La Muerte de Kim Jong-Il y el Futuro de Corea del Norte
Por Rodolfo Kaleb. Originalmente publicado en portugués, en febrero del 2012. Uno o más extractos quedaron fuera de la presente versión.
Corea del Norte, uno de los últimos países de economía burocráticamente planificada, tiene un nuevo “Líder Supremo” para sustituir Kim Jong-Il, que murió al final del 2011: el propio hijo del burócrata, Kim Jong-Un. Esta es la segunda transición en el lideranzgo de la burocracia estatal norcoreana dentro de los marcos de la familia Kim. Los Kim y toda la camada privilegiada de burócratas de Estado que ellos representan tienen uno de los regímenes más cerrados del mundo. Al mismo tiempo, el odio de las televisiones, periódicos y otros medios de comunicación burguesa contra Corea del Norte no se explica por este hecho. Los capitalistas, de Washington a Paris, de Londres a Tokio, jamás dejaron de prestar apoyo a muchos gobiernos tiranos del mundo, desde que fuesen subordinados a ellos. Su odio intrínseco contra Corea del Norte, y el apoyo enfático a los capitalistas surcoreanos está en la estructura de clase de aquel país.
Ninguna burguesía nativa o extranjera controla a Corea del Norte. El Estado norcoreano es responsable por la manutención, de manera deformada y débil, de una economía colectivizada, donde existen fuertes barreras contra la acumulación de capital bajo la forma de propiedad privada capitalista. La burguesía fue, como un todo, expropiada económica y políticamente y dejó de existir mientras era una clase en Corea del Norte en el fin de la década de 1940, aunque la presión de las burguesías del resto del mundo, principalmente las imperialistas, permanezcan afectando al país. Eso ha llevado inclusive la burocracia dominante, que es una “correa” de esas presiones en el Estado norcoreano, adoptando medidas de abertura al capitalismo, que ponen en riesgo la naturaleza no-capitalista de la economía:
“Corea del Norte ha sido históricamente organizada bajo líneas similares a otras economías centralmente planificadas. Los derechos de propiedad pertenecieron ampliamente al Estado, los recursos se distribuyeron a través de planes y no a través del mercado, y los precios y el dinero no fueron características centrales de la economía. Hasta 1998, la constitución estatal reconoció dos categorías económicas generales: empresas de propiedad estatal y cooperativas de trabajadores. Desde finales de los años 1940 hasta finales de los años 1980, Corea del Norte tuvo una de las más completas economías socialistas en el mundo.
“El PTC (Partido del Trabajo de Corea) es el poder supremo en Corea del Norte, y tiene control total sobre el gobierno y los órganos de Estado. Las revisiones constitucionales de septiembre de 1998 mantuvieron las estipulaciones de que la ‘República Popular Democrática de Corea debe conducir todas las actividades bajo el liderazgo del Partido del Trabajo’. Ninguna decisión puede ser tomada sin la aprobación del partido, y el partido retiene total control sobre las iniciativas económicas, fábricas y haciendas cooperativas.” (North Korea: A Country Study. Research Division, Library of Congress, 2009).
Así como en los otros Estados obreros deformados remanentes – Cuba, China y Vietnam – la burocracia de Corea del Norte realizó ciertas aberturas al capitalismo (aunque en escala mucho menor que los otros tres) y una enorme desestructuración de la economía planificada. Tales medidas son fruto del todavía mayor aislamiento económico de esos países después de la destrucción de la URSS, y también una capitulación de la burocracia a presiones imperialistas. Esas contrarreformas facilitan el trabajo de restauración de los capitalistas, pues hacen crecer más desigualdades y antagonismos en la sociedad norcoreana.
La propiedad privada existe en Corea del Norte, dentro de límites establecidos y controlados por la burocracia, mientras que una forma minoritaria de propiedad, mas la economía del país todavía es, en general, de propiedad estatal, aunque crecientemente destorcida por la mala administración burocrática y por la penetración del mercado. Sin embargo, esas mudanzas no redefinieron, por si mismas, el carácter del poder estatal. No hubo todavía ninguna destrucción o sacudida sensible en el Estado norcoreano. A no ser que podamos hablar de una contrarrevolución “imperceptible” y que el Estado esté transformándose “poco a poco” en un Estado burgués (una idea que Trotsky correctamente nombró de “reformismo al contrario”) esas reformas económicas todavía no mudaron el carácter de clase del poder dominante en Corea del Norte. Sólo la destrucción del actual aparato de Estado y su sustitución por otro erguido por la burguesía podría ser identificada mientras que la victoria de una contrarrevolución social.
