Reformistas aunque se vistan de seda…
PCE se declara eurocomunista
Traducido y amplificado de Workers Vanguard, No. 205, 12 de mayo de 1978. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 6, julio de 1978.
En su informe de tres horas al Noveno Congreso del Partido Comunista de España (PCE), el primero celebrado en la legalidad dentro del país en 46 años, el líder del PCE, Santiago Carrillo, resumió la nueva orientación del partido: “Hemos optado, con todas las consecuencias, por hacer un auténtico partido ‘eurocomunista’.” Al adoptar las 15 tesis presentadas por el comité central, los 1.500 delegados aprobaron la política carrillista de una “ruptura pactada” con el gobierno Suárez; aceptaron la monarquía; aprobaron el Pacto de la Moncloa, un programa político y económico firmado conjuntamente por el consejo de ministros y la “oposición”; y renunciaron formalmente al leninismo. Carrillo subrayó en su informe que el “entronque” con los orígenes del partido “no significa hoy dependencia de ningún Estado socialista concreto ni aceptación de un centro dirigente determinado” (Mundo Obrero, 20 de abril de 1978).
Los propósitos del congreso eran tres: formalizar la adherencia del partido a la política eurocomunista de Carrillo; demostrarle a la burguesía la moderación de los dirigentes del PCE y su entrega a la “democracia”; y emprender una homogeneización de las filas, por medio de un debate restringido. En total, la operación debe considerarse un éxito, puesto que las tesis fueron adoptadas por una abrumadora mayoría y el nivel de debate y de oposición interna permitido sobrepasa fácilmente todo lo conocido en un partido estalinista. Sin embargo, la proyección internacional del Noveno Congreso del PCE queda por determinarse (los dirigentes de los partidos comunistas italiano y francés reaccionaron con reservas a la iniciativa de Carrillo), y el nivel de disidencia plantea la posibilidad de grandes escisiones hacia la izquierda.
Enterrando al leninismo
El eje principal del congreso y de la discusión que lo precedió fue la cuestión del “leninismo”. El término debe ponerse entre comillas, pues mientras la dirección no disimuló su rechazo de todas las contribuciones de Lenin al marxismo, la oposición estaba lejos de presentar un auténtico programa leninista. Puesto que durante los últimos 50 años el PCE no ha conocido sino el programa y la práctica antileninista del estalinismo, el debate fue en gran parte simbólico. Sin embargo, la intención (lograda) de la propuesta, en la tesis número 15, de abandonar la autodenominación de “marxista-leninista” y reemplazarla con “marxista, revolucionario y democrático” era de señalar una renuncia formal de la revolución proletaria.
Así pues, la discusión, junto con la anterior renuncia del PCE a la dictadura del proletariado, confirmó que el partido está enteramente entregado a la defensa del poder de su “propia” burguesía, excluyendo toda lealtad rival a la burocracia del Kremlin. Es el mérito de Carrillo el haber planteado el debate con franqueza. Por lo tanto, en su discurso en la reunión del CC del 21-22 de enero, rechazó específicamente el concepto del “partido internacional centralizado, sometido a una fuerte disciplina que era la Internacional Comunista”, junto con la idea de “un partido proletario revolucionario, vanguardia de la revolución.” Concluye:
“Y es cierto que nosotros, y no solamente nosotros, sino otros partidos comunistas de Occidente tampoco practican el leninismo como concepción global que inspire su estrategia…
“Es evidente que nosotros llevamos muchos años en los que en toda una serie de aspectos concretos de nuestra lucha política práctica hemos prescindido de concepciones concretas de leninismo.”
En su intervención en la discusión del CC Carrillo desafió a quienes se opusieran al cambio propuesto:
“Si hubiese una oposición en el Partido a esto que acordamos hoy, yo no le pido más que una cosa, que sea consecuente y que diga ‘¡sí, dictadura del proletariado!’ y que diga ‘¡sí, Internacional Comunista!’ y que diga ‘¡sí, toma del poder por la insurrección armada!’ y que diga ‘¡sí, la política que ha seguido desde hace largos años el Partido es equivocada!’”
