El Marxismo, el Feminismo y la Liberación de la Mujer
[Traduccion de 1917 No. 19, 1997 Copiado de http://www.bolshevik.org/espanol/womenlib_es.html ]
Nuestra crítica contemporánea (disponible en portugués) de este documento
A pesar de todas las conferencias internacionales y de las “declaraciones universales” a favor de la igualdad de la mujer, la vida de la mayoría de las mujeres en todas partes del mundo sigue estando restringida por los prejuicios y la opresión social. La forma en que la supremacía masculina se impone varía considerablemente de una sociedad a otra (y dentro de las diferentes capas sociales de una misma sociedad), pero en todas partes se les enseña a los hombres a que se consideren superiores y a las mujeres se les enseña a aceptar esta desigualdad. Muy pocas mujeres tienen acceso al poder y a los privilegios como no sea a través de su conexión con algún hombre. La mayoría de las mujeres en la esfera laboral asalariada están sometidas a la doble carga de la esclavitud de las tareas domésticas y de la esclavitud a un salario. De acuerdo a las Naciones Unidas, las mujeres realizan las dos terceras partes del trabajo de todo el planeta y producen alrededor del 45% de la comida, sin embargo, reciben a penas el 10% de los ingresos y son dueñas de sólo el 1% de las propiedades (citado por Marilyn French en The War Against Women (La Guerra Contra las Mujeres), 1992).
Desde su concepción, el movimiento marxista ha promovido la igualdad y los derechos de las mujeres, a la vez que ha considerado que la opresión de las mujeres (ya sea racial, nacional o cualquier otra forma de opresión) no puede ser erradicada sin antes derrocar el sistema social capitalista que la alimenta y la mantiene. Los marxistas aseguran que la libración de la mujer esta ligada a la lucha contra el capitalismo porque, a diez de últimas, la opresión de la mujer sirve a los intereses materiales de la clase dominante.
Aunque los marxistas y las feministas se encuentren del mismo lado en muchas de las luchas por los derechos de la mujer, tienen dos puntos de vista completamente diferentes. El feminismo es una ideología que parte de la premisa que la división fundamental de la sociedad humana es la división entre los dos sexos, y no entre clases sociales diferentes. Consecuentemente, las ideólogas feministas ven la lucha por la igualdad de la mujer como algo separado de la lucha por el socialismo, al cual muchas consideran como otra forma de dominio “patriarcal”.
En las últimas décadas, las escritoras y académicas feministas han llamado la atención a la variedad y diseminación de las prácticas de la supremacía masculina en nuestra sociedad contemporánea. Ellas han descrito el mecanismo a través del cual se inculca, se normaliza y se refuerza la subordinación femenina partiendo de cuentos infantiles y llegando hasta comerciales televisivos. Las feministas han tomado el liderazgo en exponer muchas de las manifestaciones patológicas de esta discriminación sexual en la vida privada: yendo desde el acoso sexual hasta la violación y la violencia doméstica. Antes del resurgimiento de los movimientos de las mujeres a final de los años ’60, los críticos liberales o de izquierda no prestaban atención a estos temas. Las feministas también han estado activas en las campañas internacionales en contra de la mutilación genital de las mujeres en África, el infanticidio femenino en Asia y la imposición del uso del velo en el mundo islámico. Pero, aunque frecuentemente el análisis feminista es útil para resaltar la prevalencia de la discriminación sexual en la sociedad capitalista, inevitablemente falla en hacer la conexión entre la supremacía masculina y el sistema de dominación de clases que lo sustenta.
Los marxistas opinan que el conflicto de clase es la fuerza motora de la historia y rechazan la idea de que hay diferencias irreconciliables entre los intereses de las mujeres y de los hombres. Pero, nosotros no negamos que los hombres sean los agentes de la opresión de la mujer, ni que dentro del marco de las relaciones sociales existentes los hombres se “beneficien” de ello, tanto en términos materiales como psicológicos. Sin embargo, los beneficios que la mayoría de los hombres obtienen de la desigualdad de la mujer son escasos, vacíos y transitorios, mientras que el costo es considerable.
El excluir las mujeres y el “job-trusting” (empleos exclusivos a hombres), el desvalorar el trabajo “femenino” y la diferencia de salarios basado en el sexo, aunque parezca beneficiar a los hombres ya que son mejor pagados y tienen una mejor seguridad laboral, de hecho ejerce una presión que hace descender los salarios en general. Este fenómeno fue explicado por Freída Miller, directora del Buró de la Mujer de los Estados Unidos, poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial:
Es un axioma de la teoría de los salarios que cuando en un momento dado una gran cantidad de trabajadores son empleados con salarios por debajo de los salarios mayoritarios, la competencia de esas personas por obtener trabajo tiene como consecuencia el desplazamiento de los trabajadores mejor pagados o que éstos acepten un salario menor. Durante un cierto tiempo esta presión tiende a disminuir todos los niveles de salario y a menos que el curso normal sea desviado por acciones directas el resultado será la disminución del poder adquisitivo de todos con la consecuente reducción de la capacidad de compra y de los estándares de vida. Como consecuencia de la guerra las mujeres han adquirido nuevas habilidades y destrezas que las coloca, como nunca antes, a merced de empleadores inescrupulosos que las utilicen para disminuir los salarios.
—Buró de las Mujeres de Estados Unidos, Boletín No. 224, 1948 (citado por Nancy Reeves en “Women at Work” (Las Mujeres en el Trabajo), en American Labor in Mid-Passage, 1959)
Lo mismo ocurre con la discriminación salarial contra los inmigrantes, los jóvenes, las minorías raciales o cualquier otro sector de la fuerza laboral. Además de bajar los salarios el chovinismo masculino—igual que el racismo, el nacionalismo, la homofobia y demás ideologías atrasadas—oscurece los mecanismos de control social y divide los que están debajo incitándolos unos contra otros, y de esta manera salvaguarda un sistema social jerárquico e intrínsicamente opresivo.
La estrategia marxista de unir todos los explotados y oprimidos por el capitalismo está agudamente contrapuesta a la utopía reaccionaria de una “hermandad femenina” universal que una a las mujeres a pesar de las diferencias de clase. Aunque es cierto que la opresión de las mujeres es un fenómeno que atraviesa las clases porque afecta atodas las mujeres, no solamente aquellas que son pobres o que pertenezcan a la clase trabajadora, también es cierto que el grado de opresión y de sus consecuencias son cualitativamente diferentes para las mujeres de diferentes clases sociales. Los privilegios y beneficios materiales que disfrutan las mujeres de la clase gobernante les brinda un poderoso interés en preservar el orden social existente. Su consentida existencia es pagada por la sobreexplotación de sus “hermanas” en las factorías del Tercer Mundo. De la única manera que se puede construir la unidad de las mujeres atravesando las clases sociales es subordinando los intereses de las pobres mujeres negras trabajadoras a favor de los intereses de sus “hermanas” burguesas.