Los trotskistas tienen la tarea de defender a Corea del Norte contra cualquier amenaza de restauración capitalista. La expropiación de la clase capitalista en Corea del Norte posibilitó muchas conquistas sociales – a saber, grandes avances en los campos de derechos de las mujeres, alimentación y habitación, salud y educación. La renta per cápita en Corea del Norte era mayor que la de Corea del Sur hasta mediados de la década de 1970 (de acuerdo con la investigación Country Studies sobre Corea del Norte). Al mismo tiempo, la burocracia de Corea del Norte tiene una condición privilegiada y la desestructuración económica que ella causa lleva a desastres económicos, como la gran hambre resultante del colapso agrícola que afectó el país en el inicio de los años 1990. La burocracia es un órgano permanente de desigualdad, obteniendo bienes lícitos e ilícitos, erguiendo un padrón de vida desproporcionalmente más alto del que el de la población trabajadora.
Mas las condiciones de vida en Corea del Norte, todavía sin las terribles deformaciones impuestas por la burocracia, difícilmente podrían superar la de muchos países capitalistas centrales. A pesar de la retórica de apariencia marxista de los gobernantes del país, no puede existir socialismo en una nación tan pequeña y atrasada mientras que el resto del mundo permanece capitalista. Discutiendo la caracterización de “socialista” para la Unión Soviética (donde el desarrollo económico era mucho mayor que en Corea del Norte), León Trotsky concluyó;
“En todo caso, Marx entendía por ‘etapa inferior del comunismo’ la de una sociedad cuyo desarrollo económico fuera, desde un principio, superior al del capitalismo avanzado. En teoría, esta manera de plantear el problema es irreprochable, pues el comunismo, considerado a escala mundial, constituye, aun en su etapa inicial, en su punto de partida, un grado superior con relación a la sociedad burguesa. (…) esta definición no se aplica seguramente a la URSS que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto a técnica, a bienes y a cultura que los países capitalistas. Es más exacto, pues, llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista.” (La revolución traicionada – Cap. 3, 1936)
El socialismo, incluso en su probablemente inicio conturbado pos-revolucionario, irá a superar en mucho al capitalismo más avanzado – para lo que es necesario derrotar a la burguesía mundial con la intervención de la clase trabajadora en los países dependientes y centrales. Aislada, Corea del Norte permanece un país presionado, y, por lo tanto, prisionero de las presiones imperialistas, aunque indirectamente. El país negó el capitalismo, pero todavía no lo superó, lo que es parte esencial del desarrollo socialista.
Los trotskistas buscan hacer girar adelante la rueda de la historia. El futuro de Corea del Norte debe ultra pasar su pasado capitalista, y no retornar a él. A penas el socialismo despertará las fuerzas productivas y la prosperidad global que permite el desarrollo tecnológico capitalista, pero son retenidas irracionalmente por las crisis y desempleo en masa, por el empobrecimiento de la clase trabajadora, por la división nacional entre los países, la concurrencia local y global entre oligopolios imperialistas y por las guerras generadas por ese mismo sistema. Mas para expandir la revolución a nivel mundial, los trabajadores en Corea del Norte precisan, en primer lugar, librarse de los parásitos burocráticos que comandan su propio país.
La Segunda Guerra Mundial y el Chon Pyong
La península de Corea fue, entre 1905 y el fin de la Segunda Guerra Mundial, una región dominada por el imperialismo japonés. Era una nación principalmente agraria, mas con un proletariado joven y concentrado en las grandes ciudades. El Partido Comunista de orientación stalinista ganó influencia entre las masas al organizar la lucha armada contra la ocupación japonesa. La derrota de Japón en la guerra y la subsecuente destrucción del imperio colonial japonés removieron el principal obstáculo para el suceso de una revolución en el país. Casi toda la frágil burguesía coreana había apoyado la ocupación japonesa y las masas populares les nutrían un inmenso odio.
Japón comenzó su retirada de Corea ante sus derrotas en el Pacífico. La URSS stalinista le declaró guerra a Japón a penas en los últimos meses de la Segunda Guerra, el 8 de agosto de 1945, y ocupó con sus ejércitos la península coreana por el Norte. A pesar de planear avanzar inicialmente libre por el territorio, la presión de Estados Unidos hizo que Stalin acepte que el ejército soviético no ultrapasara el 38º paralelo, que garantizaría a los capitalistas norteamericanos el dominio de Seúl, desde entonces la principal ciudad industrial de la región. Los Estados Unidos sólo ocupó Corea un mes después, luego de una invasión anfibia el 9 de septiembre, y mantuvieron sus ejércitos en la parte Sur.
