Lucha fraccional y dirección del partido
James P. Cannon dio el siguiente discurso a un pleno del Comité Central del SWP el 3 de noviembre de 1953 después de terminada la lucha fraccional contra la fracción de Cochran-Clarke, asociada internacionalmente con Michel Pablo. Ha sido traducido de Fourth International (noviembre-diciembre de 1953). Después fue publicado en inglés en Speeches to the Party. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 27, Diciembre de 1996.
Todos reconocemos, camaradas, que hemos llegado al final de una larga lucha fraccional en el partido. No queda ahora sino resumir los resultados.
Esta ha sido una lucha fraccional larga, y no llegó a su conclusión definitiva sino hasta que maduró completamente. A la minoría cochranista se le dio todo un año para que llevara a cabo su trabajo y organización fraccionales subterráneos en el partido. Un año entero. Finalmente los jalamos a lo abierto; y durante cinco meses tuvimos una discusión intensa en la que incluso se publicaron más boletines internos que en la gran lucha de 1939-40. Luego vino el plenario de mayo y la tregua que los cochranistas firmaron, pero no respetaron.
Después hubo cinco meses más de lucha, durante los cuales los cochranistas desarrollaron sus posiciones hasta su conclusión lógica, y se mostraron en acción como una tendencia anti-partido y anti-trotskista. Organizaron una campaña de sabotaje a las actividades y los fondos del partido, la cual culminó en el boicot organizado a nuestra reunión del XXV aniversario. Después vino este plenario de noviembre, en el que los líderes cochranistas fueron acusados de traición y suspendidos del partido. Y ese es el fin de la lucha fraccional en el SWP.
Dada esta historia, nadie puede decir con justicia que fuimos impacientes, que algo se hizo apresuradamente, que no hubo discusión libre y amplia, que no hubo abundantes pruebas de deslealtad antes de que se apelara a la disciplina, y sobre todo, nadie puede decir que la dirección titubeó al dejar caer el hacha cuando llegó el momento. Ese era su deber. Los derechos de una minoría en nuestro partido democrático nunca han incluido, y nunca incluirán, el derecho a ser desleal. En el SWP no hay cabida ni lugar para rompehuelgas.
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Unificaciones y escisiones
Trotsky observó alguna vez que las unificaciones tanto como las escisiones son métodos para construir el partido revolucionario. Como la experiencia lo ha demostrado, esa es una observación profundamente verdadera. El partido que llevó la Revolución Rusa hacia la victoria fue el producto de la escisión con los mencheviques en 1903, de varias unificaciones y escisiones en el camino, y de la unificación final con Trotsky en 1917. La combinación de escisiones y unificaciones hizo posible el partido de la victoria en la Revolución Rusa.
En nuestra experiencia, hemos visto el mismo principio en acción. Comenzamos con una escisión de los estalinistas. La unificación con los musteístas en 1934 y después con el ala izquierda del Partido Socialista fueron grandes hitos en la construcción de nuestra organización. Pero estas unificaciones no fueron más importantes, y más bien están en un mismo plano con la escisión de los sectarios de izquierda en 1935 y de los revisionistas de Burnham en 1940, y hoy con la escisión de los nuevos revisionistas. Todas estas acciones han sido parte del proceso de construcción del partido revolucionario.
Sin embargo, esta ley que Trotsky formuló, de que tanto las unificaciones como las escisiones son igualmente métodos para construir el partido, es verdadera sólo bajo la condición de que tanto la unificación como la escisión sean motivadas adecuadamente. Si no están adecuadamente motivadas y adecuadamente preparadas, pueden tener un efecto perjudicial y desorganizador. Les puedo dar ejemplos de eso.
La unificación de la Oposición de Izquierda bajo Nin en España con el grupo oportunista de Maurín, a partir de la cual se formó el POUM, fue uno de los factores decisivos en la derrota de la Revolución Española. La disolución del programa del trotskismo en aras de la unificación con un grupo oportunista le robó al proletariado español ese programa claro y dirección decidida que pudieron haber sido la diferencia en la Revolución Española de 1936.
Por otro lado, las escisiones en la organización trotskista francesa antes de la Segunda Guerra Mundial — hubo varias, pero ninguna motivada apropiadamente — contribuyeron a la desmoralización del partido. Nuestra buena fortuna ha sido que nosotros no hemos llevado a cabo falsas unificaciones ni falsas escisiones. Nunca hemos tenido una escisión que al día siguiente no haya lanzado al partido hacia adelante, precisamente porque la escisión estuvo preparada apropiadamente y motivada apropiadamente.
El partido no estaba listo para una escisión cuando se reunió nuestro plenario en mayo pasado. La minoría en ese momento no había de ningún modo extendido sus concepciones revisionistas hasta la acción de tal manera que convencieran a todos y cada uno de los miembros del partido de que estas eran ajenas a nosotros. Por esa razón hicimos grandes concesiones para evitar una escisión. A través del mismo razonamiento, dado que todo estaba claro y todo estaba maduro en noviembre, hicimos la escisión aquí, sin el menor titubeo. Y si, en los recuerdos de la lucha, le dan crédito a la dirección del partido por su paciencia y su tolerancia en la larga lucha, no olviden agregar que merece el mismo crédito por la acción decisiva y resuelta que se tomó en este plenario para llevar las cosas a una conclusión.