Orígenes de la “Segunda Ola” del Feminismo
Las feministas de hoy en día se refieren a sí mismas como pertenecientes a la “Segunda Ola” —las feministas de la “Primera Ola” fueron las que lucharon por el acceso a la educación superior, iguales derechos sobre la propiedad y por el voto, antes de la Primera Guerra Mundial. A la “Segunda Ola” del feminismo frecuentemente se le da fecha de origen a partir de la publicación del bestseller “The Femenine Mystique” (La Mística Femenina) de Betty Friedan en 1963, que contrapuso a la ideología de la “feminidad” con la realidad de la vida de las mujeres. En 1966 Frieden fundó la Organización Nacional de Mujeres (National Organization for Women, NOW), una organización liberal por el derecho de la mujer basada en mujeres profesionales y de carrera dedicada a “traer a las mujeres a participar en la sociedad norteamericana en forma completa, ahora…” (juego de palabras entre now-ahora y las siglas de la organización) NOW es aún la mayor organización feminista en Estados Unidos pero su atractivo es limitado por el rol que juega como grupo de presión y de auxiliar no oficial del partido Demócrata.
Otra veta más radical de feminismo contemporáneo surgió del Movimiento de Liberación de la Mujer al final de los años ’60. Muchas líderes destacadas de este movimiento de mujeres de la Nueva Izquierda eran veteranas del Movimiento de Derechos Civiles contra la segregación racial en los estados del sur. Se encontraban entre los miles de jóvenes idealistas que habían ido al Sur para participar en los “Veranos de Libertad” de la mitad de la década del ’60 y sufrieron una radicalización al ser expuestos a la brutal realidad del capitalismo en los EE.UU.
Al final de los ’60 muchas mujeres de la Nueva Izquierda comenzaron a protestar porque la reclama retórica por la liberación, la igualdad y la solidaridad de sus camaradas hombres contrastaba radicalmente con su experiencia en el “movimiento”. Estos sentimientos fueron expuestos por Marlene Dixon, una radical joven profesora de sociología como:
“Las mujeres jóvenes han incrementado su rebeldía no sólo contra la pasividad y la dependencia en sus relaciones, sino también contra la idea de que deben funcionar como objetos sexuales, de ser definidas en términos sexuales en vez de humanos y de ser obligadas a empaquetarse y venderse como mercancía en el mercado sexual.”
“Los mismos estereotipos que expresan la convicción de la sociedad en la inferioridad biológica de la mujer evocan las imágenes utilizadas para justificar la opresión de los negros. La naturaleza de la mujer, igual que la de los esclavos, se expone como dependiente, incapaz de un pensamiento racional, infantil en su simplicidad afectuosa, mártir en su rol de madre y mística en el rol de compañera sexual. En su versión benevolente, la posición inferior de la mujer deriva en un paternalismo; en su versión malevolente, deriva en una tiranía doméstica que puede llegar a ser increíblemente brutal.”
— “ Why Women´s Liberation (¿Por qué la Liberación de la Mujer?)”, Ramparts, Diciembre 1969
Gloria Steinem: La Hermandad Femenina y la CIA
En los primeros días del Movimiento de Liberación de la Mujer surgió una división entre las que veían la lucha por la igualdad de la mujer como un aspecto de una lucha más amplia contra todo tipo de opresión y aquellas que enfatizaban la solidaridad femenina y la necesidad de permanecer políticamente y organizativamente “autónomas” respecto a otras fuerzas sociales.
Mientras muchas líderes de la “Segunda Ola” habían tenido sus experiencias políticas iniciales en el Movimiento por los Derechos Civiles y en la Nueva Izquierda otras tenían un pasado menos honorable. Gloria Steinem, la editora original de Ms., la revista feminista de mayor circulación en Norteamérica, había trabajado para la CIA en los años ’50. Ella estuvo involucrada con la operación de un grupo pantalla “que financiaba a los norteamericanos que asistían a los festivales mundiales de la juventud, dominados mayormente por la Unión Soviética”. Según Sheila Tobías, una participante inocente en uno de estos viajes (que más tarde enseñó en la Universidad de Cornell estudios sobre la mujer), la CIA:
“estaba interesada en espiar los delegados norteamericanos para descubrir quién era trotskista o comunista en los Estados Unidos. Así que resultó que nosotros éramos una pantalla.”
—Marcia Cohen, The Sisterhood (La Hermandad Femenina), 1988
Cuando el pasado de la Steinem fue revelado, ella optó por enfrentarlo:
“Cuando la prensa reveló que la CIA había financiado la agencia que Gloria había co-fundado al final de los ’50, ella admitió que la organización recibía fondos de la CIA, negó haber sido un agente y calificó a esos festivales de la juventud en Helsinki como ‘los mejores momentos de la CIA’”
—Ibíd.
Sólo las feministas más militantes como las “Redstockings” (Mediasrojas) con base en Boston (cuya dirigente Roxanne Dunbar era veterana del Movimiento por los Derechos Civiles) denunciaron a la Steinem por haber estado involucrada con la CIA. En su mayoría, las feministas comunes ignoraron el tema de su conexión con la principal agencia de la contrarrevolución imperialista, o lo consideraron irrelevante. Esto de por sí habla mucho de la política de “la hermandad femenina”.
Feminismo Radical y Determinismo Biológico
Otra feminista que comenzó su carrera política en el Movimiento por los Derechos Civiles fue Shulamith Firestone. En su libro de 1970 The Dialectic of Sex (La Dialéctica del Sexo), ella intenta dar una base teórica al feminismo radical argumentando que la subordinación de la mujer tenía un origen biológico y no socio-histórico. La división sexual de la humanidad en “dos clases biológicas diferentes” era, según ella, el origen de todas las demás divisiones sociales. Parafraseando a Marx ella escribió:
“La organización sexual reproductiva de la sociedad siempre nos da las bases reales, solamente a partir de las cuales podemos descifrar la explicación absoluta de toda la superestructura de instituciones económicas, jurídicas y políticas, así como de las ideas religiosas, filosóficas y otras de un período histórico dado.”
Si la raíz de la opresión de la mujer está en la anatomía, razonaba Firestone, entonces la solución debe estar en la tecnología—incrementar el control sobre la concepción (anticonceptivos) y finalmente de la gestación fuera del útero. Firestone mantenía que su análisis era “materialista”. Es cierto que era en cierta forma un materialismo, pero uno crudamente biológico. Mientras ella vislumbraba una conclusión histórica de la opresión de la mujer, las soluciones que ofrecía eran utópicas y a fin de cuentas, apolíticas. Su libro ha seguido teniendo influencia—a lo mejor porque ella fue una de las primeras en llevar el punto de vista radical feminista de que la biología es un destino hasta su conclusión lógica.
Aunque no apoyaba las soluciones de Firestone, el “Redstockings Manifesto (Manifiesto de las Mediasrojas)” de 1970 estaba de acuerdo con la aseveración de que las mujeres constituyen una clase social:
“Las mujeres son una clase oprimida…Nosotros identificamos los hombres como los agentes de nuestra opresión. La supremacía masculina es la forma de dominación más antigua y básica. Todas las demás formas de explotación y opresión (el racismo, el capitalismo, el imperialismo, etc) son extensiones de la supremacía masculina: los hombres dominan a las mujeres, algunos pocos hombres dominan al resto. Todas las estructuras de poder a lo largo de la historia han sido dominadas y orientadas por y para los hombres. Los hombres han controlado todas las instituciones políticas, económicas y culturales y han respaldado este control con la fuerza física. Ellos han utilizado su poder para mantener a las mujeres en una posición inferior. Todos los hombresreciben beneficios económicos, sexuales y psicológicos de la supremacía masculina. Todos los hombres han oprimido a las mujeres… Nosotras no nos preguntaremos qué es lo ‘revolucionario’ ni qué es lo ‘reformista’, sólo qué es lo que es bueno para las mujeres.”
