Sindicalistas y revolucionarios
11 de mayo de 1953
Este discurso de James P. Cannon discute el carácter conservador de muchos de los miembros de la tendencia Cochran-Clarke, la fracción del SWP que en 1953 colaboró con el revisionismo de Michel Pablo. Fue traducido de la revista teórica del SWP, Fourth International (primavera de 1954). Posteriormente fue publicado en inglés enSpeeches to the Party. Esta versión fue impresa en Spartacist en español no. 27, Diciembre de 1996..
Por varios meses hemos estado discutiendo las propuestas en contraste de los dos bandos en el conflicto interno de nuestro partido. Es tiempo ya, considero yo, de que vayamos un paso más allá; de llevar la discusión hacia un examen de las causas fundamentales de la lucha. Recordarán ustedes que esto es lo que hizo Trotsky durante la pelea con Burnham y Shachtman en 1939-40. En cierto estadio de esa lucha, después de que las posiciones de ambos lados quedaron claras -no únicamente lo que tenían que decir, sino lo que no decían, la manera como se comportaban, la atmósfera de la pelea y todo lo demás- cuando se vio bien qué es lo que realmente estaba en juego Trotsky escribió su artículo “Una oposición pequeñoburguesa dentro del Socialist Workers Party”.
Ese artículo resumía su evaluación de la fracción de Burnham y Shachtman tal como se reveló en el fragor de la lucha; cuando había quedado claro que no se trataba, como ocurre algunas veces, de una simple diferencia de opinión entre correligionarios sobre una o dos cuestiones que pudieran resolverse mediante la discusión y el debate fraternales. Burnham y sus seguidores -y aquellos a quienes ha embaucado- estaban impulsados por una profunda compulsión interna a romper con la doctrina y la tradición del partido. Llevaron su revuelta contra el partido al punto del frenesí, como hacen siempre los fraccionalistas pequeñoburgueses. Ya no atendían a ningún argumento, y Trotsky se encargó de explicar la base social de su fracción y su frenesí fraccionalista. Nosotros debemos hacer lo mismo ahora otra vez.
Los agrupamientos sociales en la oposición actual no son exactamente los mismos que en 1940. En esa lucha se trataba de unos cuantos intelectuales desmoralizados cuya base era una composición social pequeñoburguesa genuina de un sector del partido, especialmente en Nueva York, pero también en Chicago y algunos otros lugares del país; una concentración pequeñoburguesa que se rebelaba contra la línea proletaria del partido.
La composición social del partido en la actualidad es mucho mejor y ofrece una base de apoyo mucho más estrecha para una fracción oportunista. Como resultado de la escisión con los burnhamistas y nuestra concentración deliberada sobre el trabajo en los sindicatos, el partido hoy día es mucho más proletario en su composición, especialmente fuera de Nueva York. A pesar de todo eso, la verdadera composición social del partido no es de ninguna manera uniforme; refleja algunos de los cambios que se han operado dentro de la clase obrera estadounidense. Esto ha sido demostrado claramente por el alineamiento de los camaradas que se dedican a la labor dentro de los sindicatos en nuestra lucha fraccional. Los revolucionarios entre ellos -una gran mayoría- por un lado, y los elementos impulsados al conservadurismo –una pequeña minoría- por el otro, han escogido bandos diferentes de forma instintiva y casi automática.
Desde la consolidación de los sindicatos del CIO y el período de 13 años de auge durante la guerra y la posguerra, se ha dado una nueva estratificación dentro de la clase obrera estadounidense y en particular y conspicuamente dentro de los sindicatos del CIO. Nuestro partido, que está arraigado en los sindicatos, refleja también esa estratificación. El obrero que ha absorbido la atmósfera general de la prosperidad prolongada y ha empezado a vivir y pensar como un pequeñoburgués es una figura familiar en todo el país. Ha aparecido inclusive dentro del Socialist Workers Party como recluta hecho a la medida para una fracción oportunista.
En la resolución de nuestra convención de 1952, explicábamos la situación dentro de la clase obrera estadounidense en su conjunto en dos secciones: “Las causas del conservadurismo sindical y las premisas para una nueva radicalización” y “Perspectivas de una nueva radicalización”. En mi informe ante la convención nacional me referí a esas dos secciones como “la médula de la resolución” y enfoqué mi informe en torno a ellas.