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La escisión de 1940
Creo que sería útil para nosotros si comparamos esta escisión, que consideramos que es un progreso y una contribución al desarrollo del partido revolucionario en los Estados Unidos, con la escisión de 1940. Hay semejanzas y diferencias. Son semejantes en tanto que el asunto básico en ambas era el revisionismo. Pero el revisionismo de 1940 no fue de ningún modo tan profundo y definitivo como el revisionismo del que nos hemos escindido ahora. Burnham, es verdad, había abandonado el programa del marxismo, pero lo hizo de forma abierta sólo en las últimas etapas de la lucha, cuando se quitó la máscara. Y Shachtman no lo siguió completamente. Shachtman, hasta el punto de la escisión, no revisó abiertamente nuestro programa respecto a la Unión Soviética, lo cual era el asunto central en disputa.
El dejó la cuestión abierta, e incluso declaró en uno de sus últimos documentos que si los imperialistas atacaran a la Unión Soviética él saldría en su defensa. En cuanto al tercer líder, Abern, nunca cedió nada al revisionismo en la teoría. Todavía se consideraba a sí mismo un trotskista ortodoxo, y pensaba que la lucha por entero era en torno a la cuestión de la organización. Estaba gravemente equivocado, pero la lucha definitiva entre el trotskismo ortodoxo y el revisionismo no fue en absoluto tan definida ni tan profunda en 1940 como lo es esta vez. Eso se mostró por el hecho de que cuando Burnham llevó su revisionismo hasta su conclusión lógica y de plano abandonó el movimiento un par de meses después, Shachtman y Abern recularon.
Ambas escisiones, ésta y la de 1940, son semejantes en tanto que las dos eran inevitables. Las diferencias en cada caso habían madurado hasta el punto en que no podíamos hablar el mismo lenguaje ni vivir en el mismo partido. Cuando los shachtmanistas nos dieron su llano ultimátum y demandaron que se les permitiera tener su propio periódico, su propia revista, su propia expresión pública, sólo estaban expresando su profunda convicción de que tenían que hablar en un lenguaje diferente al nuestro, de que concienzudamente no podían hacer circular lo que escribíamos en nuestra prensa sobre líneas ortodoxas. Y como nosotros no podíamos tolerar eso, la escisión era inevitable.
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La presente escisión es diferente a la de 1940 en cuanto a que es más definitiva. No hay un solo miembro de este plenario que contemple tener relaciones posteriores en el mismo partido con los rompehuelgas de la pandilla de Pablo-Cochran. No hay ninguna duda a este respecto. Es una certeza absoluta que desde ayer a las once de la mañana, cuando salieron del salón —no con un portazo, sino con una sonrisilla— se fueron para siempre. Lo más que podemos esperar es que miembros individuales que hayan sido atrapados en la contracorriente regresen con la corriente al partido, uno por uno, y desde luego serán recibidos. Pero por lo que respecta a la médula principal de la fracción minoritaria, ellos han roto para siempre con nosotros. El día en el que fueron suspendidos del partido, y relevados de toda obligación para con él, fue probablemente el momento más feliz de sus vidas.
Los shachtmanistas, por otro lado, continuaron durante mucho tiempo protestando que querían tener unidad. E incluso seis o siete años después de la escisión, en 1946 y 1947, de hecho tuvimos negociaciones de unificación con los shachtmanistas. En algún momento a comienzos de 1947 hicimos un acuerdo de unificación con ellos, lo cual ilustra la observación que hice de que la escisión de 1940 no fue de ninguna manera tan definitiva y final como la escisión de ahora. Terminamos para siempre con Pablo y el pablismo, no sólo aquí sino también en el campo internacional. Y nadie va a consumir un minuto de nuestro tiempo con negociaciones acerca de algún compromiso o cualquier tontería de ese tipo. Estamos en guerra con este nuevo revisionismo, que vino a florecer completamente en la reacción a los eventos sucedidos después de la muerte de Stalin en la Unión Soviética, en Alemania Oriental y en la huelga general en Francia.
Diferencias en las escisiones
Hay diferencias entre las dos escisiones en otros aspectos, que son muy importantes y más favorables para el partido. Primero, el tamaño de la escisión. En 1940 los shachtmanistas no tenían menos del 40 por ciento del partido y una mayoría en la organización juvenil. Contando a los jóvenes, que no eran miembros del partido con voto, era casi una escisión por la mitad. Este grupo se lleva un 20 por ciento a lo más. Esa es una diferencia.
Una segunda diferencia es que la escisión de 1940 fue una escisión del cuadro de dirección por la mitad. No fue solamente el deshacerse de unas cuantas personas sin las cuales se podía operar fácilmente. Durante años el núcleo político central en la dirección central del partido habían sido Burnham, Shachtman y Cannon. Ellos se llevaron dos de tres. Tenían la mayoría en el Comité Político (CP) del partido, tal y como estaba constituido hasta el comienzo de la lucha en septiembre de 1939. Tuvimos que reorganizar al Comité Político en el plenario de octubre de 1939 para establecer el gobierno de la mayoría en el CP.
Shachtman y Burnham no eran de ninguna manera simples adornos en el Comité Político. Ellos eran los editores de la revista y del periódico, y hacían prácticamente todo el trabajo literario. Había una división del trabajo entre ellos y yo, en la que yo me encargaba de lo concerniente a la organización y a la dirección sindical, la administración y las finanzas —y todo el resto de quehaceres de los que como regla general a los intelectuales no les gusta ocuparse— y ellos se encargaban de la mayor parte de los escritos. Y cuando estaban en la línea correcta escribían muy bien, como ustedes saben.