—“Redstocking Manifesto (Manifiesto de las Mediasrojas)” en Sisterhood is Powerful (La Hermandad Femenina es Poderosa), 1970
Los argumentos de las feministas radicales se asemejan a los de los socio-biólogos más reaccionarios, que arguyen que la desigualdad social está “en nuestros genes” y que por lo tanto, intentar luchar contra ello es fútil. Las feministas radicales frecuentemente abogan por el separatismo y algunas van tan lejos como para sugerir que las mujeres que continúan durmiendo con el “enemigo” deben ser vistas como sospechosas. En Lesbian Nation: the Feminist Solution (La Nación Lesbiana: la Solución Feminista) (1973), Jill Jonson aseveró que:
“La satisfacción sexual de la mujer independientemente del hombre es el sine qua non de la revolución feminista… Hasta que todas las mujeres sean lesbianas no habrá una verdadera revolución política.”
Socialismo y Sexismo
En un ensayo de 1970 intitulado “The Main Enemy (El Enemigo Principal)”, Christine Delphy presentó una versión de “feminismo radical basado en principios marxistas” en el cual los hombres (y no el capitalismo) se identificaban como el enemigo principal (republicado en Close to Home (Cerca de Casa), 1984). Delphy aseveraba que, sin una revolución independiente de las mujeres, incluso en un estado de trabajadores post capitalista, los hombres seguían teniendo un interés material en hacer que las mujeres realizaran la mayoría de las tareas domésticas.
La idea de que la opresión de las mujeres continuaría como una forma de vida dentro del socialismo, parecía obvio a aquellas radicales de la Nueva Izquierda que veían los estados de trabajadores económicamente atrasados, nacionalmente aislados y deformados de Cuba, China, Vietnam del Norte, Corea del Norte y Albania como sociedades socialistas en funcionamiento. Aunque las mujeres tuvieron muchos logros importantes dondequiera que el capitalismo había sido derrocado (un hecho dramáticamente subrayado por el devastador efecto que tuvo sobre la mujer la contrarrevolución capitalista en el antiguo bloque soviético), la parásita burocracia gobernante (abrumadoramente masculina) en estos estados policíacos estalinistas promocionaban el rol “natural” de la mujer como reproductora, madre y creadora del hogar. León Trotsky apuntó en La Revolución Traicionada) que la maquinaria estalinista era un obstáculo para el desarrollo del socialismo y criticó “el interés social de los medios dirigentes en enraizar el derecho burgués” en relación con sus intentos de fortalecer la familia “socialista”.
El pesimismo feminista con respecto a las posibilidades de la mujer bajo el socialismo (en oposición a las posibilidades bajo el estalinismo) refleja la inhabilidad de comprender los orígenes históricos de la opresión de la mujer. También revela su falta de apreciar las inmensas posibilidades de reorganizar las prioridades sociales y de transformar cada aspecto de las relaciones humanas que el socialismo facilitaría al eliminar la escasez material. La expropiación revolucionaria de las fuerzas productivas y el establecimiento de una economía planificada global garantizaría que las condiciones básicas de la existencia (comida, abrigo, trabajo, servicios de salud y educación) estuvieran aseguradas para todas las personas del planeta.
Al cabo de unas pocas generaciones, la socialización de la producción podría brindar a todos los ciudadanos una calidad de vida y un grado de independencia económica que hoy en día solamente disfruta la elite. El acceso a centros de recreo, campamentos de veraneo, facilidades deportivas, culturales y educacionales y otras instituciones que en estos momentos están fuera del alcance de muchas personas, enriquecerían inmensamente la vida de la mayoría de la población. A medida que la sociedad escape de la tiranía del mercado, que sólo promociona actividades que produzcan ganancias al sector privado, las personas tendrán una rango más amplio de opciones para poder organizar sus vidas. Las tareas domésticas pudieran reducirse sustancialmente si la sociedad provee guarderías infantiles, restaurantes y lavanderías de alta calidad. Con el tiempo, a medida que la competitividad, la ansiedad y la inseguridad de la vida dentro del capitalismo van quedando en el pasado lejano, el comportamiento social se irá transformando.
La condición de garantizar condiciones materiales para una vida plena para todos, imposible bajo los dictados de maximización de las ganancias, será sencillamente una decisión racional en una economía planificada. Al igual que el invertir en programas de inmunización y en sistemas de saneamiento subsidiados por fondos públicos resulta de beneficio para todos los miembros de la sociedad, el asegurar una existencia segura y productiva para cada individuo mejorará la calidad de vida de todos, eliminando muchas de las causas del comportamiento anti-social, de las enfermedades mentales y de otros padecimientos.
Puede objetarse que incluso dentro de la elite actual, que ya disfruta de una abundancia material, los hombres oprimen a las mujeres. Los marxistas reconocen que aunque la ideología refleja los intereses materiales de una clase social particular, también tiene cierta autonomía relativa. La condición de las mujeres de cuidadoras de niños y trabajadoras domésticas sin remuneración sólo puede ser justificada dentro del marco de un punto de vista sexista que afecta negativamente a las mujeres, incluso las de la clase capitalista.
El resultado de estas ideas y prácticas sociales no desaparecerá automáticamente ni inmediatamente después que las condiciones que las hicieron surgir se revoquen. Tendrá que existir una lucha cultural e ideológica en contra del legado de atraso e ignorancia recibida del pasado. Pero si la sociedad de clases promueve y refuerza la supremacía masculina, el racismo, etc. en todo momento, en un mundo igualitario donde se asegura una existencia confortable y segura para todo el mundo, el proyecto de erradicar el prejuicio se hace finalmente viable.
El Feminismo Socialista: Un Paso Intermedio Efímero
El feminismo radical de Firestone, las Mediasrojas y Delphy representaban un ala del Movimiento de Liberación de la Mujer al principio de los años ’70. En el otro extremo del espectro cientos de las mejores militantes se inscribieron en varias organizaciones ostensiblemente marxista-leninistas. Aquellas que caían más o menos en el medio frecuentemente se identificaban a sí mismas como “feministas socialistas”. Esta corriente, que al final demostró ser un efímero paso intermedio, fue bastante influyente durante la década del ’70, especialmente en Gran Bretaña. Como rechazaban el determinismo biológico del feminismo radical, las feministas socialistas rumiaban con desarrollar un modelo de “sistema dual”, que considerara al capitalismo y al “patriarcado” igualmente como enemigos, pero separados. Las feministas socialistas ampliamente consideraban lo apetecible de un análisis partiendo de un “sistema dual”, pero las dificultades surgieron cuando se intentó encontrar una explicación plausible de cómo estos dos sistemas de opresión, supuestamente discretos pero paralelos, interactuaban. Otro problema espinoso fue cómo el análisis del racismo, del “edadismo” y de las múltiples otras formas de opresión se integraban al modelo dual capitalismo/patriarcado.
Las feministas socialistas tampoco pudieron ponerse de acuerdo en como definir exactamente el sistema de “patriarcado” ni de ¿cuáles eran sus causas: la tozudez masculina?, la envidia?, la envidia del útero y la consecuente obsesión masculina por mantener un control estricto sobre las funciones reproductoras de la mujer?, el lenguaje?, las estructuras psico-sexuales?, los privilegios materiales? La lista es extensa y diferentes teóricas del patriarcado destacaban o combinaban todas las anteriores y otras más.