Desde la salida de Japón, la lucha de clases en Corea entró en una situación pre-revolucionaria. Creció enormemente la influencia del Partido Comunista y surgieron espontáneamente comités populares de masa. Varios comités de trabajadores también realizaron ocupaciones de fábrica del Norte al Sur del país. Fue a partir de acciones de ese tipo que se organizó el Chon Pyong (Consejo Nacional de los Trabajadores), como una forma de control proletario de las industrias y barrios.
La ocupación norteamericana en el Sur de Corea recibió un merecido odio de la población trabajadora. El ejército de los Estados Unido mantuvo la misma legislación policial de la ocupación japonesa para lidiar con la situación explosiva de la lucha de clases. Los representantes de la burguesía imperialista también colaboraron con los capitalistas nativos y montaron un gobierno fanfarrón del Partido Democrático Coreano (PDC) comandado por Synghman Rhee, que estaba en una posición de extrema inestabilidad y no conseguiría haberse mantenido sin la presencia de los Estados Unidos.
El Chon Pyong era dirigido principalmente por los stalinistas, mas también influenciado por corrientes de orientación social demócrata. En la parte Sur de Corea, el instrumento de doble poder de los trabajadores coreanos fue luego puesto en la ilegalidad por el gobierno burgués de Rhee. La resistencia contra las prisiones de líderes stalinistas en el inicio de 1946 desencadenó una lucha de millones que fue severamente reprimida y derrotada por la ocupación norteamericana. El impacto de esa embestida armada directa tuvo efectos severos sobre los rumbos de Corea. Ante extrema presión imperialista, el ejército soviético ocupante expropió la burguesía nacional y extranjera en el Norte. Esa medida fue tomada por los stalinistas porque de ella dependía su sobrevivencia, teniendo en vista la poca tolerancia de la ocupación imperialista con la turbulencia social.
El nuevo “aparato especial de hombres armados” en el Norte representaba los intereses de los líderes militares stalinistas, que tomaron a URSS como un modelo. Los sectores militares de la burocracia stalinista, que dominaron este Estado desde el comienzo, no tenían características propias de una clase social. Ellos fueron obligados a reproducir en Corea del Norte la misma base social establecida en la Unión Soviética por los trabajadores revolucionarios después de 1917, o sea, monopolio del comercio exterior y dominio estatal del comercio interno, propiedad estatal general de las industrias y demás medios de producción, planificación económica y establecimiento de barreras a la acumulación de capital privado. Todas esas características, sin embargo, fueron deformadas por el dominio de la casta burocrática, que en Corea del Norte estuvo en el control desde la formación del Estado.
El líder de esta casta dominante recién-formada era Kim Il-Sung, que dirigía un destacamento coreano bajo las órdenes del ejército soviético, y fue escogido a dedo por Stalin para este puesto. Los comités populares del Norte fueron incorporados a la estructura estatal y perdieron su independencia, mas mantuvieron temporariamente su existencia. Así surgió la separación, marcada por el 38º paralelo, entre la “República de Corea” al Sur y la “República Democrática Popular de Corea” al Norte.
La Guerra de Corea
La lucha de clases en Corea continuó en grados flameantes después de la retirada de los dos ejércitos de ocupación en 1949, resultado de acuerdos diplomáticos. Durante todo el período anterior a la salida de la URSS y de los Estados Unidos, una verdadera guerra de bajo impacto ocurría entre el gobierno burgués de Corea del Sur y guerrillas urbanas pro-Norte. No fue de ninguna forma una sorpresa cuando comenzaron a surgir conflictos de frontera entre los dos Estados. Ambos lados tenían planos belicosos uno en relación al otro. El 3 de julio de 1950, un conflicto se inició entre los dos Estados en razón de una disputa de frontera. El ejército de Corea del Sur se retiró mientras que las tropas del Norte avanzaban – deserciones en masa, debido al amplio apoyo popular del Norte, hicieron que en poco tiempo las tropas de Kim dominasen casi toda la península, aislando las tropas surcoreanas en el extremo meridional.
Durante los tres meses en los cuales la península fue mantenida bajo control de la República Democrática Popular de Corea, varias empresas extranjeras fueron expropiadas. La burguesía norteamericana, apoyada por las otras potencias imperialistas, reaccionó. El 15 de septiembre de 1950, la recién fundada organización de las Naciones Unidas intervino en el conflicto. La ONU fue la fachada para un ejército formado por unidades de más de 16 naciones capitalistas, incluyendo Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá. En algunas semanas, esa colosal contrarrevolución expulsó a las fuerzas del Norte 38º paralelo encima y llegó hasta la frontera de Corea con China, en el Rio Yalu. El terror contrarrevolucionario es siempre mucho más violento que cualquier levantamiento popular. Se estima que el ejército de la ONU cometió más de cien mil ejecuciones a penas en su modificación inicial en territorio coreano. Debe quedar bien marcado en la memoria de los trabajadores como fue que esa organización que se proclama hasta hoy como la defensora de la “paz mundial” inauguró su currículo.