Ahora me parece, a la luz del conflicto en el partido y sus verdaderas causas, que ahora son evidentes, que aquellas secciones de la resolución de la convención que tratan sobre la clase en su conjunto necesitan ampliarse y explicarse más detalladamente. Se requiere un examen más preciso de las estratificaciones dentro de la clase obrera, que ahí apenas si se tocan, y de la proyección de esas estratificaciones en la composición de los sindicatos, en las varias tendencias dentro de los sindicatos, e inclusive dentro de nuestro propio partido. Esto, me parece, es la clave para entender el enigma de otra manera inexplicable de por qué una sección proletaria del partido, aunque es una pequeña minoría, apoya a una fracción oportunista capituladora en contra de la línea proletario-revolucionaria y la dirección del partido.
Ejemplos de la historia
Esta contradicción aparente -esta división de las fuerzas proletarias- en la lucha fraccional del partido no es nueva. En las luchas fraccionales clásicas de nuestro movimiento internacional desde la época de Marx y Engels siempre hubo una división dentro del partido mismo entre los varios estratos de obreros. El ala izquierda proletaria nunca incluyó a todos los obreros y el ala oportunista pequeñoburguesa nunca careció de apoyo obrero, es decir obrero en el sentido técnico de obrero asalariado. Los intelectuales revisionistas y los oportunistas sindicales siempre anidaron juntos en el ala derecha del partido. En el SWP en la actualidad, tenemos una repetición del alineamiento clásico que caracterizó la lucha entre la izquierda y la derecha dentro de la Segunda Internacional antes de la Primera Guerra Mundial.
Trotsky nos dijo durante una de las visitas que le hicimos -creo que también lo escribió en alguna parte- que existía una verdadera división social entre las dos fracciones del Partido Socialdemócrata de Rusia original, que más tarde se convirtieron en dos partidos separados. Los mencheviques, afirmaba, tenían a casi todos los intelectuales. Con unas cuantas excepciones, los únicos intelectuales que tenía Lenin eran aquellos que el partido había entrenado, en gran medida similares a nuestros obreros-intelectuales en su mayoría. El intelectual -me refiero al intelectual profesional del tipo de Burnham, el tipo de la cátedra profesoral, de las universidades- era una rareza en el bando de Lenin, mientras que los mencheviques tenían montones de ellos.
Además, los mencheviques tenían a la mayoría de los obreros calificados, que son siempre los obreros privilegiados. El sindicato de los trabajadores de la imprenta fue menchevique incluso durante la revolución. La burocracia de los obreros ferrocarrileros trató de paralizar la revolución; los bolcheviques sólo pudieron impedir que la burocracia menchevique e los trabajadores ferrocarrileros utilizara su posición estratégica en contra de la revolución mediante la fuerza militar y el apoyo de una minoría.
Según Trotsky los mencheviques tenían de su lado también a la mayoría de los obreros más viejos. La edad, como ustedes saben, está asociada con el conservadurismo. (Esto es en términos generales, pero no siempre; existen excepciones a la regla. Hay dos maneras diferentes de medir la edad. En la vida diaria se mide con el calendario, pero en política revolucionaria se mide por la mente, la voluntad y el espíritu; y no siempre se obtiene el mismo resultado).
Por otra parte, mientras que los obreros más viejos, los calificados y los privilegiados, estaban con los mencheviques, los obreros no calificados y los jóvenes -es decir, aquellos que estaban politizados- estaban con los bolcheviques. Esa era la línea divisoria entre las fracciones. No era meramente una cuestión de los argumentos y el programa; eran los impulsos sociales, pequeñoburgueses por un lado, proletarios por el otro, los que determinaban su lealtad.