La actividad política de las feministas socialistas, suponiendo que ésta existió, generalmente tenía un sesgo mayor hacia apoyar la clase obrera que el apoyo brindado por las feministas radicales, pero de otra forma fue muy similar a la de estas últimas. Los marxistas tradicionalmente han apoyado la creación de organizaciones socialistas de mujeres ligadas a la clase obrera y a otros movimientos de los oprimidos, a través del apoyo de un partido revolucionario compuesto por los militantes más concienzudos y dedicados de cada sector. Este movimiento de mujeres sería “autónomo” y separado de los reformistas, los capitalistas y de los líderes vendidos de los sindicatos, pero estaría organizativamente y políticamente ligado a la vanguardia comunista. Las feministas socialistas por el contrario, apoyan la insistencia de las feministas radicales de que sólo un movimiento autónomo de mujeres(en el sentido de que estuviera completamente separado de organizaciones que incluyen a hombres) puede librar una auténtica batalla por la liberación de la mujer.
Pero esto también presentaba problemas cuando se aplicaba al mundo real. Es imposible concebir un movimiento que intente lanzar un reto al dominio capitalista sin intentar movilizar el apoyo de todos los elementos posibles de entre los explotados y oprimidos. El excluir a la mitad de la población desde el mismo comienzo, simplemente sobre la base del sexo, es garantía segura del fracaso. Es más, si uno quiere distinguir entre amigos y enemigos solamente sobre la base del sexo, entonces ¿qué actitud se debe tomar con las mujeres que se alistan en movimientos de derecha o que se incorporan a las filas de los policías y de las rompehuelgas? ¿Y qué decir de las mujeres que pertenecen a la clase dominante? No parece que éstas sean aliadas naturales en la lucha por el feminismo socialista.
Algunas feministas radicales pretendieron “resolver” estos problemas sencillamente declarando que las mujeres que actúan como los hombres (es decir que actúan egoístamente) no son “verdaderas” mujeres. Pero esta no era una opción para las feministas socialistas que aspiraban a desarrollar un punto de vista más científico. Una década después del colapso del movimiento de las feministas socialistas, Lise Vogel, una de sus más claras exponentes, republicó un ensayo que había aparecido originalmente en 1981 intitulado “El Marxismo y el Feminismo: Un Matrimonio Infeliz, Una Separación de Temporal o Algo Más?” En su versión original la Vogel había coqueteado con el espinoso tema de cómo tratar los enemigos de clase femeninos, pero en la versión de 1995 lo enfrentó:
“Las feministas socialistas sostienen, en contra de ciertas opiniones de la izquierda, que las mujeres pueden ser organizadas con éxito y enfatizan la necesidad de organizaciones que incluyan mujeres de todos los sectores de la sociedad… Es precisamente el carácter específico de la situación de la mujer lo que requiere que tengan una organización separada. En esto las feministas socialistas se encuentran frecuentemente en contra de gran parte de la tradición socialista teórica y práctica. La teoría feminista socialista toma para sí la tarea esencial de desarrollar un marco que guíe el proceso de organizar a las mujeres de diferentes clases y sectores en la creación de un movimiento autónomo de mujeres.”
—Lise Vogel, Women Questions: Essays for a Materialist Feminism (Los Problemas de las Mujeres: Ensayos para un Feminismo Materialista), 1995
Con esto, la Vogel (hija de padres comunistas, que 30 años antes se había dirigido al sur como una trabajadora por los Derechos Civiles) prácticamente admitió que es imposible reconciliar “feminismo” con “socialismo” —dos ideologías fundamentalmente contrapuestas—utilizando solamente una pleca.
Mientras que los marxistas criticaban las implicaciones del colaboracionismo inter-clases de la llamada a la “unión” de todas las mujeres, las feministas radicales las atacaban desde la otra dirección como “políticas identificadas con los hombres”. Cathrine MacKinnon, una destacada teórica del feminismo radical y colaboradora de Andrea Dworkin, señaló la contradicción política fundamental del feminismo socialista:
“Los intentos de crear una síntesis entre el marxismo y el feminismo, el llamado feminismo socialista, no ha reconocido ni la integridad de cada teoría por separado ni la profundidad del antagonismo entre ellas.”
—Toward a Feminist Theory of the State (Hacia una Teoría Feminista del Estado), 1989
El feminismo socialista se desintegró como movimiento político porque la incoherencia de sus postulados impidió a sus seguidoras desarrollar ni un programa, ni una organización, capaz de empeñarse en una lucha social seria. En el mundo real, sencillamente no hay espacio político entre el programa de solidaridad femenina independientemente de las diferencias de clases sociales y el programa de solidaridad proletaria independientemente de las diferencias sexuales. Por ejemplo, las feministas socialistas estaban de acuerdo conque las mujeres trabajadoras llevaban el mayor peso de las reducciones de los programas sociales. Los gobiernos pro capitalistas de cualquier tono político sostienen que el estado ya no puede sufragar el costo de cuidar a los niños, los ancianos o los enfermos; por el contrario, esta responsabilidad es de la familia, es decir, fundamentalmente de las mujeres. ¿Cuáles serían los afiliados naturales para luchar contra estas reducciones? Las mujeres burguesas generalmente apoyan la austeridad del gobierno y la redistribución resultante de las riquezas. Su preocupación primaria es la de no sobrecargar la acumulación privada de capital con el financiamiento público de las necesidades sociales. Por otra parte, los hombres de la clase obrera son los aliados naturales en la lucha contra las reducciones de los subsidios de las guarderías, pensiones por edad, seguros médicos y demás, porque estos programas los benefician a ellos.
Hoy en día, entre los académicos izquierdistas de moda, el analizar la supremacía masculina dentro del marco de la perspectiva materialista pasó de moda; frecuentemente se desprecia el marxismo como irrelevante y su lugar lo toma el “post-modernismo” de Jaques Derrida, Julia Kristeva, Luce Irigaray, Michel Foucalt y Jean Baudrillard. Aunque a veces se identifican ampliamente con la izquierda política, los post-modernistas de hecho representan un regreso al pesimismo histórico reaccionario de Friederich Nietzche, el cual fue acertadamente caracterizado por Jurgen Habermas como el “dialéctico de la Contra-Iluminación”. El post-modernismo ha brindado el fondo pseudo teórico para un nuevo tipo de conservadurismo apolítico de izquierda que rechaza la idea, que es central tanto para la Iluminación como para el Marxismo, de que la sociedad puede ser reconstruida sobre la base de la razón humana: ¡una noción “humanista” en bancarrota según los post estructuralistas y los post modernistas! Michel Barret, una exponente británica del “feminismo socialista” que una vez fue muy influyente, es un ejemplo de este “descenso al discurso”. En la introducción a la reedición de 1988 de su libro Women’s Oppresion Today (La Opresión de las Mujeres Hoy) de 1980, ella escribió:
“el discurso del post-modernismo tiene como premisa una negación explícita y argumentada de los grandes proyectos políticos que por definición son, tanto el “feminismo”, como el “socialismo”… Los argumentos del postmodernismo representan ya, pienso yo, la posición clave alrededor de la cual probablemente girarán los trabajos teóricos sobre el feminismo en el futuro. Sin duda alguna, este sería el lugar por donde este libro empezaría, si yo lo estuviera escribiendo hoy.”