La reacción del Norte vino con el apoyo del ejército de la República Popular de China, fuerza armada del Estado obrero deformado que se había establecido en esa gigantesca nación en 1949. Mao Zedong y los burócratas de Beijing rigieron ante amenazas imperialistas inminentes y doscientos mil soldados coreanos y chinos hicieron retroceder las tropas de la ONU de vuelta al 38º paralelo en julio de 1951. Allí se estableció un equilibrio bélico en que ninguna de las tropas conseguía avanzar más sobre la otra. En el mismo año comenzaron negociaciones para establecer una tregua, mas sólo vino dos años después, el 27 de julio de 1953. En ese período los bombardeos aéreos de la ONU devastaron toda Corea y redujeron el país a escombros.
El armisticio dividió al país de forma prolongada, situación que se mantiene hasta hoy. En el Sur fue restablecido un gobierno burgués dictatorial, régimen que se mantuvo hasta el fin de los años 1980. Ya en Corea del Norte, con la destrucción por el conflicto de las experiencias de los comités proletarios, se fortaleció el dominio de la burocracia stalinista. Kim Il-Sung irguió un culto nacionalista y personalista, mientras que se autoproclamaba el “Gran Líder Perpetuo” del país. Tales acciones fueron acompañadas de una expurgación masiva de cualquier disidente político y abrió camino para el dominio autónomo de la burocracia.
Un partido trotskista en la Guerra de Corea habría dado apoyo militar incondicional al Norte. La victoria del Norte, en aquellas circunstancias, habría representado la extensión de una revolución social, aunque deformada, y eso habría traído ventajas estratégicas para los trabajadores coreanos en una lucha por el socialismo. La victoria de los capitalistas surcoreanos aliados al imperialismo mundial, por otro lado, representaría el completo aplastamiento armado de los trabajadores políticamente organizados. Mas al mismo tiempo en que defendieron militarmente al Norte, los trotskistas no dejarían de denunciar los intereses antidemocráticos y nacionalistas de la burocracia, para preparar la consciencia de los trabajadores para su derrumbe por una revolución política. La posición política esencial de los trotskistas sería la defensa estratégica del Chon Pyong (los soviéts coreanos), contra ambos ejércitos capitalistas y posibles agresiones de los burócratas stalinistas, que temen hasta hoy la libre expresión política de los trabajadores.
Leninismo vs. Juche
Las contradicciones de la revolución social deformada realizada en Corea del Norte fueron responsables por las características problemáticas del Estado norcoreano que surgió a partir de esta – equivalentes a las analizadas por Leon Trotsky para la Unión Soviética bajo Stalin. La principal de esas características es también la base de la política stalinista – el “socialismo en un sólo país”. La perspectiva del “socialismo en un sólo país”, difícilmente formulada claramente por los stalinistas, es la esencia causante de grandes derrotas para el proletariado mundial. Sin embargo, ella responde perfectamente a los intereses principales de la burocracia de los Estados obreros deformados.
La idea de que una nación atrasada, por supuestas “especificaciones nacionales”, puede llegar por si sólo al socialismo; la disposición plena de coexistir con la burguesía imperialista y la capitulación a sus sectores “democráticos”, “de izquierda” el “progresivo”; el apoyo descarado a partidos y jefes burgueses en los países atrasados en detrimento de la independencia de la clase trabajadora; la idea de que el socialismo es compatible con la manutención de un poderoso aparato policial; el culto a la personalidad de los líderes y una fraseología de apariencia marxista – en eso consiste la política del stalinismo.
La “doctrina nacional” establecida en Corea del Norte por Kim Il-Sung luego al fin de la Guerra de Corea (y que inspiró a sus descendentes) es una versión de “socialismo en un sólo país”. El “Juche”, que significa autosuficiencia, es la ideología oficial del Estado norcoreano y afirma que esa pequeña y pobre nación tiene plenas condiciones de alcanzar el socialismo sin ninguna interferencia del proletariado de los otros países. De acuerdo con Kim Il-Sung:
“Siempre nos apegamos al principio de resolver todos los problemas de la revolución y de la construcción independientemente, de tener en cuenta las verdaderas condiciones de nuestro país y confiando principalmente en nuestra propia fuerza. Nosotros aplicamos de forma creativa los principios universales del Marxismo-Leninismo y las experiencias de otros países para caber en las condiciones históricas y las peculiaridades nacionales de nuestro país, y resolvemos los problemas bajo nuestra propia responsabilidad, bajo todas las circunstancias, oponiéndose al espíritu de confianza en los demás y levantando el principio de la confianza en sí mismo. La palabra Juche, ampliamente conocida por el mundo, es un término que expresa tal principio creativo e independiente y la posición a la que se adhirió nuestro partido al conducir la lucha revolucionaria y el trabajo constructivo.” (Respuestas a las preguntas de la delegación de los periodistas iraquíes, 1971, énfasis nuestra).