El mismo alineamiento se dio en Alemania. La socialdemocracia alemana de la preguerra durante su apogeo contaba con un poderoso bloque de parlamentarios oportunistas, marxólogos que utilizaban su entrenamiento académico y su habilidad para citar extensamente a Marx para justificar una política oportunista. Recibían el apoyo no únicamente de los pequeños comerciantes, de los que había muchos, y de los burócratas sindicales. Contaban también con una sólida base de apoyo en el estrato privilegiado de la aristocracia obrera de Alemania. Los oportunistas sindicales dentro del Partido Socialdemócrata alemán apoyaron el revisionismo de Bernstein sin molestarse en leer sus artículos. No tenían necesidad de leerlos; sencillamente era eso lo que sentían. Los hechos más interesantes sobre esta cuestión los cita Peter Gay en su libro sobre Bernstein y su movimiento revisionista, titulado The Dilemma of Democratic Socialism: Eduard Bernstein Challenge to Karl Marx [El dilema del socialismo democrático: El desafío de Eduard Bernstein a Karl Marx].
Durante toda la disputa de la preguerra sobre el revisionismo, después durante la guerra y la posguerra, durante 1923 y 1933, los sindicalistas calificados privilegiados constituyeron la sólida base de apoyo de los líderes socialdemócratas oportunistas; en tanto que los revolucionarios comunistas, desde los tiempos de Liebknecht y Luxemburg hasta la catástrofe fascista en 1933, fueron los jóvenes, los desempleados, los obreros no calificados y menos privilegiados.
Si vuelven a leer a Lenin de nuevo, en caso de que lo hayan olvidado, verán cómo él explicaba que la degeneración de la Segunda Internacional, y su traición final durante la Primera Guerra Mundial, se debió precisamente a su oportunismo basado en la adaptación del partido a las demandas e impulsos conservadores de la burocracia y la aristocracia obreras.
Lo mismo sucedió en los Estados Unidos, aunque aquí nunca tuvimos una socialdemocracia en el sentido europeo y la clase obrera aquí nunca estuvo organizada políticamente como allá. El movimiento obrero organizado, hasta los años 30, estaba en gran medida restringido a una aristocracia obrera privilegiada -como solían llamarla Debs y De Leon- de obreros de oficio calificados que percibían mejores salarios y ocupaban puestos de preferencia, “monopolizaban” los puestos de trabajo, etc. El principal representante de este estrato conservador privilegiado en los sindicatos de obreros calificados fue Gompers.
Por otro lado, existía una gran masa de obreros rasos, los no calificados y semicalificados, los obreros de las líneas de producción masiva, los nacidos en el extranjero y los jóvenes sin empleo. Ellos no estaban sindicalizados, carecían de privilegios, eran los parias de la sociedad. No era por nada que eran más radicales que los otros. Nadie les prestaba atención excepto los revolucionarios y los radicales. Únicamente el IWW de Haywood y St. John, Debs y los socialistas de izquierda se hacían eco de sus amargas quejas, realizaban labor organizativa, y dirigían las huelgas de los obreros de las líneas de producción masiva en ese entonces. Si la burocracia oficial de los sindicatos intervenía en las huelgas espontáneas de los no sindicalizados era usualmente para romperlas y traicionarlas.
Los burócratas de los sindicatos de obreros calificados no veían con buenos ojos el gran ascenso de los obreros no sindicalizados en los años 30. Pero no podían impedirlo. Cuando las huelgas espontáneas y las campañas de sindicalización no podían ya ser ignoradas, la AFL empezó a asignar “organizadores” en las diferentes industrias: siderúrgica, del caucho, automotriz, etc. Se les enviaba, sin embargo, no para liderar a los obreros en la lucha sino para controlarlos, para impedir la consolidación de sindicatos industriales independientes. De hecho no les permitieron a los obreros del automóvil en convención elegir a sus propios funcionarios, insistiendo que fueran asignados “provisionalmente” por la AFL. Lo mismo ocurrió con los trabajadores del caucho y otros sindicatos industriales.
Estos nuevos sindicatos tuvieron que escindirse de los conservadores falsos líderes sindicales de la AFL antes de poder consolidarse en forma independiente. La fuerza motriz que impulsó el auge de 1934-37 fueron las quejas amargas e irreconciliables de los obreros; su protesta contra los maltratos, la aceleración del ritmo de trabajo, la inseguridad; la revuelta de los parias contra el status de parias.