El ‘Feminismo Cultural’ y el Rechazo a la Política
Muchas feministas en los países imperialistas se han retirado, en un intento de escapar del sexismo de las principales corrientes de la sociedad, a través de la creación de una contra-cultura femenina que involucra al teatro, la música, la “herstory” (historia contada a través de personajes femeninos) y la literatura. El crecimiento del “feminismo cultural” al final de los años ’70 se reflejó en la creciente popularidad de los escritores que contrastaban los supuestos valores femeninos de cuidar, compartir y calidez emocional con las características “masculinas” de avaricia, agresión, ego y lujuria. A diferencia del Movimiento de Liberación de la Mujer de los ’60 —que sacó por primera vez muchos aspectos de la opresión de la mujer del ámbito privado al público—las grandes sacerdotisas del feminismo cultural de los ’90 invocan a “La Diosa” para re-envasar las nociones tradicionales de la esencia femenina, que mercadean con su discurso sobre el “empoderamiento”.
La industria de la “herstory” nos da un ejemplo de esta regresión política. En 1970, cuando una de las principales revistas del movimiento de las mujeres norteamericanas publicó una edición especial sobre “Women in History (Las Mujeres en la Historia)”, su portada proclamaba:
“Nos han robado nuestra historia. Nuestras heroínas murieron al dar a luz de peritonitis, exceso de trabajo, opresión, y de rabia contenida. Nuestras genios nunca fueron enseñadas a leer ni a escribir.”
—Women: A Journal of Liberation (Mujeres: Una Revista de Liberación), primavera 1970
Las “herstorians” (historiadoras del papel de las mujeres en la historia) contemporáneas, como Dale Spender, rechazan esto y afirman por el contrario que los historiadores masculinos han sacado de la historia a importantes mujeres artistas, escritoras, científicas y filósofas:
“cuando aseguramos que la razón de la ausencia de las mujeres [de los registros históricos] no es culpa de las mujeres sino de los hombres, que no es que las mujeres no hayan contribuido, sino que los hombres han ‘manipulado los registros’, entonces la realidad sufre un cambio notable.”
—Women of Ideas and What Men Have Done to Them (Mujeres de Ideas y Lo que los Hombres Han Hecho con Ellas), 1982
Si el estudio de las contribuciones que las mujeres han hecho en el pasado puede ciertamente inspirar a aquellas inmersas en la lucha hoy en día, el intento de edulcorar la horrible verdad tan sólo puede minar la urgencia de terminar con el orden social responsable de la perpetuación de la opresión femenina. El relegar a las mujeres a la esfera “privada” de las tareas domésticas significa su exclusión, en todos los casos con la excepción de algunos pocos, de la posibilidad de ser participantes principales en el desarrollo histórico de su tiempo. El énfasis en la exclusión de la mujer de los libros de historia sólo sirve para minimizar el tamaño de la herida. Las feministas culturales predican la abstinencia, en vez de la participación, en la actividad política, sobre la base de que inevitablemente conduce a entrar en el dominio masculino:
“el “tokenism” (falsa política de integración de minorías) – que comúnmente se disfraza como Igualdad de Derechos y nos entrega victorias pírricas – desvía y crea cortocircuitos en la ginergía (energía femenina) y de esta manera el poder femenino, galvanizado bajo consignas engañosas de hermandad femenina, es tragado por La Fraternidad. Este vampirismo del Ser Femenino socava a las mujeres porque les da la ilusión de los éxitos parciales…
“Este “tokenism” destruye insidiosamente la hermandad femenina, porque distorsiona doblemente el aspecto guerrero de la alianza de Amazonas, cuando lo exalta y cuando lo minimiza. Exalta la importancia de la “lucha de retribución” al punto de hacerla devorar al “ser trascendente” de y en la hermandad femenina, reduciéndolo a una copia de la camaradería. Al mismo tiempo minimiza el aspecto guerrero de Amazona conteniéndolo, desviándolo y cortando su lucha.”
—Mary Dalky, Gyn/Ecology (Gin/Ecología), 1978
El mismo concepto de opresión, así como la necesidad de luchar contra éste, se desdeña como nociones “masculinas” que deben ser trascendidas:
“El punto no es salvar la sociedad ni enfocarse en escapar (lo cual sería mirar hacia atrás) sino soltar el Manantial de Ser-en… Si no nos perturban, somos libres de encontrar nuestra propia concordancia, de escuchar nuestra propia armonía, la armonía de las esferas.”
—Ibíd.
Esta bobada reaccionaria es una repetición feminista de la desmoralización política que llevó a miles de pequeños burgueses de la generación del boom natalicio de los’60 de la Nueva Izquierda a la Nueva Era.
A medida que el progreso material de las mujeres se ha detenido, las feministas que celebran la pasividad y la abstención política prometen la salvación en otro mundo diferente de aquel donde ocurre el verdadero sufrimiento. Esto tiene una cierta lógica ya que, si la opresión de la mujer se deriva de una eterna e inmutable disparidad entre la naturaleza de los sexos, entonces no hay razones para esperar que nada de lo que se haga produzca un cambio significativo. Así que, en vez de participar en la lucha para transformar las instituciones y las relaciones sociales que determinan la conciencia, las feministas de la Nueva Era exhortan a las mujeres a que se embarquen en un viaje espiritual personal hacia el espacio interior. Mary Daly indica que el camino hacia una realización psíquica puede encontrarse en las discusiones con otras mujeres en un lenguaje “escogido” en el cual los significados “masculinos” se revierten:
“El cortar los lazos/ barreras de la falocracia requiere irrumpir hacia el poder radiante de las palabras, para que al liberar las palabras podamos liberar a nuestro Ser.”
—Pure Lust (Lujuria Pura), 1984
Mientras se imaginaban a sí mismas embarcadas en un audaz replanteamiento feminista de todo el curso de la existencia humana, las feministas culturales en realidad solamente reflejaban las tendencias conservadoras que eran populares en ese momento entre los intelectuales burgueses. El nuevo feminismo abarca muchas de los planteamientos clave del postmodernismo, incluyendo un enfoque idealista del lenguaje y el “discurso” y menospreciando la significación de la actividad económica y política.
El ‘Trabajo de Mujeres’
Incluso las feministas que no han abandonado del todo la actividad política han abandonado la retórica anti-capitalista del principio de los ’70. Muchas están ocupadas en dirigir clínicas de abortos, centros de terapia por violación y albergues de mujeres. Estos servicios son ciertamente beneficiosos para aquellas mujeres que tienen acceso a ellos y les da a las que los dirigen la satisfacción de hacer algo “práctico”. Sin embargo, estos centros sólo se ocupan de los efectos, no de las causas, de la opresión de las mujeres.
Algunas feministas están también involucradas en campañas para aumentar la representación femenina en trabajos no tradicionales en oficios, profesiones y la administración corporativa. Aunque esto ha creado oportunidades para algunas, y ha ayudado a romper con algunos estereotipos, ha tenido poco efecto en las condiciones en que se encuentran la mayoría de las mujeres, que permanecen atascadas en empleos tradicionalmente “femeninos”.