― Mundo Obrero, 26 de enero de 1975
El secretario general no encontró a nadie que le aceptara el reto. Sin embargo, sí se topó con bastante oposición en algunos de los baluartes principales del partido. En Asturias, provincia natal de Carrillo y de Dolores Ibárruri (la Pasionaria), presidente del PCE, las agrupaciones del partido en las tres ciudades principales (Oviedo, Gijón y Avilés), se opusieron al abandono de la definición de “marxista-leninista”. El 29 de marzo, la prensa en la ciudad andaluza de Málaga publicó una declaración por 200 miembros del partido denunciando fuertemente a los dirigentes del PCE por sus críticas excesivas a la Unión Soviética. Subsecuentemente los congresos provinciales de Badajoz y de Soria, regiones agrarias, rechazaron igualmente la tesis 15.
Pero el centro de oposición fue Cataluña, la región que proporcionó ocho de los 20 diputados comunistas a las Cortes. El semiautónomo PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), que se define como “partido hermano” del PCE, tiene 46.000 militantes de un total de 200.000 a nivel estatal. Por lo tanto, es comprensible el desconcierto de la dirección del PCE cuando a finales de marzo la conferencia del PSUC reafirmó su autodesignación como marxista y leninista por un voto de 97 contra 81 en el comité central. Este voto provocó la dimisión en masa del presidente del PSUC, Gregorio López Raimundo, del secretario general Antonio Gutiérrez Díaz y del comité ejecutivo entero. Por fin, después de una semana de reuniones a puerta cerrada; el CC del partido catalán aprobó una segunda moción, apoyando la tesis 15 y declarando:
“no existe contradicción de fondo entre las enmiendas aprobadas por la Primera Conferencia Nacional del PSUC y las tesis del IX Congreso del PCE….”
― Mundo Obrero. 13-19 de marzo de 1978
Congreso eurocomunista
Bajo un enorme estandarte proclamando “un debate comunista para la democracia y el socialismo”, el congreso del PCE se inició el 19 de abril en el suntuoso Hotel Meliá-Castilla en Madrid. Carrillo también destacó la temática de la democracia en su informe y, en tonos grandilocuentes, ofreció su dimisión como secretario general en el caso de que los delegados lo desearan. Declaró en su propia defensa que “en lugar de hacer de este un partido abierto transparente y democrático, la dirección podría haberlo hecho un partido hermético, cerrado, sin posibilidad alguna de discrepancias.” Sin embargo, esto no conmovió a algunos de los delegados, quienes razonaron que si la dirección podía hacer todo eso, por sí sola, también lo podía deshacer ella sola (Le Monde, 23-24 de abril).
Según la prensa, las opiniones en contra de la dirección se expresaron ampliamente en las conferencias regionales, aunque fueron menos notables en el congreso mismo. En Asturias, en respuesta a la intervención imperiosa de Simón Sánchez Montero, uno de los primeros tenientes de Carrillo, 115 de 500 delegados se salieron de la reunión. En la conferencia del PSUC en Barcelona, incluso hubo objeciones a la participación de Carrillo en defensa de sus tesis eurocomunistas, dado que formalmente sólo es miembro de un “partido fraternal”. En la conferencia provincial de Madrid hubo protestas contra la imposición de Sánchez Montero como líder de la organización regional.
En el mismo congreso los delegados se quejaron bastante entre sí sobre el análisis político presentado por la dirección. La tesis 1, evaluando la actual situación política en España, fue criticada por su “triunfalismo” ― es decir, por su pretensión de que el régimen había logrado él fin buscado por el PCE de una “ruptura democrática”, aunque por medios diferentes. Enmiendas a esta tesis insistieron en el importante papel que han jugado las movilizaciones de masas en lograr avances como la legalización del PCE. La Tesis 4, alabando el Pacto de la Moncloa (y por lo tanto el programa de austeridad fijando topes salariales, aprobado e impuesto por el PCE), fue revisada en comisión a fin de suprimir un pasaje entero elogiando los beneficios del pacto. Estos beneficios, decían los delegados, no se habían realizado dado que el programa sólo había sido parcialmente puesto en vigor.