Así que en 1940 hubo una escisión real, no sólo en la dirigencia política sino también en los cuadros activos. En el momento de la escisión hubo mucha aprensión por parte de algunos de nuestros camaradas. ¿Qué diablos haríamos sin estas fuerzas intelectuales de primer grado, escritores eficientes, etc.? Y ellos por su parte estaban jubilosos y tenían la profunda convicción de que nunca íbamos a poder recuperarnos, porque se llevaron a todos los escritores.
Pues de prácticamente todos los camaradas que ahora están en la dirección del partido y hacen todo el trabajo del cuadro de dirección, muy pocos eran siquiera miembros del Comité Nacional en ese tiempo. Los que eran miembros estaban apenas en sus primeras experiencias y no tenían aún reconocimiento como escritores, oradores y políticos. El camarada Dobbs, por ejemplo, que venía del movimiento de masas, había estado en Nueva York sólo un par de meses. Algunos otros camaradas, que eran miembros plenos o alternos del Comité Nacional, no se habían considerado a sí mismos o no habían sido considerados de hecho como miembros del cuadro político dirigente del partido. En 1940, la escisión del cuadro de dirección fue justo por la mitad.
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Y luego había un tercer aspecto de la escisión de 1940. La oposición pequeñoburguesa salió del partido con la mayoría de los jóvenes, quienes, como decía el camarada Dobbs, tienen más energía. Estaban confiados de que con su dinamismo y su habilidad para saltar y correr, con su concepto de un “partido de campaña”, y con sus escritores, pronto demostrarían que podían construir un partido más grande, mejor y más rápidamente —y en cualquier otro sentido al estilo californiano— que nosotros. Nosotros no estábamos de acuerdo, pero esa es la manera en que comenzaron.
Y no olviden que casi a la siguiente semana empezaron con su nuevo partido. Lo llamaron el “Workers Party” [Partido Obrero] y sacaron un nuevo periódico semanal y una revista que nos robaron. Durante un período considerable pensaron que eran nuestros rivales en la lucha por la lealtad de la vanguardia de los obreros en este país. Eso es lo que confrontábamos en 1940. Nosotros tuvimos que tomar a nuevos cuadros de camaradas hasta entonces inexpertos, y empujarlos a lugares de responsabilidad en el Comité Político y en la prensa, y comenzar su entrenamiento para la dirección en el fuego de la lucha.
El partido sigue su marcha
La escisión de 1953 es bastante diferente en varios aspectos. En primer lugar, ya mencioné el tamaño. Es mucho más pequeña. Segundo, el cuadro no está ahora escindido por la mitad, como podría parecer a algunos cuando ven estos nombres: Cochran, Clarke, Bartell, Frankel, etc. Son gente talentosa; eran parte del cuadro, pero no una parte indispensable. Hemos tenido cinco meses de experiencia de la “escisión fría” desde el plenario de mayo para probarlo. Durante todo ese período los cochranistas no hicieron ningún trabajo partidista constructivo para nada. Bajo la inspiración del Gran Dios Pablo, dedicaron todos sus esfuerzos exclusivamente al fraccionalismo, a la obstrucción del trabajo partidista y al sabotaje de las finanzas del partido. ¿Y qué se vio como resultado? En los cinco meses que pasaron desde el plenario de mayo hemos visto que esta gente no es indispensable de ninguna manera para el trabajo literario del partido, para el trabajo político del partido, para el trabajo organizativo del partido, ni para el sostenimiento financiero del partido.
Durante cinco meses el partido ha seguido su marcha sin ellos y a pesar de ellos. La escisión del cuadro resultó ser no más que una astilla. Lo probamos durante cinco meses en una escisión fría antes de que lo confrontáramos finalmente en una escisión caliente, y por eso lo sabemos. No ocurrirá absolutamente ninguna desorganización en la dirección, nadie va a andar a las carreras para ver quién va a llenar los lugares que dejaron estos ex trotskistas convertidos en revisionistas. Los lugares ya están llenos, llenos a desbordar, por así decir. Todo marcha bien. Esa es la experiencia de la escisión fría que se prolongó desde mayo.
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En tercer lugar, nadie puede imaginar que estas personas siquiera se atrevan a contemplar la idea de lanzar un nuevo partido y un periódico de agitación. Primero que nada, no creen en su propia capacidad para construir un partido. Segundo, no creen en la capacidad de nadie para construir un partido. Y en tercer lugar, no creen en un partido revolucionario de vanguardia. Así que no nos van a confrontar con un partido rival que diga ser la vanguardia trotskista y el núcleo de un futuro partido de masas de la revolución.
A lo que apuntan, en sus propios planes más optimistas, es a formar un pequeño círculo de propaganda que publique una pequeña revista en la que observen, analicen y expliquen las cosas para beneficio de los “elementos políticos sofisticados”, es decir, los estalinistas y los “progresistas” en la burocracia charra sindical. Críticos marginales, observadores, analistas y abstencionistas; ése es el tipo de oposición que nos presentarán. Ningún partido rival.
No van a ser un obstáculo para nosotros en nuestra lucha como partido en las campañas electorales porque no creen en las campañas electorales. En el período inicial después de la escisión con los shachtmanistas, ellos solían presentar sus propios candidatos en contra de nosotros en Nueva York y otros lugares; y en general trataban de competir con nosotros, su partido contra el nuestro. Eso no será el caso con los cochranistas. Si queremos tener cualquier debate con esta gente, creo que vamos a tener que ir a cazarlos a dondequiera que se estén escondiendo. Y en algunos lugares eso va a ser una propuesta difícil, especialmente en Detroit y San Francisco.