Esta revuelta, que ninguna burocracia podía contener, fue encabezada por gente nueva: los jóvenes obreros de las líneas de producción masiva, los nuevos militantes jóvenes sobre los que nadie había oído nunca. Ellos fueron los verdaderos creadores del CIO. Esta revuelta de los “parias” alcanzó su punto más alto durante las huelgas con tomas de fábricas de 1937. El triunfo de los obreros en estas batallas estableció al CIO en forma definitiva y garantizó la estabilidad de los nuevos sindicatos a través de la cláusula de antigüedad.
Influencias conservadurizantes
Han pasado ya 16 años desde que las huelgas con tomas de fábricas aseguraron la existencia de los sindicatos del CIO mediante la cláusula de antigüedad. Estos 16 años de seguridad sindical, y los 13 años de prosperidad ininterrumpida de la guerra y la posguerra, han causado una gran transformación entre los obreros sin privilegios que crearon el CIO.
La cláusula de antigüedad, como todo lo demás en la vida, ha revelado una cualidad contradictoria. Al regular el derecho al trabajo mediante el tiempo de servicio en el empleo, protege al activista sindical contra la discriminación arbitraria y los despidos. Es una necesidad absoluta para la seguridad del sindicato. Este es el aspecto positivo de la cláusula de antigüedad. Pero, al mismo tiempo, crea también gradualmente una especie de interés creado en la forma de empleo más constante para aquellos sindicalistas que han permanecido por más tiempo en la fábrica. Ese es el aspecto negativo.
Con el tiempo, con la ampliación de sus derechos de antigüedad y su ascenso a mejores puestos, se ha operado un proceso de transformación en el status de los activistas sindicales originales. En el curso de 16 años, se han asegurado el empleo más o menos constante, incluso en épocas cuando escasea el trabajo. Son, de acuerdo al reglamento, los últimos en ser despedidos y los primeros en ser llamados para que vuelvan a trabajar. Y en la mayoría de los casos, tienen mejores puestos que los recién llegados a la fábrica. Todo esto, aunado a la prosperidad de la guerra y la posguerra, ha cambiado su posición material y, en cierta medida, su status social.
Los pioneros combativos de los sindicatos del CIO son 16 años más viejos que en 1937. Viven mejor que los harapientos y hambrientos huelguistas de las tomas de fábricas de 1937; y muchos de ellos son 16 veces más blandos y conservadores. Este sector privilegiado de los sindicatos, que en otro tiempo constituyó la columna vertebral del ala izquierda, es ahora la principal base social de la burocracia conservadora de Reuther. Lo que los convence no es tanto la hábil demagogia de Reuther sino el hecho de que él verdaderamente expresa su estado de ánimo y patrón de pensamiento conservador.
Pero estos antiguos activistas conservadurizados son solo una parte de la militancia del CIO, y me parece que nuestra resolución de la convención no trata este hecho en forma suficiente y específica. En estas industrias de producción masiva, que son verdaderos infiernos esclavizadores. Existen muchos otros. Hay una masa de obreros jóvenes que no gozan de ninguna de estas prestaciones y privilegios y no tienen interés personal alguno en el cúmulo de derechos de antigüedad. Ellos son el material humano para la nueva radicalización. El partido revolucionario, mirando hacia el futuro, debe dirigir su atención principalmente hacia ellos.
Si nosotros, contando con una nueva ola de descontento en el movimiento obrero, echamos una mirada a quienes fueron sus líderes hace 16 años, podríamos realmente sacar conclusiones desalentadoras. No solamente carecen hoy de ánimo radical, sino que no están en ninguna disposición de encabezar una nueva radicalización. Eso requiere gente joven y hambrienta y harapienta y muy descontenta con todas las condiciones de su existencia.
Debemos recurrir a la gente nueva si, como creo yo, lo que tenemos en mente es la próxima revolución estadounidense y no limitamos nuestra visión a la perspectiva de una nueva sacudida dentro de la burocracia y a alianzas con astutos falsos líderes “progresistas” para el logro de metas pequeñas.
Esta nueva estratificación en los nuevos sindicatos es un aspecto que el partido ya no puede ignorar. Más aun ahora que lo vemos reflejado directamente dentro de nuestro partido. Algunos miembros del partido en el sindicato automotriz pertenecen a este estrato privilegiado. Es lo primero que debe reconocerse. Algunos de los mejores activistas, los más firmes del partido en los viejos tiempos, han sido afectados por el cambio en las condiciones en que viven y el nuevo medio en el que se desenvuelven.