Esta exhibición ostentosa de democracia en el congreso no era únicamente para el beneficio de la prensa. Era también un síntoma de la heterogeneidad del PCE, cuyos efectivos son hoy día diez veces aquellos cuando la muerte de Franco a fines de 1975. Nuevos militantes, que no han sido educados en la escuela estaliniana, han engrosado las filas del partido. De momento se tolera bastante disensión (aunque 23 de los disidentes de Málaga fueron suspendidos por su declaración en contra de la dirección), pero la burocracia carrillista del PCE busca abiertamente imponer la ley y el orden a su partido revoltoso. Esto ya se ha puesto en marcha con la instalación de gran número de funcionarios sindicales de las Comisiones Obreras (CC.OO.) como delegados y responsables del partido a nivel provincial, reemplazando a menudo a los intelectuales disidentes.
Otro índice de la agitación interna que amenaza al aparato partidario es la ola de sentimientos nacionales dentro del PCE. Además del PSUC y las secciones gallegas y vascas ―cada una de las cuales ha tenido tradicionalmente su propio comité central― durante el último año se han organizado secciones en Asturias, Andalucía, las Islas Canarias y los Baleares. El sentimiento nacional es tan fuerte en el País Vasco que el año pasado la antigua dirección centralista del PC de Euskadi fue reemplazada con nuevos dirigentes “abertzales” quienes, contrarios a la línea oficial autonomista del PCE, reivindican la autodeterminación para los vascos.
La tesis 15
Como consecuencia de la filtración de los delegados, la fuerte oposición a la supresión del término “marxista-leninista” que se mostró en las conferencias regionales (contando con más de la tercera parte de los delegados) había disminuido considerablemente en magnitud y en vehemencia. Además de la etiqueta, dijo Manuel Azcarate, encargado de relaciones internacionales del PCE y el expositor más destacado (después de Carrillo) de la línea eurocomunista, es necesario depurar al PCE de otras connotaciones del término leninista; la toma de poder por medio de la lucha armada, la dictadura del proletariado, la alianza obrero-campesina, la hegemonía de la clase obrera. En lugar de estas frases (vaciadas de su contenido leninista desde hace mucho tiempo en la práctica reformista de los estalinistas), el PCE se sirve hoy de tonterías como “la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura”.
El debate formal sobre el “leninismo” fue muy corto ―diez minutos en total― la dirección del partido permitió sólo un orador en contra de la tesis 15, Francisco Frutos del PSUC. Cabe anotar su intento de mostrar la compatibilidad del leninismo y del eurocomunismo, un absurdo patente puesto que un aspecto principal de la línea carrillista ha sido de generalizar, hasta el nivel de “teorías” vulgares propias de los socialdemócratas, la colaboración de clases reformista que practican los estalinistas desde hace mucho tiempo. La tarea de responder a este seudoleninista patético le tocó al desgraciado Sánchez Montero, quien escandalizó a los delegados al repetir el comentario de Lenin cuando los bolcheviques rusos cambiaron el nombre de su partido de socialdemócrata a comunista: “Es necesario quitarse una camisa vieja y ponerse ropa limpia.” (Tales citas erradas de los clásicos marxistas parece ser una afición universal entre los enanos teóricos de la dirección del PCE. Al justificar el abandono formal del leninismo, Carrillo comentó que tanto había cambiado desde la Primera Guerra Mundial que, de hecho, “el mundo ha cambiado ya de base” parafraseando así un verso de la Internacional que se refiere al triunfo de la revolución).
En la votación final, 968 delegados votaron a favor de la tesis 15 y 248 en contra. Sin embargo, en la elección de los 45 miembros del comité ejecutivo, no se incluyó ni un solo, representante de la “minoría leninista”.
Significado del Noveno Congreso
A nivel internacional, el impacto inmediato del Noveno Congreso del Partido Comunista de España no ha sido gran cosa. Fuera del PCE, los partidos más importantes de Europa occidental que se han asociado con el término “eurocomunista”, el francés y el italiano, ya se habían enfriado hace tiempo ante la actitud acerba de Carrillo respecto a la Unión Soviética. En la “cumbre eurocomunista” en Madrid en marzo de 1977, Marchais del PCF y Berlinguer del PCI rechazaron la demanda por parte del PCE de una condena conjunta de la represión de disidentes por el Kremlin. Y cuando no se le permitió a Carrillo hablar en el 60 aniversario de la Revolución de Octubre en Moscú, Berlinguer se negó a emitir una protesta junto con el dirigente comunista español.