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Una prueba para la dirección
Una lucha de fracciones es una prueba para la dirección. La lucha de fracciones es parte del proceso de construcción del partido revolucionario de masas; no toda la lucha, pero una parte de ella.
Algunos camaradas, especialmente los que trabajan en organizaciones de masas, que quieren ocuparse todo el tiempo con su trabajo constructivo y que se molestan e irritan ante las disputas, riñas y peleas fraccionales, tienen que aprender que no pueden tener paz en el partido si no pelean por ella. La lucha fraccional es una manera de obtener paz.
Como ustedes saben, el partido disfrutó de solidaridad y paz interna durante todo ese período entre 1940 y 1951. Once años —descontando esa pequeña escaramuza con Goldman y Morrow que no fue gran cosa— once años de paz y vida interna normal. Esta “paz larga” llevó al partido a través de la guerra, el juicio y el encarcelamiento de los dieciocho, el boom de la posguerra y el primer período de la cacería de brujas [macartista]. Esa solidaridad y paz interna no cayó del cielo. No nos fue “dada”. Peleamos por ella y la aseguramos en la batalla fraccional con la oposición pequeñoburguesa en los ocho meses de septiembre de 1939 a abril de 1940.
Toda lucha fraccional seria, cuando es conducida apropiadamente por una dirección consciente, se desarrolla en etapas progresivas: tiene un comienzo, una etapa intermedia y un fin, y en cada etapa de la lucha la dirección es puesta a prueba. Sin una dirección consciente, el fraccionalismo puede devorar y destruir a un partido. El fraccionalismo sin cabeza, a veces incluso la menor fina, puede hacer pedazos al partido. Hemos visto pasar esto más de una vez. Todo depende de los dirigentes, de su conciencia. Tienen que saber cómo y cuándo comenzar una lucha fraccional, cómo conducirla, y cómo y cuándo terminarla.
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Las dos primeras etapas de la lucha contra los revisionistas-liquidacionistas en el SWP —el comienzo y la etapa intermedia— ya han quedado atrás. Ahora viene el final. Después tendremos tiempo de sobra para reflexionar sobre las experiencias de las dos primeras etapas. Creo que sería un mal consejo y más que una pérdida de tiempo, en esta etapa de la acción final al terminar la lucha, el comenzar a recordar y a examinar cuántos errores se cometieron y quién cometió este o aquel error, etcétera.
Lo esencial es que el cuadro de dirección del partido en su conjunto vio el problema a tiempo, se hizo cargo de la situación y la expuso abiertamente para ser discutida en forma libre durante cinco meses. Luego, en el plenario de mayo, le ofrecimos una tregua a la minoría para darle una oportunidad de reconsiderar su curso o para establecer las cuestiones con mayor claridad en una discusión objetiva. Después, cuando los cochranistas rompieron la tregua, pasamos cinco meses de “escisión fría”, y finalmente le pusimos fin en el plenario.
Todo eso fue hecho exitosamente, sin desorganizar o desmoralizar al partido. Eso es lo esencial. Podemos dejar para después los recuerdos, los exámenes o los análisis de si éste o aquél cometió un pequeño error aquí o allá. Eso no cuenta ahora. El tercer punto es lo que cuenta ahora, cómo terminar la lucha fraccional. Y aquí, de nuevo, se trata de una cuestión de dirección.
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La cuestión del partido
La dirección es el problema por resolver de la clase obrera de todo el mundo. El único obstáculo entre la clase obrera del mundo y el socialismo es el problema por resolver de la dirección. Eso es lo que significa “la cuestión del partido”. Eso es lo que el Programa de transición quiere decir cuando declara que la crisis del movimiento obrero es la crisis de la dirección. Eso significa que hasta que la clase obrera resuelva el problema de crear el partido revolucionario, la expresión consciente del proceso histórico que pueda dirigir a las masas en lucha, la cuestión seguirá sin resolverse. Es la cuestión más importante de todas: la cuestión del partido.
Y si nuestra ruptura con el pablismo —como lo vemos ahora claramente— se reduce a un solo punto y se concentra en un solo punto, es ese: es la cuestión del partido. Eso nos parece claro ahora que hemos visto el desarrollo del pablismo en acción. La esencia del revisionismo pablista es el echar abajo aquella parte del trotskismo que es hoy su parte más vital: el concepto de la crisis de la humanidad como la crisis de la dirección del movimiento obrero resumida en la cuestión del partido.
El pablismo no sólo aspira a echar abajo al trotskismo, sino que aspira a echar abajo aquella parte del trotskismo que Trotsky aprendió de Lenin. La mayor contribución de Lenin a su época entera fue su idea y su lucha resuelta por construir un partido de vanguardia capaz de dirigir a los obreros en la revolución. Y no limitó su teoría a los confines del tiempo de su propia actividad. Fue hacia atrás hasta 1871, y dijo que el factor decisivo en la derrota de la primera revolución proletaria, la Comuna de París, fue la ausencia de un partido de la vanguardia marxista revolucionaria, capaz de dar al movimiento de masas un programa consciente y una dirección resuelta. Y lo que convirtió a Trotsky en leninista fue su aceptación de esta parte de Lenin en 1917.