Se le ha dado mucha significación a la disminución de la diferencia entre los salarios de mujeres y hombres en Estados Unidos en los últimos años: entre 1955 y 1991 los salarios de mujeres trabajando a tiempo completo aumentaron de un 64% a un 70% del salario de los hombres. Pero esto es mayormente resultado de la reducción sufrida en los salarios de los hombres debido a la disminución de empleos de obreros sindicalizados. Los marxistas apoyan la lucha de las mujeres por obtener iguales salarios e igual acceso a todas las categorías de empleo, mientras que reconocen que la maleabilidad del prejuicio sexual en el proceso laboral capitalista impedirá que las mujeres alcancen una verdadera igualdad.
En la mayoría de los casos no hay una base objetiva para designar los empleos como “masculinos” o “femeninos”. La única diferenciación importante entre los sexos en términos de su capacidad de trabajo es que los hombres son, en promedio, más fuertes físicamente que las mujeres. Sin embargo, entre los hombres, aquellos empleos que requieren fuerza física no son particularmente bien remunerados – la pericia, la destreza, la habilidad mental y de organización tienen un mayor peso. La razón por la que los empleos de ejecutivos, de médicos y de pilotos de aerolíneas son predominantemente ocupados por hombres, mientras que los de secretario, enfermeros y aeromozas son ocupados por mujeres tiene mucho que ver con actitudes sociales sexistas y nada que ver con ninguna disparidad de habilidades. En su ensayo de 1959 Nancy Reeves nos da un ejemplo sorprendente del carácter arbitrario de los trabajos de “hombres” y de “mujeres”:
“en el Medio Oeste [Norteamericano] las “cornhuskers” (las que quitan las hojas al maíz) son tradicionalmente mujeres, mientras que los “trimmers” (los que quitan los granos a las mazorcas) son casi siempre hombres. En el Lejano Oeste ocurre lo contrario.”
El sesgo hacia la supremacía masculina en la sociedad capitalista es tan abarcador y tan maleable, que cuando las mujeres obtienen acceso a ocupaciones previamente reservadas para hombres, rápidamente surgen nuevas barreras, tanto abierta como encubiertamente:
“En 1973 sólo el 8% de los títulos de abogado [en los Estados Unidos] eran obtenidos por mujeres. En 1990 este por ciento se había incrementado al 42%. Esto es una feminización considerable de una profesión prestigiosa. Sin embargo, el por ciento de mujeres es mucho mayor en los empleos menos remunerados dentro de los abogados, como por ejemplo en clínicas legas, y ellas parecen no poder alcanzar la cima incluso en las áreas más lucrativas de las grandes firmas legales.”
—Joyce P. Jacobsen, The Economics of Gender (La Economía del Género), 1994
Este mismo fenómeno se observa en el comercio:
“Los estudios realizados por las Universidades de Columbia y Stanford de las mujeres con títulos de Master en Administración Comercial (MBA) muestran que los salarios iniciales son similares para ambos sexos, pero al cabo de 7 años el salario de las mujeres está un 40% por debajo del de los hombres.”
—Ibíd.
Incluso entre los bibliotecarios, una de las escasas profesiones “femeninas”, un por ciento desproporcionado de los mejores empleos (posiciones de administradores principales en las bibliotecas de investigación) son ocupados por hombres. Jacobsen apunta que es:
“difícil encontrar un ejemplo de ocupaciones verdaderamente integradas, donde la proporción de mujeres se acerque a la de su representación en la fuerza laboral, en la que el cambio en la razón de género sea pequeña y en la cual las mujeres no estén segregadas en ghettos.”
Los empleos que con el tiempo han cambiado de ser ocupadas predominantemente por un sexo hacia el otro nos dan otra indicación de la naturaleza sistémica del problema. Uno de los pocos empleos que ha cambiado de ser “femenino” a ser “masculino” es la de recibir los alumbramientos. En 1910 las comadronas recibían la mitad de todos los bebés que nacían en los Estados Unidos, pero este número ha descendido hasta menos del 1% de los nacimientos. Cuando el alumbramiento pasó a ser un suceso que tenía lugar en hospitales bajo la supervisión de médicos (predominantemente hombres) el estatus y la remuneración de este trabajo creció dramáticamente.
Por el contrario, cuando los empleos cambian de hombres a mujeres, el resultado es una disminución tanto del estatus, como del dinero:
“Aunque antes de la Segunda Guerra Mundial casi no había mujeres cajeras de bancos, en 1980 más del 90% de los cajeros lo eran. A la vez, los salarios y las oportunidades de mejorar la carrera descendieron estrepitosamente. Las profesiones de empleados de oficina en general eran predominantemente masculinas cuando surgieron en grandes cantidades por primera vez como resultado de la necesidad de la revolución industrial de tener personas que procesaran papeles; todos estos empleos son ahora dominados por las mujeres y generalmente se le consideran como un ghetto femenino de empleos.”
—Ibíd.
Uno de los ejemplos más espectaculares de una mujer irrumpiendo en una categoría de empleo tradicionalmente masculina fue la ascensión de Margaret Thatcher al puesto de primer ministro de Gran Bretaña. No hay duda alguna de que la “Dama de Hierro” logró su ascenso al puesto más alto porque era mejor que sus competidores, sin embargo también es bien sabido que durante su mandato los trabajadores en Gran Bretaña y los pobres (que son, por supuesto desproporcionadamente mujeres) tuvieron que enfrentar ataques de una virulencia sin precedentes. El éxito de la Thatcher puede haber debilitado algunos presupuestos sobre la supremacía masculina y haber inspirado a algunas jóvenes británicas ambiciosas a lanzarse hacia la cima, pero la verdadera lección que nos brinda su carrera es que la base de la opresión social está en la lógica interna del sistema capitalista y no en el sexo del que opera sus palancas.
Feministas Anti-Pornografía
Entre las iniciativas más directamente políticas (y más reaccionarias) llevadas a cabo por las feministas radicales en los últimos años está la campaña para prohibir materiales explícitamente sexuales. (véase “Pornography, Capitalism & Censorship (Pornografía, Capitalismo y Censura)”, 1917 No. 13). A pesar de los desmentidos ocasionales de que ellas no comparten la mojigatería de los grupos de extrema derecha y sus valores familiares, las feministas anti-pornografía se han aliado gustosamente con los extremistas que quieren hacer del aborto un crimen, perseguir a los homosexuales y prohibir la enseñanza de la evolución y de la educación sexual en las escuelas. En muchas jurisdicciones donde las autoridades que hacen valer las leyes han utilizado una propaganda “pro-mujeres” para defender la censura estatal, el blanco principal de las redadas anti-pornográficas ha sido la población gay y lesbiana.
Las feministas que están a favor de la censura arguyen que la opresión de la mujer es producto de la inmanente identidad masculina centrada en una sexualidad inherentemente brutal. Andrea Dworkin, la campeona de las feministas pro-censura en Norteamérica alega que “el sexo y el asesinato están fundidos en la mente masculina, de tal forma que una sin la posibilidad inmanente de la otra es imposible y no puede concebirse.” (“Taking Action” (Actuando) en Take Back the Night (Retomemos la Noche), 1980). Por lo tanto, la pornografía debe ser censurada porque es una manifestación de la “conciencia masculina”.