Ven a los viejos activistas en los sindicatos, quienes antes cooperaban con ellos, volverse más lentos, más satisfechos, más conservadores. Todavía se encuentran en reuniones sociales con estos antiguos activistas y son infectados por ellos. Adquieren una perspectiva pesimista de las reacciones que ven por todos lados de estos veteranos, y, sin darse cuenta, contraen un elemento de ese mismo conservadurismo.
En mi opinión, esa es la razón por la que apoyan a una tendencia vulgarmente conservadora, pesimista y capituladora en nuestra lucha fraccional interna. Me temo que esto no es una falta de comprensión de su parte. Ojalá lo fuera, porque en ese caso nuestra tarea sería fácil. Los miserables argumentos de los cochranistas no resisten la crítica marxista, siempre que se acepten los criterios del marxismo revolucionario.
Pero esa es la dificultad. Nuestros sindicalistas conservadurizados ya no aceptan estos criterios. Como muchos otros, que “solían ellos mismos ser radicales”, están empezando a referirse a nuestras “Tesis sobre la revolución estadounidense” como una “locura”. Ellos no se “sienten” de esa manera, y nadie va a convencerlos de que cambien su forma de sentir.
Esa -y tal vez una conciencia culpable- es la verdadera explicación de su subjetividad, su rudeza y arrebato fraccional, cuando uno trata de discutir con ellos desde el punto de vista principista del “viejo trotskismo”. No siguen a Cochran porque lo admiren excepcionalmente a nivel personal, porque conocen a Cochran. Sencillamente reconocen en Cochran, con su derrotismo capitulador y su programa de retirada de la arena de lucha en favor del círculo de propaganda, al vocero genuino de su propio estado de ánimo de retiro y abandono.
De la misma manera que los sindicalistas más viejos, más calificados y privilegiados de Alemania apoyaron a la derecha contra la izquierda, y así como sus homólogos rusos apoyaron a los mencheviques contra los bolcheviques, los “sindicalistas profesionales” en nuestro partido apoyan al cochranismo en nuestra disputa. Y por las mismas razones fundamentales.
Yo, por mi parte, debo admitir francamente que no reconocí la amplitud del problema al principio de la lucha. Yo preví que alguna gente cansada y pesimista, que buscaba una especie de racionalización para reducir su participación o salirse de la lucha, apoyaría cualquier oposición fraccional que apareciera. Eso sucede en toda lucha fraccional. Pero no contaba con el surgimiento de un estrato obrero conservadurizado que serviría como grupo organizado y base social de una fracción oportunista en el partido.
Mucho menos esperaba ver a dicho grupo pavonearse por el partido exigiendo consideraciones especiales porque son “sindicalistas”. ¿Qué tiene eso de excepcional? Existen quince millones de sindicalistas en este país, pero no tantos revolucionarios. Pero los revolucionarios son los que cuentan para nosotros.
Perdiendo la fe en el partido
El movimiento revolucionario, bajo las mejores condiciones, es una lucha dura, y desgasta mucho material humano. No por nada se ha dicho miles de veces en el pasado: “La revolución es una devoradora de hombres.” El movimiento en este, el país más rico y más conservador del mundo, es quizá el más voraz de todos.
No es fácil persistir en la lucha, perseverar, mantenerse firme y pelear año tras año sin triunfar; e incluso, en épocas como la actual, sin ningún progreso tangible. Eso requiere convicción teórica y perspectiva histórica además de carácter. Y aparte de eso se requiere asociarse con otros en un partido común.
El modo más seguro de perder la fe en la lucha es sucumbir al medio ambiente inmediato de uno; ver las cosas solo como son y no como están cambiando y deben de cambiar; ver únicamente lo que se tiene frente a los ojos e imaginar que eso es permanente. Esa es la suerte maldita del sindicalista que se separa del partido revolucionario. En tiempos normales, el sindicato, por su naturaleza misma, es un caldo de cultivo del oportunismo. Ningún sindicalista, abrumado por las preocupaciones mezquinas y objetivos limitados del día, puede retener su visión de las cuestiones más amplias y la voluntad de luchar por ellas sin el partido.