En el reciente congreso, el saludo del PCI se refirió a “divergencias, incluso profundas,… en las propuestas políticas” de los dos partidos (Corriere della Sera, 21 de abril). Esto se interpretó como una crítica de la eliminación de la frase “marxista-leninista” de la constitución del PCE. Las relaciones con el partido francés son aún más tensas, puesto que el PCE le echó la culpa a Marchais por la derrota de la Unión de la Izquierda en las elecciones parlamentarias de marzo. La respuesta del PCF vino en forma de comentario sobre el congreso madrileño:
“Haciendo desaparecer todo el carácter ideológico específico del PC español, proponiéndole a los socialistas que se olviden de la ruptura de 1921 y que construyan un partido laborista conjunto, Carrillo espera superar su desventaja electoral. En esencia, ha hecho la operación inversa a aquella emprendida por los comunistas en Francia para ganar nuevo terreno.”
― L’Humanité, 20 de abril
La reacción internacional decisiva, sin embargo, vendrá de Moscú. Y durante el congreso del PCE parecía que un pacto de no agresión se había acordado tácitamente entre Brezhnev y Carrillo. Por lo tanto, no hubo una sola crítica directa a la Unión Soviética durante los actos, y sólo la objeción a la subordinación a un “estado socialista determinado” en el informe de Carrillo. El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) envió un saludo que, aunque generalmente amistoso, declaró elípticamente:
“La existencia de un Partido Comunista fuerte y combativo, que se rige por las teorías científicas del marxismo-leninismo es la garantía de la transformación democrática de la lucha por el progreso social.”
El mensaje no podía ser más claro, pero en la versión que se publicó en el Mundo Obrero del PCE suprimieron esta frase.
Durante el congreso mismo, fueron ampliamente solicitados, y obtenidos, comentarios por parte del jefe de la delegación del PCUS, Viktor Afanasiev, el director de Pravda. Demostrando que según los términos del Kremlin él no figuraba como ningún “liberal”, Afanasiev comentó desvergonzadamente: “En la Unión Soviética sufrimos de un exceso de democracia” (!). Interrogado sobre su opinión acerca de las discusiones del congreso. Respondió secamente:
“Algunas discusiones son útiles, otras no. Temo que un debate sobre principios sólo debilitará al partido. La fuerza de un Partido Comunista se basa en su unidad. Pero no encontré gran unidad en el curso del congreso.”
― Le Monde. 25 de abril
El delegado soviético mencionó de paso que había distribuido centenares de insignias con el retrato de Lenin a delegados del congreso que se los habían pedido.
Aprovechando toda oportunidad para hacer un comentario positivo acerca de Carrillo (como alabar la frase vacía del PCE de la “unidad de las fuerzas del trabajo y de la cultura”), al mismo tiempo Afanasiev puso un punto de interrogación en los lugares claves. Cuando se le preguntó si el PCE se estaba convirtiendo en un partido socialdemócrata, respondió que “la política que ha aplicado hasta ahora no indica que ha dejado de ser revolucionario. Veremos lo que pasa en el futuro.”
Ni Carrillo, ni el Kremlin quisieron hacer de esta reunión la ocasión para una ruptura dramática. No obstante, está claro que la intención de la dirección del PCE fue hacer de éste el “congreso eurocomunista”. Antes de la votación sobre la eliminación de la designación “marxista-leninista”, el primer delegado soviético dijo al periódico madrileño Informaciones, “El eurocomunismo no existe.” (Sus razones fueron que ni Marchais ni Berlinguer asistieron ―un hecho significante― y que en su informe Carrillo sólo mencionó el término una vez). Después del voto sobre la tesis 15, Carrillo replicó: “Hemos demostrado que el eurocomunismo existe” (Corriere della Sera, 23 de abril).