Esto está inscrito en el Programa de transición, ese concepto leninista del papel decisivo del partido revolucionario. Y eso es lo que los pablistas están tirando por la borda, en favor del concepto de que las ideas de algún modo se van a filtrar dentro de la burocracia traidora, los estalinistas o los reformistas, y de alguna u otra manera, “en el día del cometa”, la revolución socialista se realizará y se llevará a su conclusión sin un partido marxista revolucionario, es decir leninista-trotskista. Esa es la esencia del pablismo. El pablismo es la sustitución de un partido y un programa por un culto y una revelación.
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El cuadro de dirección
El problema del partido tiene otro aspecto. El problema del partido es el problema de la dirección del partido. Pienso que justo tan ciertamente como el problema del partido es el problema que la clase obrera tiene que resolver antes de que la lucha contra el capitalismo pueda ser victoriosa definitivamente; así también el problema del partido es el problema de la dirección del partido.
No se puede construir un partido revolucionario sin el programa. Todos lo sabemos. Con tiempo, el programa creará al partido. Pero es aquí donde viene el papel de los dirigentes conscientes, para ahorrar tiempo. El tiempo es “de lo esencial” en esta época en la que los años cuentan por siglos. Es ciertamente difícil construir un partido sin una dirección, sin cuadros. De hecho, no se puede.
Vean lo que ha pasado en el mundo, vean las experiencias del último cuarto de siglo, en un país tras otro, donde los escritos y enseñanzas de Trotsky estaban disponibles, donde se conocía el programa, ¿qué es lo que ven? Donde no había líderes para construir el partido, donde carecían de cuadros, el partido no fue gran cosa. Por otro lado, aquellos partidos que sacaron líderes capaces de trabajar juntos como un cuadro permanecieron firmes y sólidos, y prepararon conscientemente su futuro.
El cuadro de dirección juega, en relación con el partido, el mismo papel decisivo que el partido juega con relación a la clase. Quienes tratan de romper los cuadros de los partidos trotskistas históricamente creados, como hacen los pablistas en un país tras otro, en realidad aspiran a destruir a los partidos y a liquidar al movimiento trotskista. Nótese: dije “tratan” y “aspiran”, no dije “lo están logrando”. No lo lograrán. Los partidos trotskistas liquidarán a los liquidacionistas, y el SWP tiene el alto privilegio histórico de poner el ejemplo.
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Dado el programa, la construcción de cuadros de dirección es la clave para la construcción de partidos revolucionarios; y aquélla requiere un grado aún mayor de conciencia y un diseño más deliberado que esta última. Desde luego, cada partido en cada generación desde el Manifiesto comunista ha tenido algún tipo de dirección. Pero ha habido muy poca conciencia acerca de su selección, y por esa razón, entre otras, el problema real queda por resolverse. Las experiencias del pasado a este respecto son ricas en lecciones sobre el tema de qué es lo que no debe hacerse.
La generación actual de la vanguardia revolucionaria, que tiene el beneficio de Lenin y Trotsky, ahora tiene la suprema obligación de examinar los trágicos errores del pasado a este respecto, para evitarlos y para reemplazar métodos azarosos por una teoría consciente y un diseño deliberado en la construcción de los cuadros de dirección.
Tipos de dirección
El primer tipo de dirección de partido, y tal vez el peor, que hemos visto y conocido, incluso en la IV Internacional, es la dirección no planeada de talentosas estrellas individuales que tiran en sentidos opuestos, desperdiciando sus energías en rivalidades personales, riñendo por tonterías, e incapaces de organizar una división de trabajo con sentido. Esa ha sido la trágica experiencia de muchas secciones de la IV Internacional, en particular de la sección francesa. No sé cómo estén las cosas en Francia ahora, pero si sé que la sección francesa de la IV Internacional no se convertirá jamás en un partido de verdad hasta que aprenda a disciplinar a sus estrellas individuales y las haga trabajar juntas.
Un segundo tipo de dirección es la dirección de una camarilla. En cada dirección dé camarilla hay una cierta coordinación, una cierta organización y división del trabajo; y a veces se ve bien, mientras dura. Pero una camarilla se mantiene unida por asociaciones personales —lo que Trotsky, que odiaba las camarillas, llamaba “amiguismo”— y por ese mismo hecho contiene un defecto fatal: puede ser destruida por disputas personales. Este es el destino inevitable de toda camarilla política.
No hay tal cosa, y no puede haberla, como una camarilla permanente, no importa cuáles buenos amigos y compañeros estén reunidos en un círculo estrecho y exclusivo, y se digan a sí mismos: “Ahora tenemos todo en nuestras manos y vamos a hacer que las cosas marchen bien.” Los grandes vientos y olas de la lucha de clases golpean una y otra vez a esta pequeña camarilla. Surgen cuestiones. Se desarrollan dificultades y fricciones personales. Y luego vienen las disputas y las riñas personales, luchas fraccionales sin ningún significado y escisiones sin sentido, y la camarilla termina en el desastre. El partido no puede ser dirigido por una camarilla. Por lo menos, no por mucho tiempo.
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Hay un tercer método de dirección del que sólo me di cuenta, lo confieso francamente, después de cumplir sesenta años. Se trata de la dirección de un culto. Debo de admitir que viví sesenta años en este mundo antes de tropezarme con el hecho de que hay tal cosa como cultos políticos. Comencé a restregarme los ojos cuando vi cómo operaban los johnsonistas [los apoyadores de C.L.R. James, cuyo nombre de partido era Johnson] en nuestro partido. Vi un culto ligado a una sola persona, una especie de mesías. Y pensé, “Caray, nunca se está demasiado viejo para aprender algo nuevo.”