A pesar de todos los floreos sobre “autoconfianza” y “aplicación creativa” que los stalinistas norcoreanos supuestamente defienden, el centro de su política es la dispensa que hacen de los trabajadores de los otros países, que consideran un factor irrelevante para el desarrollo de su “socialismo”. Mas una nación atrasada no puede llegar al socialismo sin que los trabajadores de los otros países realicen sus revoluciones. El socialismo sólo puede triunfar cuando sea victorioso a nivel mundial. Por esa razón, la perspectiva de Lenin y del Partido Bolchevique/Comunista hasta 1923 era diametralmente diferente. Al mismo tiempo en que hacían todo lo que estaba a su alcance para defender a la Unión Soviética del punto de vista económico y militar, los leninistas ponían como su primera tarea, apoyar el proletariado de los otros países para que quebrasen su propio aislamiento. Dejemos que Lenin hable por si mismo:
“Sabemos, camaradas obreros norteamericanos, que vuestra ayuda aún tarde tal vez en llegar, pues el desarrollo de la revolución en los diversos países se produce en formas distintas, a ritmo diferente (y no puede producirse de otro modo). Sabemos que la revolución proletaria europea puede no estallar en las próximas semanas, por rápida que sea en este ultimo tiempo su maduración. Contamos con que la revolución mundial es ineludible, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que cifremos nuestras esperanzas como unos simples en la indefectibilidad de la revolución a plazo breve y determinado. Hemos visto en nuestro país dos grandes revoluciones, la de 1905 y la de 1917, y sabemos que las revoluciones no se hacen por encargo ni por convenios. Sabemos que las circunstancias han puesto en vanguardia a nuestro destacamento, al destacamento de Rusia del proletariado socialista, y no a causa de nuestros méritos, sino a causa del atraso particular de Rusia, y que hasta que estalle la revolución mundial son posibles derrotas de algunas revoluciones.
“A pesar de ello, sabemos a ciencia cierta que somos invencibles, ya que la humanidad no se doblegara ante la matanza imperialista, sino que acabara con ella. Y el primer país que ha roto los grilletes de la guerra imperialista ha sido el nuestro. Hemos hecho los mayores sacrificios en la lucha por destruir esos grilletes, pero los hemos roto. Estamos libres de ataduras imperialistas y hemos enarbolado ante el mundo entero la bandera de la lucha por el derrocamiento completo del imperialismo.
“Nos encontramos como si estuviéramos en una fortaleza sitiada en tanto no nos llegue la ayuda de otros destacamentos de la revolución socialista mundial. Pero esos destacamentos existen, son mas numerosos que los nuestros, maduran, crecen y se fortalecen a medida que se prolongan las ferocidades del imperialismo. (…) Los obreros marchan con paso lento, pero firme, hacia la táctica comunista, bolchevique, hacia la revolución proletaria, la única que puede salvar la cultura y la humanidad del hundimiento definitivo.” (Carta a los obrero norteamericanos, 1918)
Obviamente, Corea del Norte también es una “fortaleza sitiada”, aunque bastante deformada, cuyos verdaderos leninistas deben intentar rescatar, no apenas defendiéndola militarmente contra los capitalistas, mas principalmente luchando por el éxito de la revolución mundial. La política de los stalinistas de la familia Kim ignora esta segunda y más importante tarea, lo que hace de ella (como las otras variantes del stalinismo) una ideología nacionalista pequeña-burguesa. La verdadera preocupación de los stalinistas es la manutención de la propia condición privilegiada y ellos piensan ser posible mantener la paz en el mundo dominado por los imperialismos:
“La paz es la aspiración común de la humanidad, y sólo cuando la paz se garantiza, las personas pueden crear una vida nueva independiente. La idea equivocada y la política de superar la independencia de otros países y otras naciones y de dominar a otros es la causa de la actual amenaza a la paz. Para salvaguardar la paz, todos los países y naciones deben mantener la independencia, oponerse a las políticas de este tipo y desarrollar una poderosa lucha internacional conjunta para prevenir la agresión y la guerra”. (Kim Il-Sung, Por un Nuevo Mundo Libre y en Paz – Discurso a la Ceremonia de Apertura de la 85ª Conferencia Parlamentaria, 29 de abril de 1991).