Además de las feministas pro-censura, hay también feministas pro-maternidad que se distinguen por su obsesión en contra del desarrollo de nuevas tecnologías reproductoras. La “Feminist International Network of Resistance to Reproductive and Genetic Engineering (Red Internacional Feminista de Resistencia a la Ingeniería Genética y Reproductiva)” lanzada en 1984 sostiene que el tema central de las mujeres es la campaña contra el desarrollo de la inseminación artificial y la fertilización in vitro. Si Shulamith Firestone imaginó que los avances en la tecnología de la reproducción allanarían el camino hacia la liberación de las mujeres, estas paranoicas lo ven como el sitio potencial de una nueva esclavitud:
“Al igual que nos repele la posibilidad de las consecuencias de una guerra nuclear, también nos repele la visión de un futuro en el que los bebés ni se llevan ni nacen, o en el cual las mujeres son obligadas a procrear sólo hijos varones y a matar a sus hijas en estado fetal. Las mujeres de China y de la India ya están transitando este camino. El futuro de las mujeres como grupo está en riesgo y debemos asegurarnos que hemos considerado todas las posibilidades antes de apoyar una tecnología que pudiera significar la muerte de la hembra”
—Robyn Rowland en Man-Made Women (Mujeres Hechas por Hombres), 1987
Al igual que sus hermanas anti-pornografía, Rowland y otras a favor de la maternidad no han puesto peros a aliarse con la derecha tradicional: “las feministas tendrían que considerar el alinearse con amigos de alcoba extraños: como posiblemente las mujeres de la ultra derecha” (Ibíd.) Los “amigos de alcoba” de Rowland incluyen al racista confirmado Enoch Powell. En 1985 cuando Powell propuso (sin éxito) su “Ley de Protección de los Niños sin Nacer” para prohibir la investigación en embriones y restringir severamente la fertilización in vitro, Rowland habló en una conferencia de prensa para apoyarlo (vea de Marge Bere “Breeding Conspiracies and the New Reproductive Technologies (Las Conspiraciones de Procreación y las Nuevas Tecnologías de Reproducción)” en Trouble and Strife (Problemas y Enfrentamientos), Verano 1986)
La Reacción de Susan Faludi
El centro de gravedad de la escena feminista se ha movido hacia la derecha de los años ’70 hacia acá, pero muchas feministas todavía se identifican con la izquierda, y muchas se han opuesto radicalmente a la cruzada anti pornografía y a muchas otras adaptaciones hacia la derecha. Uno de los libros feministas más influyentes de los `90, el libro de Susan Faludi Backlash: The Undeclared War Against Women (La Reacción, La Guerra No Declarada Contra las Mujeres) (1991) documenta una década de reacciones “a favor de la familia” y pregunta:
“¿Si las mujeres ahora son tan iguales, entonces por qué tienen muchas más probabilidades de ser pobres, sobretodo después del retiro? … ¿Por qué la media de las mujeres trabajadoras, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos todavía gana un poco más de dos tercios de lo que los hombres reciben por el mismo trabajo?…”
“¿Si las mujeres son tan “libres”, entonces por qué sus libertades de reproducción están más amenazadas hoy que hace una década? ¿Por qué las mujeres que quieren posponer el tener hijos hoy tienen menos opciones que las que tenían 10 años atrás?”
Este no es el tipo de pregunta que los medios capitalistas promocionan, como dice Faludi. Su libro nos da muchos ejemplos de cómo la “opinión pública” se crea y se manipula para aislar a las mujeres que se atreven a aspirar a la igualdad social.
Faludi critica a las feministas que rechazan la actividad política para buscar su “crecimiento personal” y claramente apoya la perspectiva de una acción colectiva. Sin embargo, ella es incapaz de explicar los orígenes de los desenvolvimientos reaccionarios que critica, ni de proponer un programa que se les oponga. En vez de esto, ella presenta el rechazo como lamentable, pero a lo mejor parte inevitable, de un gran ciclo de la existencia:
“Un rechazo contra los derechos de la mujer no es nada nuevo. Es más, es un fenómeno recurrente: regresa cada vez que las mujeres comienzan a tener algún progreso en dirección a la igualdad, parece ser una inevitable helada temprana al fugaz florecimiento del feminismo. ‘El avance de los derechos de la mujer en nuestra cultura, a diferencia de otros tipos de ‘avances’, siempre ha sido extrañamente reversible’ ha dicho Ann Douglas, catedrática de literatura Americana.”
Los logros ganados por las mujeres en los años ’60 y ’70 fueron un producto directo de la lucha política. Pero las concesiones que se les hicieron bajo la presión de las movilizaciones políticas de masas pueden sufrir una inversión cuando surge una configuración diferente de las fuerzas sociales. La lucha por la igualdad de la mujer, al igual que la batalla contra el racismo y contra otras formas de opresión social nunca puede ser totalmente ganada dentro del marco de la sociedad capitalista porque el mantenimiento de los privilegios y de la desigualdad es un corolario inevitable de la preponderancia de la propiedad privada de los medios de producción.
La deficiencia más sobresaliente del libro de Faludi es su tendencia a tratar el rechazo contra los derechos de la mujer en forma aislada. La campaña contra los derechos de la mujer en Norteamérica es sólo uno de los frentes de un asalto reaccionario multilateral. Las técnicas de propaganda que Faludi describe tan bien han sido empleadas también contra otros objetivos de la clase dominante—desde la asistencia social, los sindicalistas, hasta Saddam Hussein.
En una nota al pie de su descripción de la resistencia internacional a los fanáticos contra el aborto “Operation Rescue (Operación Rescate)”, Faludi apunta: “En Nueva Zelanda en 1989 se vieron choques frente a una clínica de Wellington cuando una escuadra de los del Rescate llegó y encontró allí a 30 mujeres que ya habían llegado e intentaban dejar entrar a las mujeres.” Contrariamente a la información de Faludi, los defensores de la clínica incluían tanto a mujeres como a hombres (incluyendo algunos de nuestros camaradas de Nueva Zelanda). Nuestros partidarios jugaron un rol importante en la organización de la defensa de la clínica de Parkview a través de “Choice” —una red de respuesta rápida militante y no excluyente, abierta a todo aquel que esté preparado a defender el derecho al aborto. Una de las lecciones de este trabajo fue la importancia de trazar una línea política y no sobre la base del sexo, en la lucha por los derechos de la mujer.
La Liberación de la Mujer a Través de la Revolución Socialista
El relegar a la mujer al entorno doméstico ha permitido históricamente que muchos asuntos de los derechos de la mujer se descarten como problemas meramente personales. El Movimiento de Liberación de la Mujer de finales de los ’60 vivió una proliferación de “grupos de despertar la conciencia” que exploraron las múltiples vías en que las mujeres habían interiorizado su opresión como un asunto personal y hasta donde la sociedad trata la subordinación de la mujer como una condición “natural” de la existencia.
Las restricciones legales e institucionales al acceso al aborto, el control de la natalidad, la asistencia médica y el empleo son todas claramente problemas “políticos”. Pero la opresión de la mujer también comprende las actitudes y presupuestos sociales y psicológicos con profundas raíces resultado de miles de años de dominación masculina. Las niñas aprenden desde el comienzo de su vida que no pueden aspirar a todo lo que los varones pueden aspirar. Los presupuestos misóginos están tan profundamente inscritos en nuestra cultura que muchos aspectos de la opresión de la mujer son prácticamente invisibles, incluso para personas comprometidas con la lucha por la liberación de la mujer. Por ejemplo, cuando las feministas propusieron la introducción de un lenguaje que fuera neutral respecto al genero (es decir, el uso de Ms en vez de Mrs. o Miss…) algunas publicaciones marxistas del ala izquierda resultaron ser más resistentes al cambio que la prensa burguesa de línea media.