Un culto requiere una base de tontos irreflexivos. Pero eso no es todo. Para que un culto exista, no es suficiente que un dirigente tenga seguidores personales —todo dirigente tiene en mayor o menor grado influencia personal— sino que un dirigente de culto tiene que ser él mismo un cultista. Tiene que ser un megalomaníaco que recibe revelaciones fuera del dominio de la realidad. El dirigente megalomaníaco de un culto es susceptible a brincar en cualquier dirección en cualquier momento, y todos los cultistas lo seguirán automáticamente, como los borregos siguen al que lleva el cencerro, incluso hasta al matadero.
Eso es lo que pasó con los johnsonistas. El culto siguió a Johnson, no sólo por su teoría de la Unión Soviética, otra gente tiene esa teoría; mucha gente en el mundo tiene esa teoría acerca del “capitalismo de estado”. Los johnsonistas eran seguidores cultistas personales de Johnson como si fuera un mesías; y cuando él finalmente dio la señal de brincar fuera de este partido por razones que sólo él sabía, pero supuestamente por alguna ofensa personal que él se imaginó y de la cual ellos no tenían conocimiento alguno y de la cual apenas se habían enterado; todos ellos se fueron del partido a la misma hora, hora estándar del Este. Eso es un culto. El culto pablista, como cualquier otro, es capaz de saltar en cualquier dirección en cualquier momento en que el líder tenga una revelación. No se puede confiar el partido de la vanguardia obrera a un culto o a un líder cultista.
Hay un cuarto método de dirección que ha sido muy común. Lo he visto bastante en mí tiempo: la dirección de la fracción permanente. Esto es algo ante lo cual tenemos que estar en guardia, porque acabamos de pasar por una muy severa lucha fraccional y en el curso de esa lucha nos hemos unido muy estrechamente. Es absolutamente necesario que la dirección vea claramente lo que es una fracción temporal, cuáles son sus propósitos legítimos, cuáles son sus límites y los peligros de una fracción que se endurece hasta la permanencia.
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Endurecimiento de fracciones
No hay mayor abominación en el movimiento político de los obreros que una fracción permanente. No hay nada que desmoralice más eficientemente la vida interna de un partido que una fracción permanente. Alguien podría decir: la experiencia de Lenin contradice eso. ¿Acaso no organizó él una fracción en 1903, la fracción bolchevique, y acaso no permaneció firmemente como fracción dura hasta la revolución? No completamente. La fracción de Lenin —que rompió con los mencheviques en 1903, y después tuvo negociaciones con ellos y en varios momentos se unificó con ellos en un solo partido, y sin embargo permaneció como fracción— solamente era una fracción en su forma externa.
En esencia, el núcleo del Partido Bolchevique de la Revolución de Octubre fue la fracción bolchevique de Lenin. Era un partido. Y la prueba de que era un partido y no una fracción exclusiva de Lenin es que había diferentes tendencias dentro de la fracción bolchevique. Había bolcheviques de derecha y de izquierda. A veces algunos de ellos polemizaron abiertamente con Lenin. Los bolcheviques incluso tuvieron escisiones y reunificaciones entre ellos mismos. Lenin no consideró a la fracción bolchevique como algo que iba a guardar para sí mismo toda su vida como una corporación cerrada.
En los días decisivos de 1917 cuando sacó sus Tesis de Abril, él mostró que su concepto era realmente el de un partido al unirse con Trotsky, lo cual fue de una importancia extrema. Esa fue una acción de partido. Y algunos meses después, cuando Zinoviev y Kamenev, los colaboradores más cercanos de Lenin, se desviaron en la insurrección, él se combinó con Trotsky para aplastarlos. La fracción de Lenin era en realidad un partido.
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Hemos visto fracciones que crecieron a partir de una lucha separada, que cristalizaron y se endurecieron, y se mantuvieron incluso después de que las cuestiones que les dieron origen ya no existían. Eso sucedió en el viejo Partido Comunista.
Su cuadro de dirección, en su conjunto, era una fusión de gente con diferentes antecedentes. Estaban los neoyorquinos y algunos otros que salieron del Partido Socialista, cuya experiencia había sido en el campo del socialismo parlamentario, campañas electorales, etc.; una agrupación puramente “política”. Ruthenberg, Lovestone, etc., representaban estos antecedentes. Había otra tendencia en el partido representada por los “occidentales”: aquellos que tenían antecedentes sindicalistas, antecedentes de trabajo en el movimiento sindical, en huelgas y en la “acción directa” de la lucha de clases. Foster, Bill Dunne, Swabeck, yo mismo, etc., representábamos este origen.
Naturalmente formamos diferentes tendencias —cada una en parte correcta y en parte equivocada— y desde el comienzo siempre había escaramuzas entre ellas. Finalmente, estas tendencias se endurecieron hasta formar fracciones. Luego, después de varios años de experiencia, aprendimos los unos de los otros y las verdaderas diferencias se redujeron. Pero las formaciones fraccionales permanecieron. Una y otra vez las dos fracciones se ponían de acuerdo en qué había que hacer, se ponían de acuerdo en todas las resoluciones para la convención, y sin embargo las fracciones todavía continuaban existiendo.