La evolución del PCE
El IX Congreso señala la formalización de la ruptura con el estalinismo por parte del PCE. Este evento no ha marcado, por supuesto, un viraje brusco de la dirección carrillista sino la culminación de un proceso, de una trayectoria que tiene sus raíces en la degeneración de la Internacional Comunista bajo Stalin. Utilizando la vieja terminología leninista del internacionalismo proletario, en realidad un partido estalinista se caracteriza en primer lugar por su subordinación a los intereses de la burocracia dirigente de un estado obrero degenerado (la URSS) o deformado. Esta es la característica primordial que distingue su reformismo ―la defensa del dominio capitalista― de aquél de los socialdemócratas. Pero a través de sus vínculos con el Kremlin y directamente en el terreno nacional, los partidos estalinistas también se someten a los intereses de su “propia” burguesía. Con el tiempo este aspecto pasa a dominar sobre el primero en la medida en que los PC se ajustan a su política de colaboración de clases y los recuerdos de su procedencia leninista se desvanecen. Como escribió León Trotsky a finales de los años 30:
“En lo referente a la ex-Comintern, su base social hablando con propiedad, tiene una doble naturaleza. Por una parte vive de los subsidios del Kremlin…. Por otra parte, los diferentes aparatos de la ex-Comintern se alimentan en la misma fuente que la socialdemocracia, a saber, las sobreganancias del imperialismo. El crecimiento de los partidos comunistas durante los últimos años, su infiltración en las filas de la pequeña burguesía, su instalación en el aparato del estado, los sindicatos, los parlamentos, las municipalidades, etcétera, fortalecieron extremadamente su dependencia con respecto a los imperialismos nacionales, en detrimento de su dependencia tradicional con respecto al Kremlin.”
― Escritos, 1938-39
En la época de la Guerra Civil y después de la Segunda Guerra Mundial, no había partido más estalinista que el PC español. Fue el modelo casi caricaturesco, donde absolutamente todo aquello de importancia se efectuó según las directivas de Stalin y sus emisarios. Fue entonces cuando la línea de defender la propiedad privada vino directamente de la pluma del Gran Organizador de Derrotas (carta de Stalin a Largo Caballero en diciembre de 1936), cuando la persecución de los anarquistas y del POUM se anunció desde las páginas de Pravda, cuando la eliminación de Largo Caballero de su puesto de primer ministro de la República española fue ordenada por Togliatti. El PCE, que antes del inicio de la ayuda militar soviética no tenía influencia alguna en el seno del proletariado español, fue el más incondicional de todos.
Carrillo sitúa su primer paso hacia la ruptura con Moscú en 1956, luego del famoso informe secreto de Kruschev al XX Congreso del PCUS. Como los dirigentes soviéticos, él se mostró indignado de haber descubierto los crímenes de Stalin, tratando así de ocultar su propia participación en dichos crímenes: ¿acaso el actual líder del PCE ha olvidado la reunión del buró político en mayo de 1937 cuando fue informado por los delegados de la Comintern del arresto de Nin?; ¿o acaso “ignoraba” los fusilamientos masivos de valientes veteranos de las Brigadas Internacionales, ordenados por Stalin a finales de los años 40? Pero Carrillo va más lejos que la irrisoria “desestalinización” emprendida por Kruschev, y en un informe al comité central del PCE a finales de 1956 califica de insuficiente la explicación en base a un “culto de la personalidad”.
Sin embargo, el resultado de este proceso de ruptura con el estalinismo por parte del PCE no ha sido el regreso al leninismo auténtico, a una crítica revolucionaria de la perversión y desviación de la Revolución de Octubre por los usurpadores del Kremlin, sino todo lo contrario, la aceleración de la socialdemocratización como expresión y consecuencia de su política nacional-reformista. La estrecha vinculación entre este proceso y el fortalecimiento de los lazos que unen los partidos estalinistas al orden capitalista se ve con claridad meridiana en el caso español. El mismo informe de Carrillo al CC en el 56 es donde por primera vez se esboza la nueva política del PCE de “reconciliación nacional”, un tipo de “compromiso histórico” anticipado. (Esta expresión, dice Carrillo en broma, siempre causó problemas al intentar de explicarse a los dirigentes soviéticos, porque la traducción en ruso sonaba como algo que había condenado mil veces Lenin).
Claro que desde años atrás los dirigentes del PCE se comprometieron al mantenimiento del orden capitalista. Pero luego del inicio de la guerra fría, cuando se dieron cuenta que no habría ni intervención soviética ni apoyo de las “democracias” occidentales al lado antifranquista en una reedición de la Guerra Civil española, se reorientaron hacia una vía estrictamente nacional de lograr posiciones de influencia en el aparato estatal burgués. Sabiendo que la burguesía abrigaba un temor mortal a las consecuencias de un nuevo período de movilización obrera, y que no se prestaría a una repetición del frente popular clásico, el PCE planteaba la formación de un bloque político compuesto de todas las fuerzas que querían “superar la Guerra Civil” ― o sea, todas salvo un puñado de franquistas a ultranzas.