Los stalinistas quieren el apoyo del proletariado internacional solamente en la medida en que este luche por la estabilidad y la paz de su país con las burguesías imperialistas. Mas la paz a largo plazo con las burguesías imperialistas es una ilusión terrible: los capitalistas no pueden descansar mientras no retomen completamente el dominio del país. La “defensa de las naciones y de la paz” sumada a la negación de la tarea de apoyar al proletariado internacional contra “sus” Estados y “sus” burguesías (o sea, de ayudar a promover los conflictos de clases dentro de los países capitalistas a favor del proletariado), es una acomodación nacionalista del marxismo en favor a los intereses de la casta burocrática stalinista, de coexistir con el capitalismo a nivel mundial, y sólo es una receta para la derrota. Como está escrito en el documento del II Congreso de la Internacional Comunista dirigida por Lenin y Trotsky:
“La lucha contra este mal, contra los prejuicios nacionales pequeñoburgueses más arraigados, adquiere tanta mayor importancia cuanto mayor es la palpitante actualidad de la tarea de trasformar la dictadura del proletariado, convirtiéndola, de nacional (es decir, que existe en un solo país y que no es capaz de determinar la política mundial) en internacional (es decir, en dictadura del proletariado cuando menos en varios países avanzados, capaz de tener una influencia decisiva sobre toda la política mundial). El nacionalismo pequeñoburgués proclama como internacionalismo el mero reconocimiento de la igualdad derechos de las naciones, y nada más (dejo a un lado el carácter puramente verbal de semejante reconocimiento), manteniendo intacto el egoísmo nacional, en tanto que el internacionalismo proletario exige: 1) la subordinación de los intereses de la lucha proletaria en un país a los intereses de esta lucha en escala mundial; 2) que la nación que triunfa sobre la burguesía sea capaz y esté dispuesta a hacer los mayores sacrificios nacionales en aras del derrocamiento del capital internacional.” (Tesis y Adiciones sobre los problemas nacional y colonial, segundo Congreso de la Internacional Comunista, 1920).
Otra diferencia entre el leninismo y la política de los stalinistas norcoreanos es el papel que puede cumplir el nacionalismo para la clase trabajadora. Kim Il-Sung tornó el culto para la nacionalidad coreana una piedra de toque de su doctrina:
“Así, el patriotismo y el internacionalismo son inseparables. El que no ama su propio país no puede ser leal al internacionalismo, y el que no tiene fe en el internacionalismo no puede tener fe en su propio país y pueblo. Un verdadero patriota es precisamente un internacionalista y viceversa.” (Kim Il-Sung, Sobre Eliminar el Dogmatismo y el Formalismo y Establecer el Trabajo Ideológico Juche – Discurso a los Propagandistas y Agitadores del Partido, 1955).
Para Lenin y los Bolcheviques, el nacionalismo era una plaga perniciosa que en lo mínimo (en el caso de los países atrasados) obstaculizaba la lucha por la liberación nacional y mantenía a los trabajadores presos a la burguesía, y a lo más (en el caso de los países avanzados) justificaba la matanza y la dominación imperialista. En 1913, todavía como un socialdemócrata revolucionario, Lenin escribió:
“El marxismo no puede ser reconciliado con el nacionalismo, ni siquiera en su forma ‘más justa’, ‘pura’, refinada y civilizada. En vez de hacer avanzar el nacionalismo, el marxismo avanza al internacionalismo. la amalgama de todas las naciones en una unidad mayor, una necesidad que crece ante nuestros ojos, con cada kilómetro de ferrocarril que es construido, con cada truste internacional, y con cada asociación internacional de trabajadores que está formada (una asociación que es internacional en sus actividades económicas como en sus ideas y objetivos).” (Comentarios críticos sobre la cuestión nacional, Cap. 4, 1913)
Sumada al culto de la patria norcoreana, Kim Il-Sung y sus herederos también establecieron el culto a sus propias personalidades. En esto, los stalinistas norcoreanos son los campeones: su narcisismo llega a grados tan elevados que el calendario establecido en el país tiene como Año Uno el año del nacimiento de Kim Il-Sung, 1912. En cuanto a eso, ni caben argumentos. El Juche, así como las demás variantes del stalinismo, no tiene nada que ver con el leninismo.