La degeneración del fraccionalismo
En tales circunstancias las fracciones degeneraron en pandillas que luchaban por el poder, y la degeneración del Partido Comunista fue facilitada en gran medida por ello. La Comintern debió habernos ayudado a unificar a los cuadros; pero en cambio incitó las llamas del fraccionalismo para pescar en río revuelto y crear su propia fracción estalinista. Fueron tiempos amargos. Yo comencé a rebelarme en contra de ese tipo estéril de lucha, e hice varios intentos —esto fue años antes de que fuéramos expulsados del partido por trotskismo— hice varios intentos por romper las formaciones fraccionales, que políticamente no tenían ningún sentido. Varios de nosotros rompimos y nos alejamos de la pandilla de Foster, formamos una agrupación aparte y nos unimos con un grupo que Weinstone había escindido de los lovestonistas, con la misma rebelión en contra del fraccionalismo pandillerista sin sentido. Formamos una “agrupación intermedia” con la consigna: “Disolver las fracciones.”
Durante un par de años dimos una pelea para disolver a las fracciones en el partido. Pero a esas alturas tanto los lovestonistas como los fosteristas se habían endurecido tanto en el espíritu de la pandilla y la camarilla, que fue imposible hacerlo. Eso contribuyó a la degeneración del Partido Comunista, porque las fracciones permanentes se convierten en camarillas y excluyen a todos los demás. Si sucede que una fracción permanente obtiene el control de la dirección del partido y dirige al partido como una fracción, forzosamente va a excluir a otros de ocupar cualquier posición real en la dirección. Por ese mismo hecho obliga a los otros a organizarse en contracamarillas y contrafracciones, y ya no hay un cuadro único en la dirección del partido. Lo vimos suceder en el PC. Tenemos que aprender algo de esa experiencia.
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En nuestro partido, basados en nuestras experiencias y estudios, hemos tenido un concepto de la dirección no como una serie de estrellas individuales sin coordinación; ni como una camarilla; ni —por dios— como un culto; ni como una fracción permanente. Nuestro concepto de la dirección es el de un cuadro de dirección.
Es un diseño consciente en el que se ha trabajado durante años y años. Un cuadro de dirección, en nuestro concepto, tiene las siguientes características básicas: consiste en personas que están unidas primero que nada por el programa, no sobre cada cuestión particular que surge en el trabajo diario, sino sobre el programa básico del trotskismo. Ese es el comienzo.
La segunda característica es que el cuadro de dirección es una selección inclusiva y no exclusiva. No tiene una lista de miembros fija, sino que deliberadamente deja la puerta abierta todo el tiempo para incluir a gente nueva, para la asimilación y desarrollo de otros, de tal manera que el cuadro de dirección se esté ampliando de forma flexible en número y en influencia constantemente.
Nuestro cuadro tiene otra característica. Construye el Comité Nacional como una representación ampliamente democrática del partido. No sé cómo se construye la dirigencia en otros partidos, pero a nuestro partido no lo dirige exclusivamente un grupo de trabajo político central en Nueva York. La dirigencia, siempre lo enfatizamos, no es el Secretariado. No es el Comité Político. No es el Comité de Redacción. Es el plenario. El plenario incluye al Secretariado, al Comité Político, al Comité de Redacción, además de los camaradas dirigentes de todos los distritos del partido.
Una dirección verdaderamente representativa
Estos representantes distritales, como ustedes saben, no son designados en Nueva York y ascendidos mediante maniobras especiales. Todos sabemos cómo hacer ese tipo de cosas y deliberadamente nos abstenemos de hacerlo. Los dirigentes centrales nunca interfieren con las deliberaciones de las comisiones de nominación en las convenciones del partido. Los representantes distritales son escogidos libremente por los delegados de sus distritos y confirmados por la comisión de nominación. Realmente representan sus seccionales o comités locales, y cuando se sientan en un plenario tenemos una representación realmente democrática del partido entero. Esta es una de las razones por las cuales nuestros plenarios tienen tal autoridad de mandato en el partido.
Cuando el plenario se reúne, podemos decir que somos la dirección, porque realmente lo somos. Es una pequeña convención cada vez que tenemos un plenario del Comité Nacional. Eso es parte de nuestro programa deliberado de construir una dirección representativa que esté controlada democráticamente.
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Una tercera característica de nuestro concepto del cuadro, sobre el cual trabajamos todo el tiempo de manera deliberada y consciente, es cultivar entre las personas dirigentes la habilidad de trabajar juntos; de no ser estrellas individuales; no ser sabelotodos que se convierten en problemas ellos mismos sino gente que encaja en una maquinaria: que trabaja con otros, que reconoce los méritos y respeta las opiniones de otros, que reconoce que no hay persona que no sea importante, que todo aquél que está por el programa y es enviado por su seccional o comité local al Comité Nacional tiene algo que contribuir. La tarea de los dirigentes centrales del partido es abrirle la puerta, averiguar qué es lo que puede hacer, y ayudarlo a entrenarse a sí mismo para hacerlo mejor en el futuro.
La habilidad para trabajar juntos es una característica esencial de nuestro concepto del cuadro de dirección, y la siguiente característica es la de una división del trabajo. No es necesario que uno o dos sabihondos lo sepan todo y hagan todo. Es mucho mejor, más firme y más seguro, si hay una amplia selección de personas, cada una de las cuales contribuyen en algo a las decisiones y se especializa en el trabajo para el cual está calificada, y coordina su trabajo con otras personas.