De este modo los primeros pasos del PCE hacia la “desestalinización” iban mano a mano con su enfeudación cada vez mayor en el régimen capitalista. El próximo paso, el que marcó el punto de partida del eurocomunismo, fue su reacción a la invasión soviética a Checoslovaquia en agosto de 1968. Anteriormente había habido varias discrepancias con el Kremlin: una nota publicada en Mundo Obrero en 1964 criticando la explicación dada para la defenestración de Kruschev; la protesta contra el encarcelamiento de los escritores disidentes Sinyavsky y Daniel en 1966; la protesta airada contra un artículo aparecido en Izvestia en 1967 que daba a entender que el PCE preconizaba la restauración de la monarquía en España. Hasta aquí, dice Manuel Azcarate, responsable del PCE por relaciones internacionales, hay “una fase de actitud crítica hacia la Unión Soviética”. En cambio, su protesta contra la supresión de la “Primavera de Praga” abre “una discusión a fondo en todo el Partido sobre nuestra relación con la Unión Soviética” (“El eurocomunismo y la URSS”, Viejo Topo Extra No. 2 [1978]).
Por una parte los dirigentes del PCE tenían grandes simpatías con el equipo de Dubcek. Checoslovaquia había sido durante largo tiempo uno de los centros del partido español en la emigración, y fue desde Praga que se transmitían los programas de la “Radio España Independiente”. Así observaron de cerca el repudio de la población checoslovaca a la invasión por fuerzas del Pacto de Varsovia. Inmediatamente después del anuncio de la invasión, el mismo 21 de agosto de 1968, Carrillo e Ibárruri se dirigen a Moscú para presentar su protesta ante los mandatarios soviéticos. Se entrevistan con Suslov, uno de los halcones más notorios del Kremlin, quien con abierto desdén hace caso omiso de las súplicas del PCE que a fin de cuentas, dice, es un “partido pequeño”.
Había otro aspecto., igualmente importante en la denuncia por el PCE de la invasión soviética a Checoslovaquia: el deseo de dar pruebas convincentes a la burguesía española de su absoluta independencia de Moscú. Tanto Carrillo como los políticos burgueses de la “oposición democrática” al franquismo conservaban recuerdos vivos de la prepotencia ejercida por los arrogantes “asesores” soviéticos en casi todas las instituciones gubernamentales de la República durante la Guerra Civil. Podrían evocar imágenes de cárceles secretas y secuestros de dirigentes políticos llevados a cabo por la siniestra KGB. Con esta visión, el 28 de agosto de 1968 la emisora del PCE transmite una declaración del comité ejecutivo que plantea:
“No podemos concebir ni admitir la hipótesis que ahora nuestros enemigos pueden formular ―de que el día en que nuestro partido llegue al poder en España, en alianza con las fuerzas del trabajo y de la cultura, otra potencia socialista, cualquiera que sea, nos dicté su política y menos aún, intervenga militarmente en nuestro territorio, sin nuestra más enérgica resistencia.”
― Mundo Obrero, septiembre de 1968
No sorprende, entonces, el que las fuerzas de ocupación soviéticas clausuraron Radio España Independiente.
Habiendo sufrido así el impacto de la invasión en el pellejo propio, en cierto sentido, y afanándose en demostrar su compromiso “pluralista” ante la opinión pública burguesa, el PCE de repente se vio envuelto en una lucha fraccional con los defensores del Kremlin. Todo esto coadyuvó en dar mayor trascendencia a la desvinculación del PCE de la URSS en ese momento crítico. Según Azcarate:
“Y hay que decir en favor de los soviéticos que nos ayudaron con sus intentos de dividir al Partido (Líster, García); estos intentos nos ayudaron porque las zonas aferradas a una apologética total, a la incondicionalidad a la Unión Soviética, incapaces de reflexionar, se fueron del Partido; y a través de una discusión muy profunda que llegó hasta la base, con una unanimidad grande en torno a la posición de total independencia crítica…”
― “El eurocomunismo y la URSS”
La lucha fraccional emprendida por Eduardo García (entonces secretario de organización del PCE) y Agustín Gómez recibió un apoyo tácito pero inconfundible de la URSS. Luego de una denuncia virulenta de los “fraccionalistas” por Mundo Obrero en octubre de 1969 se publicaba en Moscú una carta abierta firmada por más de 200 militantes del PCE, acusando la dirección de “calumnias antisoviéticas”.