Sí al trotskismo, no al pablismo
La deformación stalinista del marxismo fue combatida por la Oposición de Izquierda Internacional (precursora de la Cuarta Internacional), fundada por Leon Trotsky. Él mostró como la política de Stalin había servido como la mejor fachada para una casta de burócratas que se aprovecharon de la fragilidad del proletariado ruso para alzarse al poder y defender sus propios intereses, en oposición a los de la clase trabajadora.
Las transformaciones sociales de la postguerra (no sólo en Corea del Norte, mas también en Europa Oriental, China y Vietnam del Norte) llevaron a la desorientación y al surgimiento del revisionismo en las columnas del trotskismo. La Cuarta Internacional quedó extremamente fragilizada por el asesinato de muchos de sus cuadros con más experiencia durante el conflicto mundial. Los nuevos dirigentes de la Cuarta Internacional: Michel Pablo, Ernest Mandel, Pierre Frank entre otros, impactados de forma impresionante por los nuevos eventos, defendieron que los trotskistas deberían pasar a ser un instrumento de presión sobre los partidos y burocracias stalinistas que habían creado los Estados obreros deformados, porque ellos serían supuestamente capaces de llevar el mundo al socialismo por las nuevas circunstancias objetivas. Eso es lo mismo que abandonar una perspectiva orientada para la clase trabajadora, y la oposición irreconciliable del trotskismo contra el stalinismo.
Esta fue apenas la primera operación revisionista de una metodología basada en apoyar acríticamente varios tipos de liderazgos no revolucionarios (fueran reformistas, burocráticas, pequeño-burgueses o hasta burgueses) que contaran con cierto grado de popularidad. Este era el caso del stalinismo inmediatamente después a la Segunda Guerra Mundial.
Para sustentar su perspectiva, los pablistas (como fueron apodados esos revisionistas) precisaron abstraer el hecho de que los stalinistas, en muchas más situaciones potencialmente revolucionarias, hicieron de todo para reestablecer el poder burgués. Además de eso, había diferencias sustanciales entre esos nuevos Estados obreros deformados y el objetivo de los bolcheviques-leninistas (“trotskistas”): un estado obrero liderado por la clase obrera organizada.
Estos acontecimientos históricos, mientras que deberían ser comprendidos y reconocidos, no deberían convertirse en un “modelo” de la estrategia trotskista. Los stalinistas no lideraron la clase trabajadora al poder en una revolución proletaria. Donde expropiaron la burguesía, fue comandando ejércitos de Estados obreros burocratizados, o ejércitos de guerrilla con base campesina, imponiendo de arriba hacia abajo una transformación social progresiva, pero profundamente deformada, en países atrasados. Esas características llevaron esas nuevas formaciones sociales a la misma “coexistencia pacífica” con las potencias capitalistas y la negación de los principios internacionalistas del marxismo, así como el establecimiento de un aparato hostil a la clase trabajadora.
Los pablistas eliminaron la distinción crucial del trotskismo entre un Estado obrero y un Estado obrero deformado o degenerado. Por eso, los verdaderos bolcheviques-leninistas se mantuvieron firmes en el combate intransigente contra todas las variantes del stalinismo y la lucha por la revolución política obrera.
Por qué Corea del Norte es un Estado obrero deformado?
A pesar de declarar que la clase trabajadora de la península coreana fue estrangulada por la contrarrevolución de la ONU y por el stalinismo, que no fue protagonista en la construcción del actual Estado de Corea del Norte, y que hoy es oprimida por la burocracia, creemos que, a pesar de todo eso, el país es un Estado obrero deformado. ¿Por qué un Estado que controla y oprime a la clase trabajadora merece cualquier título de proletario?