Debo decir que estoy muy satisfecho con la manera en que el cuadro de dirección de nuestro partido ha evolucionado y se ha desarrollado en el período desde que comenzó la lucha abierta con los revisionistas Pablo-Cochran. Creo que le han dado al movimiento mundial una demostración modelo de un grupo fuerte de personas, de varios talentos y experiencias, que aprenden cómo coordinar sus esfuerzos, cómo dividirse el trabajo, y cómo trabajar colectivamente de modo que la fuerza de cada uno se convierta en la fuerza de todos. El resultado es una máquina poderosa que combina los méritos de sus miembros individuales para obtener un poder multiplicado.
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Y no sólo es que se combinen los méritos y se obtenga algo bueno de ellos. A veces también se puede obtener algo bueno y resultados positivos de una combinación de fallas. Eso también sucede con un cuadro adecuadamente organizado y coordinado. Ese pensamiento me lo expresó Trotsky en una carta. Lo que les digo aquí no es sólo lo que yo he visto, experimentado y pensado en mi propia cabeza. No es sólo nuestra experiencia, sino una buena dosis de instrucción personal de Trotsky. Él se hizo la costumbre de escribirme muy a menudo después de descubrir que yo estaba dispuesto a oír y que no me ofendía por una crítica amigable.
El consejo de Trotsky
Me aconsejaba todo el tiempo acerca de los problemas de la dirección. Incluso en un pasado tan remoto como 1935 y 1936, en la lucha con los musteístas y los oehleristas, nos dio ese consejo. Siempre se refería a Lenin, cómo Lenin había conformado su cuadro. Él decía que Lenin tomaba a un hombre que tenía el impulso para la acción, con olfato para las oportunidades y tenía una tendencia a apresurarse, y lo balanceaba con un hombre un poco más cauteloso; y el arreglo entre los dos producía una decisión balanceada, que redundaba en beneficio del partido.
Me dijo, por ejemplo, en una carta en la que me aconsejaba ser muy cauteloso y no hacer una planilla exclusiva para el Comité y no eliminar a personas que tenían algunas fallas que a mí no me gustan especialmente, como el titubeo, la tendencia a conciliar, y en general la falta de decisión: él dijo que Lenin solía decir acerca de Kamenev que era un vacilante por naturaleza, en el momento de la decisión siempre tendía a “ablandarse”, a vacilar y a conciliar. De hecho, Kamenev pertenecía a la fracción de los bolcheviques conciliadores en el período de 1907 a 1917, con una tendencia hacia la conciliación con los mencheviques, pero permaneció en el Partido Bolchevique.
Y Lenin —como Trotsky me lo explicó— solía decir: necesitamos a Kamenev en el Comité Central porque su tendencia a titubear y a conciliar es un reflejo de una cierta tendencia de ese tipo en las bases del partido, y de la cual queremos mantener una medida a la vista. Cuando Kamenev habla sabemos que hay un cierto sentimiento del mismo tipo en el partido que tenemos que tomar en consideración. Y aunque no aceptamos los titubeos y el conciliacionismo de Kamenev, vamos despacio y la tomamos en cuenta, porque cuando nos movamos queremos llevarnos a todo el partido con nosotros. Si plantea demasiadas objeciones, nos detenemos un momento y dedicamos un poco más de tiempo a la educación de las bases del partido para asegurarnos de que las bases estarán sólidas.
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Nuestra fuerza está en la combinación tanto de nuestras fallas como de nuestras virtudes. Tomado en su conjunto, eso es lo que llamo el concepto de cuadro de dirección. Durante el año pasado este cuadro se había convertido en una fracción, esto es, la gran mayoría del cuadro. Nos hemos involucrado en una lucha fraccional. Pero, ¿para qué se organizó ese cuadro como una fracción? No fue todo el cuadro; fue la mayoría, pero no todo. No incluyó a los camaradas de Buffalo y Youngstown: había algunas diferencias ahí al principio, pero fueron prácticamente eliminadas en el curso de la lucha; las decisiones de este plenario son todas unánimes. Pero en el comienzo, la mayoría del cuadro se conformó como una fracción: se reunía por sí sola, tomaba sus propias decisiones, etcétera.
Sin embargo, esta fracción no se formó con el propósito de tener una fracción. No se formó como una combinación permanente de buenos muchachos que se quedarían juntos para siempre y no dejarían que nadie se les uniera. No es una pandilla, ni un clan, ni una camarilla. Es simplemente una organización político-militar formada con un cierto propósito. Pero, ¿cuál era ese propósito? El propósito era derrotar y aislar a la fracción revisionista de Pablo-Cochran. Ese objetivo ha sido cumplido.
Disolución de la fracción mayoritaria
Siendo ese el caso, ¿cuál es el deber de esta fracción ahora? ¿Nos vamos a quedar juntos en recuerdo de los “viejos tiempos”, y formar una especie de “Gran Ejército de la República” [organización de veteranos del ejército de la Unión de la Guerra Civil de los Estados Unidos]: los únicos que pueden usar cintillas, pedir privilegios especiales y honores? No. El deber de esta fracción ahora es decir: “La tarea ha sido terminada, la fracción ya no es necesaria y la fracción debe ser disuelta en el partido.” La dirección del partido pertenece a partir de ahora a los cuadros en su conjunto, reunidos en este plenario. Todos los problemas, todas las cuestiones a discusión, deben ser llevadas directamente a las seccionales del partido.
Quiero comenzar esta nueva etapa de vida partidaria anunciando aquí, en nombre de la fracción mayoritaria del Comité Nacional, su decisión unánime: la fracción mayoritaria que fue formada para los propósitos de la lucha, habiendo cumplido su tarea, se disuelve aquí en el partido.