La respuesta del comité central fue la expulsión de García y Gómez del PCE por fraccionalismo. Pero no logró con esto extirpar de inmediato a los adeptos del Kremlin de sus filas. Enrique Líster ―el “General Líster” de la Guerra Civil― quien hasta mediados de 1969 compartía las posiciones de la mayoría, protestó la expulsión de García-Gómez, lo que le costó su propia expulsión en septiembre de 1970, elevando el total de expulsados a siete miembros del CC. Aunque las pérdidas parezcan reducidas, representan un sector significativo de los cuadros dirigentes del partido; y la lucha fraccional, apoyada y animada por el Kremlin, convenció a Carrillo y Cía. de la imposibilidad de una reconciliación con sus antiguos amos.
Sin embargo, Carrillo tardó mucho en romper definitivamente con la URSS. No obstante la casi unanimidad del repudio por los partidos comunistas de Europa occidental a la invasión de Checoslovaquia, la dirección del PCE se sintió aislada en sus ataques dirigidos no solamente contra acciones específicas del Kremlin, sino contra el “modelo soviético” en sí. En un importante informe al comité central del PCE en septiembre de 1973, Azcarate sistematizó las críticas a la política exterior de la URSS e hizo un llamamiento por la confluencia de los PC europeos en una tendencia independiente de Moscú:
“Creemos que hoy día es necesaria cierta ‘descentralización’ del proceso unitario; es decir, los encuentros bilaterales, las reuniones de partidos con problemas comunes que viven situaciones cada vez más similares…. Una tarea esencial para los partidos comunistas de Europa occidental es de elaborar conjuntamente una ‘imagen característica’ de lo que el socialismo puede y debe ser en esta parte del mundo.”
― Les PC espagnol, français et italien face au pouvoir (1976)
Algunos meses más tarde se inició el ciclo de reuniones bilaterales que dio origen al término “eurocomunismo” y que correspondía a la letra al llamamiento de Azcarate en 1973.
La gestación y el nacimiento del eurocomunismo no ha sido un proceso sin contradicciones. En la reunión de los partidos comunistas de Europa en julio de 1976, Carrillo declaró rotundamente: “No existe el eurocomunismo….” Pero ya a principios de 1977 aparece su libro Eurocomunismo y estado, donde caracteriza a la URSS como “totalitarismo socialista” con “rasgos formales similares a las dictaduras fascistas”. El tratado de Carrillo constituye el único intento de formalizar una doctrina eurocomunista, y es notable por su presentación de un reformismo socialdemócrata consecuente. Rechaza el partido leninista de vanguardia y el ¿Qué hacer? Rechaza la dictadura del proletariado y Estado y revolución. Aboga por la transformación del estado capitalista, cuestiona si resta cualquier cosa de socialista en la URSS, y reivindica superación de la división entre socialdemócratas y comunistas. Lo único que faltaba fue el rechazo explícito del “marxismo-leninismo”, el término estalinista para su deformación del auténtico comunismo leninista ― pero esto vino pocos meses después en la gira en EE.UU. por Carrillo.
Los seudotrotskistas del Secretariado Unificado (SU) de Ernest Mandel naturalmente no se identifican abiertamente con los eurocomunistas tipo Carrillo. Pero en su afán de acercarse a elementos críticos dentro de los PC sí tratan de esconder el carácter nítidamente derechista y reformista del eurocomunismo. Así durante los actos del Noveno Congreso del PCE, un representante de la Liga Comunista Revolucionaria, afiliada al SU, hizo un saludo descarado, casi sin crítica alguna, pidiéndole al partido de Ramón Mercader (el asesino de León Trotsky), al partido de Carrillo e Ibárruri (“autores intelectuales” del fusilamiento de Andrés Nin), que “rehabilitase” a Nin y a Trotsky!