El partido revolucionario puede cometer errores, y los ha cometido, pero nunca se equivoca en la lucha contra los que viven quejándose de todo, que tratan de culpar al partido por sus propias debilidades, por su cansancio, su falta de visión, su impulso por dimitir y capitular. El partido no se equivoca ahora cuando llama a esta tendencia por su verdadero nombre.
La gente con frecuencia actúa en forma diferente como individuos, y da distintas explicaciones por sus actos, que cuando actúan y hablan como grupos. Cuando un individuo se cansa y desea dimitir, usualmente dice que está cansado y dimite; o se retira sin decir absolutamente nada, y ahí acaba la cosa. Eso ha estado sucediendo en nuestro movimiento internacional durante 100 años.
Pero cuando el mismo tipo de gente decide como grupo salirse de la línea de fuego abandonando el partido, necesitan la cubierta de una fracción y una posición “política” autojustificadora. Cualquier explicación “política” sirve, y de cualquier modo es bastante seguro que será una explicación falsa. Eso también ha venido ocurriendo desde hace cerca de 100 años.
El caso actual de los sindicalistas cochranistas no es ninguna excepción a la regla. De pronto escuchamos que ciertos “sindicalistas profesionales” repentinamente se vuelven en contra nuestra porque somos “estalinofobos”, y ellos están fuertemente a favor de una orientación hacia el estalinismo. ¡Esa es la mayor tontería que he escuchado jamás! Nunca tuvieron esa idea en la cabeza sino hasta que se inició esta pelea. ¿Y cómo podía ser de otro modo? Los estalinistas se han aislado dentro del movimiento obrero, y es veneno tocarlos. Andar buscando a los estalinistas es apartarse del movimiento obrero, y estos “sindicalistas” del partido no lo desean hacer.
La gente de Michigan que está exigiendo a gritos que nos orientemos hacia los estalinistas no tiene tal orientación en su propia área. Y están perfectamente en lo correcto a ese respecto. No niego que gente como Clarke, Bartell y Frankel han oído voces y visto visiones de una mina de oro oculta en los cerros estalinistas -ya discutiré esta alucinación en otra ocasión- pero los sindicalistas cochranistas no tienen la más mínima intención de ir a extraer minerales ahí. Ni siquiera dirigen la mirada en esa dirección. Lo sorprendente es la insinceridad de su apoyo a la orientación hacia los estalinistas. Eso es completamente artificial, para propósitos fraccionales. No, se tiene que decir que la orientación hacia el estalinismo, por lo que concierne a los sindicalistas de Michigan, es una farsa.
¿Qué es lo que oímos después de esto? Que tienen montones de “quejas” contra el “régimen” del partido. Yo siempre sospecho cuando escucho hablar sobre quejas, especialmente cuando provienen de personas que no se habían quejado antes. Cuando veo gente rebelarse contra el partido a causa de que han sido tratados mal por el terrible régimen de nuestro partido -que es en realidad el régimen más justo, más democrático y tolerante en la historia de la humanidad- siempre me acuerdo de las palabras de J. Pierpont Morgan. Decía él: “Todo el mundo tiene por lo menos dos razones para hacer lo que hace: una buena razón y la verdadera razón.” Ellos han dado una buena razón para su oposición. Ahora quisiera saber yo cuál demonios es la verdadera razón.
No puede ser la hostilidad del partido hacia el estalinismo -como afirman ellos- porque los sindicalistas cochranistas por nada del mundo se les acercarían a los estalinistas, ni aunque alguien estuviera detrás de ellos con bayonetas y les prendiera cohetes en la cola del abrigo.
No puede ser debido al “Tercer Congreso Mundial” sobre el cual de repente se encuentran tan indignados. Estos camaradas de Michigan poseen muchas cualidades admirables, como se ha visto en el pasado, pero de ningún modo son la sección más internacionalista del partido; ni de lejos. No son la sección del partido que más se interesa en las cuestiones teóricas. El comité local de Detroit, es triste decirlo, ha sido el más remiso en la enseñanza y el estudio de la teoría marxista, y ahora está pagando por ello un precio terrible. Este comité local no está teniendo ni una sola clase; ninguna clase sobre marxismo, ninguna clase sobre la historia del partido, ninguna clase sobre el Congreso Mundial o sobre ninguna otra cosa.
