopulismo como punto clave del programa del FUT, la propia capitulación repetida de la LCR en esta misma cuestión y su continuo deseo de formar bloques programáticos con organizaciones (PCE, PSOE, MCE) integrantes de los frentes populares demuestran que era imposible para los revolucionarios el combatir la colaboración de clases de los reformistas estalinistas y socialdemócratas llamando a votar por el FUT.
La falla de las diferentes tendencias de la llamada extrema izquierda española en delinear un curso revolucionario en las elecciones de junio de 1977 subraya la apremiante necesidad de construir un auténtico partido trotskista en España. Únicamente al trazar rigurosamente las lecciones de la Guerra Civil, señalando el papel decisivo del Frente Popular que preparó el camino para la victoria de Franco, y demostrando como durante los últimos dos años una serie de frentes populares han reforzado el régimen franquista en plena descomposición, una vanguardia trotskista puede conducir al proletariado español a la victoria. Sólo como parte de una Cuarta Internacional renacida puede dicho partido adquirir la vital expansión internacional de la revolución, a través de una Federación Ibérica de Repúblicas Soviéticas en los Estados Unidos Socialistas de Europa.
* Todas las citas seguidas de un asterisco han sido traducidas de una transcripción en inglés o francés, y pueden no coincidir con el original.