La vida de muchas mujeres son truncadas o deformadas por el acoso sexual, la violación o la violencia doméstica a manos de los hombres. Aunque tiene lugar entre individuos, este comportamiento patológico, igual que otras formas de opresión de la mujer, son problemas sociales. No pueden ser eliminados hasta que el sistema social que los produce, y hasta cierto nivel los anima, es reemplazado por uno que cree las condiciones materiales para el surgimiento de una cultura imbuida de valores fundamentalmente diferentes. La liberación de la mujer no puede ser alcanzada dentro de la arena de nuestra vida personal. No es suficiente el compartir las labores domésticas más equitativamente dentro de la familia – lo que se necesita es que las guarderías, la limpieza del hogar, la preparación de comidas, etc. se transformen de responsabilidades individuales a responsabilidades sociales. Pero esto no es posible a menos que se logre una reconstrucción total de la sociedad – el reemplazar la anarquía capitalista por una economía socialista planificada administrada por los mismos productores.
Al igual que la liberación de la mujer está inexorablemente ligada al resultado de la lucha de clases, de la misma manera el destino de una revolución social depende de la participación y el apoyo de las mujeres pobres y de las trabajadoras. Como señaló Karl Marx en una carta del 12 de diciembre de 1868 a Ludwig Kugelmann: “Cualquiera que sepa algo de historia sabe que una gran revolución social es imposible sin el fermento femenino.” Los revolucionarios tienen que participar activamente en las luchas sociales para defender y promover la igualdad femenina. También es necesario impulsar el desarrollo de líderes femeninas dentro del movimiento socialista, porque sólo a través de la participación en la lucha para virar al mundo al revés es que las mujeres pueden abrir el camino de su propia emancipación y crear las circunstancias materiales para erradicar el hambre, la explotación, la pobreza y los efectos de miles de años de supremacía masculina. Esta es una meta por la que vale la pena luchar.
La Opresión de la Mujer—No Está en Nuestros Genes
La opresión de la mujer, la forma de opresión social más universal y profundamente enraizada, es característica de la sociedad capitalista, pero al contrario de la opresión racial, antecede al capitalismo. En su significativo estudio de 1884 El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Frederick Engels anotó que en las sociedades que se basan fundamentalmente en la caza y la recolección, donde todos los miembros de la tribu trabajaban, y en las que la propiedad era común, las mujeres no tenían un estatus de segunda clase. Anotó además que la subordinación de la mujer surgió paralelamente al desarrollo de clases sociales diferentes basadas en la propiedad privada. La conclusión que Engels sacó de esto fue que la supremacía masculina, que de diferente forma ha caracterizado a todas las civilizaciones conocidas, no es producto de diferencias biológicas predeterminadas entre los sexos, sino un fenómeno históricamente determinado.
La capacidad única a la mujer de gestar al hijo/a y amamantarlo/a dio lugar a una división natural del trabajo a lo largo de líneas sexuales en la sociedad primitiva, pero esta distinción no se tradujo automáticamente en un estatus inferior. Sólo con el advenimiento de las clases sociales fue que las mujeres fueron gradualmente excluidas de una participación plena en las actividades económicas y políticas principales y relegada al hogar. Si la forma, el grado y la intensidad de la opresión de las mujeres ha variado en las diferentes sociedades y en períodos históricos diferentes, siempre ha estado firmemente ligado al rol de la mujer de ser reproductora de la siguiente generación. Esto a su vez es finalmente moldeado por los requerimientos del modo de producción que prevalece y la estructura social que lo acompaña.
La subyugación de la mujer bajo el “libre mercado” capitalista está enraizada en su rol central dentro de la familia como suministradora sin paga de los servicios domésticos necesarios para el mantenimiento de la sociedad. Estas funciones incluyen la responsabilidad primaria de la comida, la ropa y la limpieza; el cuidado de los muy jóvenes, los ancianos y los enfermos; y la de satisfacer las variadas necesidades emocionales y psicológicas de todos los miembros del hogar. La familia suministra estos servicios en forma más barata para la clase dominante (tanto en términos económicos como políticos), que cualquier otra alternativa. La necesidad de mantener la familia como unidad básica en las sociedades divididas en clases constituye de esta forma la base material para la subordinación de la mujer.
Mientras Engels escribía esto, la investigación de las sociedades primitivas humanas estaba en pañales y el material empírico en el cual se basa su recuento era limitado y en algunos aspectos importantes, equivocado. Pero esto no resta en nada la importancia de su anotación de que la opresión de la mujer es una creación social. Hasta hace relativamente poco tiempo, la mayoría de los científicos sociales burgueses veían la dominación masculina como una norma universal, y generalmente presumían que tenía una base biológica. Sin embargo, durante las ultimas décadas muchos antropólogos han comenzado a aceptar la idea de que por cientos de miles de años existieron sociedades cazadoras y recolectoras que eran esencialmente igualitarias con respecto a los sexos.
Esto tiene claramente implicaciones políticas de largo alcance, pero casi nunca se informa en los medios masivos. Una excepción fue la edición del 29 de marzo de 1994 del New York Times en el que se publicó un pequeño trabajo titulado “Sexes Equal on South Sea Isle (Igualdad de Sexos en Isla del Mar del Sur)” donde se discutía los trabajos de la Dra. María Lepowsky, una profesora de antropología de la Universidad de Wisconsin. En su libro de 1993,Fruit of the Motherland (Los Frutos de la Patria), Lepowsky describía la isla de Vanatinai, una isla aislada al sureste de Nueva Guinea donde “no hay una ideología de la superioridad masculina y no hay un poder coercitivo masculino ni una autoridad formal sobre las mujeres.” En Vanatinai:
“Hay mucho solapamiento entre los roles y las actividades de las mujeres y los hombres, con las mujeres ocupando roles públicos que generan prestigio. Las mujeres comparten el control de la producción y la distribución de los bienes valiosos y heredan propiedades. Las mujeres, al igual que los hombres, participan en el intercambio de bienes, organizan fiestas, ofician en rituales importantes como los de la siembra de la yuca o la curación, aconsejan a sus parientes, hablan y son escuchadas en reuniones públicas, poseen un conocimiento mágico valioso y trabajan a la par en la mayoría de las actividades de subsistencia.”
El rol prominente que juegan las mujeres en la isla se dice que es “taubwaragha”, que se traduce como “el camino de los ancestros”. En Vanatinai se espera que los hombres ayuden en el cuidado de los hijos/as e inclusive el lenguaje es neutro respecto al género – no hay pronombres como “él” o “ella”. En las conclusiones de su libro Lepowsky comenta:
“El ejemplo de Vanatinai nos sugiera que la igualdad sexual se facilita por una ética general de respeto y de igual tratamiento de todos los individuos, la descentralización del poder político, la inclusión de todas las categorías de personas (por ejemplo, mujeres y minorías étnicas) en posiciones públicas de autoridad… El ejemplo de Vanatinai muestra que la subyugación de las mujeres por los hombres no es universal a lo humano y no es inevitable.”