De tal suerte que cuando de pronto irrumpen con la exigencia de que el partido enarbole la bandera del Tercer Congreso Mundial, a mi me parece que esa es otra “buena” razón, pero igualmente falsa.
La verdadera razón es que se rebelan contra el partido sin saber plenamente por qué. Para el militante joven, el partido es una necesidad valorada por encima de cualquier otra cosa. El partido era la vida misma de estos activistas cuando eran jóvenes y verdaderamente combativos. No les importaba el empleo; no les asustaban los peligros. Como todos los demás revolucionarios de primera, estaban dispuestos a abandonar el trabajo en seguida si el partido quería enviarlos a otra ciudad, o que hicieran esto o aquello. El partido era siempre primero.
El partido es la mayor recompensa para el joven sindicalista que se hace revolucionario, la niña de sus ojos. Pero para el revolucionario que se transforma en sindicalista -todos hemos visto ocurrir esto más de una vez- el partido no es ninguna recompensa en absoluto. El simple sindicalista, que piensa en términos de “política sindical” y “bloques de poder” y pequeñas alianzas con pequeños falsos líderes obreros para ganar algún pequeño puesto, promoviendo sus intereses personales aquí y allá, ¿por qué va a pertenecer a un partido revolucionario? Para tal individuo el partido es una cruz a cuestas, que interfiere con su éxito como político sindical “práctico”. Y en la actual situación política del país es un peligro: en el sindicato, en la fábrica y en la vida en general.
La gran mayoría de los sindicalistas del partido comprenden todo esto tan bien como nosotros. El llamamiento “sindicalista” vulgar de los cochranistas sólo los repele, porque ellos se consideran en primer lugar revolucionarios y en segundo lugar sindicalistas. En otras palabras, son gente de partido, como lo son todos los revolucionarios.
Considero que constituye un gran tributo a nuestra tradición, a nuestros cuadros, a la dirección de nuestro partido, el que hayamos logrado aislar al cochranismo a un estrecho sector de la militancia del partido. Es una gran satisfacción, en estos tiempos conflictivos y difíciles, ver a la gran mayoría del partido mantenerse firme contra todas las presiones. En el curso futuro de la discusión, asestaremos golpes aún más duros y nos desprenderemos de algunos cuantos más aquí y allá. No deseamos que nadie abandone el partido si está en nuestras manos impedirlo.
Pero salvar almas no es nuestra ocupación principal. Estamos decididos a proteger nuestro partido de la desmoralización, y lo vamos a hacer. Nos preocupan los individuos únicamente dentro de este marco. El rescate de desmoralizados políticos se lo dejamos al Ejército de Salvación. Para nosotros el partido es primero, y a nadie le permitiremos que lo desorganice.
Esta lucha es de importancia muy decisiva porque la perspectiva ante nuestro partido es la perspectiva de la guerra y todo lo que ello implica. Vemos los peligros y las dificultades -y también las grandes oportunidades- que nos esperan más adelante, y precisamente por eso queremos preparar al partido antes de que los peores golpes nos caigan encima.
La línea y las perspectivas del partido, y la dirigencia partidista, serán decididas en esta lucha para un largo periodo futuro. Cuando lleguen tiempos más difíciles, y cuando nuevas oportunidades se presenten, no queremos que quede ninguna duda en las mentes de los camaradas respecto a cuál es la línea del partido y quiénes sus dirigentes. Estas cuestiones serán resueltas en esta lucha.
El Socialist Workers Party tiene el derecho, por su programa y su historial, a aspirar a un gran futuro. Esa es mi opinión. Esa era la opinión de Trotsky. Hay una línea en el documento de los cochranistas que se mofa de la convención del SWP de 1946 y de las “Tesis sobre la revolución estadounidense” adoptadas en ella. Dice así: “Habíamos nacido con un gran destino, al menos en nuestras propias mentes.” En esa burla de la aspiración del partido, está contenida toda la ideología capituladora y pesimista del cochranismo.