Tanto hoy como a finales de los años 50 cuando, por primera vez el PCE propuso la política de “reconciliación nacional”, y durante la Guerra Civil, el partido ha seguido fiel a su herencia: un enemigo jurado de la revolución proletaria. La Pasionaria, con su aspecto fingido de abuelita cariñosa, hoy día presidente de un partido que defiende la democracia “sin clases”, era durante los años 30 la inquisidora rabiosa de trotskistas y anarquistas. Estos crímenes de sangre no se pueden borrar de la historia, y el papel del PCE al desbaratar la fuerte oleada hacia una huelga general contra el régimen franquista durante 1976-77 recapitula su papel contrarrevolucionario de cuando aplastó el levantamiento obrero de Barcelona de 1937.
“Eurocomunista por el rey y la patria”
El futuro del eurocomunismo como corriente internacional está aún por determinarse. En todo caso, esta categoría ―ambigua que es, correspondiendo a un invento periodístico en vez de a una caracterización científica― no es ninguna morada final; sólo puede ser una posición pasajera en el proceso de la socialdemocratización de los partidos estalinistas. Aunque por lo visto los PC francés e italiano no están dispuestos a dar un paso tan dramático y llamativo como la renuncia al “leninismo” del PCE, está claro que en el caso del partido de Carrillo ha habido una ruptura definitiva con la burocracia de Moscú, de tal modo que ya no puede ser denominado estalinista. Es más esto se afirma en la disputada tesis 15:
“… rechazamos como algo ajeno al marxismo, el fenómeno del burocratismo y del estalinismo…. Los comunistas españoles hemos superado autocríticamente, en lo fundamental, el estalinismo, y estamos recuperando las esencias democráticas y antiburocráticas del marxismo.”
Para subrayar el significado, a su ver, de este cambio, la revista soviética Nuevos Tiempos le advirtió al PCE ya a principios de año (en una polémica dirigida contra una entrevista de Azcarate) que consideraba el mantenimiento de “marxismo-leninismo” como una cuestión decisiva.
La renuncia del “marxismo-leninismo” por el PCE constituyó una ruptura formal con la burocracia del Kremlin, entendiéndose como un rechazo a toda traza restante de la doctrina sobre la que se fundó la URSS. El PCUS así lo indicó en su saludo al Noveno Congreso, y fue sobre esta cuestión que la dirección carrillista buscó la aprobación formal por el partido de su programa eurocomunista. Si no hubo una escisión durante el mismo congreso señalando esta ruptura del estalinismo, ello se explica en parte porque los adictos incondicionales del Kremlin ya habían salido años atrás con Líster y García (y más del 95 por ciento de la militancia del partido ha sido reclutado después de esta lucha fraccional formativa); además hay posibilidades de escisiones por elementos anticarrillistas a raíz del Noveno Congreso.
La decisión de Santiago Carrillo de romper con Moscú se tomó mucho antes de abril de 1978. Después del enfrentamiento con la URSS sobre Checoslovaquia, Carrillo ya había quemado todos sus barcos, y nunca más podría ser el hombre del Kremlin. Como un traidor reformista jurado a la clase obrera, Carrillo aprovechó agresivamente su única opción: buscando comprobar su confiabilidad no solamente como sostén del capitalismo, sino también como defensor de la monarquía franquista. Cuando el PCE recibió un triste 9 por ciento en las elecciones a las Cortes del 15 de junio de 1977, la dirección ni siquiera analizó las causas de esa débil votación y continuó sin interrupción su apoyo incondicional al rey Juan Carlos y a su primer ministro Adolfo Suárez. Ya había hecho su decisión irrevocable.
Es evidente que esto va más allá de un mero rechazo kruscheviano del “culto de la personalidad”. Hoy día, la foto de Trotsky puede aparecer en las páginas de la revista teórica del PCE, Nuestra Bandera, e incluso Carrillo escribe en su libro Eurocomunismo y el estado que fue un mito que Trotsky era agente de los nazis y que “Es más que tiempo de que se haga esta presentación objetiva del papel de Trotsky en la revolución…”. Pero la evolución del Partido Comunista español no se dirige en ningún sentido hacia la izquierda. Santiago Carrillo ha escogido entre la “Tercera Roma” del Kremlin y su “propia” burguesía. Como se ha comprobado durante todo el período posfranco, el PCE busca ser el sostén más fiel del estado que ha surgido de la dictadura franquista, “con todas las consecuencias”. Santiago Carrillo es un eurocomunista “por él rey y la patria” y no por la URSS.