En 1929, cuando Trotsky fue deportado a Constantinopla, el triunfo del estalinismo era total, y él se encontraba aislado y casi solo. Fuera de la Unión Soviética, habían apenas 200 personas en todo el mundo que lo apoyaban, y la mitad de ellas eran las fuerzas que nosotros habíamos organizado en los Estados Unidos. Trotsky nos escribió una carta en ese entonces en la cual elogiaba nuestro movimiento en Estados Unidos. Decía que nuestra labor era de importancia histórico-mundial porque, a fin de cuentas, todos los problemas de la época serían resueltos en tierra estadounidense. Decía que no sabía si una revolución llegaría aquí antes que a otros lugares, pero de cualquier manera era necesario prepararse organizando el núcleo del partido de la revolución futura.
Esa es la línea por la que se ha encaminado nuestra labor. Nuestros cuadros han sido formados con esa doctrina. Cuando leí en el documento de Cochran esa desestimación cínica de nuestras aspiraciones revolucionarias, recordé un discurso que pronuncié ante nuestros camaradas jóvenes en Chicago hace trece años. La ocasión era nuestra Conferencia de Activistas Obreros, celebrada precisamente un mes o algo así después de la muerte de El Viejo [León Trotsky], cuando todo el mundo se sentía despojado; cuando la pregunta en las mentes de todos, aquí y en todo el mundo, era si el movimiento podría sobrevivir sin Trotsky.
Al final de la conferencia, pronuncié un discurso y dije a los jóvenes activistas ahí presentes: “Ustedes son los verdaderos hombres con un gran destino, porque sólo ustedes representan el futuro.” Incluimos el mismo concepto en las tesis de la convención de 1946.
Esa ha sido la posición de todos nuestros militantes que permanecen unidos a través de esta larga y dura batalla. Un joven camarada en California, uno de los principales activistas del partido, me señaló la burla de los cochranistas y dijo: “¿Qué te parece? Si yo no pensara que nuestro partido tiene un gran futuro, ¿por qué iba a estar dispuesto a dedicar mi vida y todo lo que tengo al partido?” Cualquiera que minimiza al partido y duda de su futuro debía preguntarse a sí mismo qué es lo que hace en el partido. ¿Está ahí de visita? El partido exige mucho, y no puede darse mucho y arriesgar todo al menos que se piense que el partido vale la pena.
El partido vale la pena, porque es el partido del futuro. Y a este partido del futuro le está tocando de nuevo su parte de buena suerte histórica. Una vez más, como en 1939-40, tiene la oportunidad de resolver un conflicto fundamental en discusión abierta antes de una guerra, en la víspera de una guerra.
Antes de la Segunda Guerra Mundial el partido fue confrontado por una fracción que amenazaba su programa y por lo tanto su derecho a existir. No tuvimos que saltar en la guerra inmediatamente antes de que la cuestión se resolviera. Realizábamos nuestra labor abiertamente mientras que el resto de nuestros camaradas en Europa estaban en la clandestinidad o en campos de concentración. Nosotros aquí en Estados Unidos tuvimos el privilegio de conducir un debate para toda la Internacional durante un período de siete meses.
Lo mismo está ocurriendo ahora de nuevo. Debemos reconocer esta suerte histórica y sacarle ventaja. La mejor manera de hacer esto es extendiendo y ampliando la discusión. Repetiré lo que dijo el camarada Dobbs, que nuestro objetivo no es escindir el partido sino desbaratar la escisión y salvar al partido. Trataremos de evitar una escisión mediante una lucha política que golpee a la oposición en forma tan dura que no pueda tener ninguna perspectiva en una escisión. Si no podemos impedir una escisión, la reduciremos al tamaño más pequeño posible.
Entre tanto, desarrollaremos la labor del partido en todos los frentes. Ninguna labor del partido va a ser saboteada. Si se hace el intento, movilizaremos nuestras fuerzas en todas partes y tomaremos el control. No permitiremos que se desorganice al partido mediante el sabotaje o que sea descarrilado por una escisión, como no lo permitimos en 1940. Hemos comenzado bien y no pararemos hasta lograr una victoria total en la lucha por un partido revolucionario.