Esta no es una cuestión teórica nueva. Esa pregunta ignora las formas que pueden tomar el dominio de la clase proletaria en países atrasados y aislados bajo la presión capitalista. Tal cuestionamiento fue levantado en 1937 en la disputa dentro del Socialist Workers Party (Partido de los Trabajadores Socialistas) norteamericano a respecto de la naturaleza y de las tareas para la URSS en la guerra mundial que se aproximaba. Leon Trotsky respondió de la siguiente forma al cuestionamiento sobre la posibilidad de haber una “clase dirigente y al mismo tiempo oprimida”:
“ ‘¿Cómo puede nuestra conciencia política no resentirse ante el hecho de que quieren forzarnos a creer, que bajo el gobierno de Stalin, el proletariado es la ‘clase dominante’ de la URSS?’ Esto dicen los ultraizquierdistas. Tal afirmación formulada de una manera tan abstracta puede despertar nuestro ‘resentimiento’. Pero la verdad es que categorías abstractas, necesarias en el proceso analítico, son completamente inadecuadas para la síntesis, la cual exige la más absoluta concreción. El proletariado de la Unión Soviética es la clase dirigente en un país atrasado donde todavía no se satisfacen las más vitales necesidades. El proletariado de la Unión Soviética sólo gobierna a una doceava parte de la humanidad. El imperialismo gobierna a las once partes restantes. El gobierno del proletariado, mutilado ya por la pobreza y el atraso del país, es doble y triplemente deformado por la presión del imperialismo. El órgano del gobierno del proletariado – el estado – se vuelve un órgano de presión del imperialismo (la diplomacia, el ejército, el comercio exterior, las ideas y las costumbres). La lucha por la dominación, considerada en una escala histórica, no es entre el proletariado y la burocracia, sino entre el proletariado y la burguesía mundial. La burocracia es solamente el mecanismo transmisor de la lucha. Esta no ha terminado. A pesar de todos los esfuerzos de la camarilla moscovita por demostrar la autenticidad de su conservadurismo (¡la política contrarrevolucionaria de Stalin en España!), el imperialismo mundial no confía en Stalin, ni le ahorra los golpes más humillantes, y está listo a derrocarlo en la primera oportunidad favorable. (…) Para la burguesía, tanto fascista como democrática, las hazañas contrarrevolucionarias de Stalin no son suficientes; necesita una contrarrevolución total en las relaciones de propiedad y la apertura del mercado ruso. Mientras éste no sea el caso, la burguesía considera hostil al estado soviético. Y tiene toda la razón.” (¿Ni un Estado Obrero ni un Estado Burgués?, noviembre del 1937).
A pesar de toda la podredumbre de la burocracia dominada por la familia Kim en Corea del Norte, y de todos sus crímenes contra el socialismo y la clase trabajadora, el país se basa, hasta hoy, en las formas sociales proletarias. Ese modo de producción fue establecido en una situación excepcional, como respuesta a la presión del imperialismo por un lado, y de la clase trabajadora coreana y mundial por el otro; mas por el atraso del país y por el control, desde el inicio, de la casta burocrática de Kim Il-Sung, la clase trabajadora no puede ejercer con eficiencia y democracia las formas proletarias de la economía, ni luchar por la revolución mundial a través del Estado dominado por la burocracia “autosuficiente”.
La burocracia tiene el interés principal de succionar las fuerzas de la economía nacionalizada. Mas la base económica proletaria no puede ser una bolsa de sangre que alimenta un parásito. La burocracia está en contradicción con la base social sobre la cual reside y va, en todo momento, a deformar más profundamente al Estado y las conquistas sociales, ensuciar el nombre del socialismo para la clase trabajadora del mundo entero y hacer surgir sectores en la sociedad norcoreana, y dentro de la propia burocracia, comprometidos directamente con la destrucción de la economía colectivizada.
Como no representan una nueva clase, los burócratas que se establecieron después de la ocupación del ejército soviético tuvieron que repetir la misma formación social creada por los trabajadores (y degenerada por la burocracia) que existía en URSS. A pesar de tales deformaciones, muchas tareas de la revolución de los trabajadores ya fueron alcanzadas. Llegando al poder, los trabajadores en Corea del Norte no van a precisar, al día siguiente a su victoria, tener que expropiar la burguesía y enfrentar la resistencia de una clase explotadora enraizada en la producción.
Los trabajadores norcoreanos, a pesar de ser oprimidos por la burocracia, son la clase principal en la economía del país: la burocracia, mera administradora, no tiene la posesión de las industrias, tierras, puertos y otros medios de producción; no puede transmitir esos derechos por herencia, por ejemplo. Apenas los más impresionistas considerarían que la sucesión aparentemente dinástica de la burocracia norcoreana puede representar algún tipo de herencia familiar. La familia Kim se mantiene por un delicado equilibrio de poder entre los varios sectores de la burocracia.
Llamamos al Estado norcoreano como Estado obrero deformado, porque la coherencia y la sobrevivencia de las formas de propiedad bajo las cuales él reside pertenece enteramente a la clase trabajadora. Acreditamos que, más allá del dominio de la burguesía, la clase trabajadora es la única capaz de establecer su propio poder a largo plazo. Los cubiertos stalinistas, que comparten responsabilidad por el estrangulamiento de la revolución coreana, fueron capaces (en una entre cien oportunidades traicionadas) de expropiar la burguesía, en un país atrasado, a través de métodos militares y burocráticos. Mas son incapaces en absoluto de desarrollar la revolución permanente, de usar esto como una forma de levantar la revolución mundial. Se limitan a su “autosuficiencia” bajo la presión imperialista, aislamiento y pobreza material. Esa situación no puede durar para siempre y a cada año se crean nuevas brechas que facilitan el objetivo de los restauracionistas. Sólo los caminos de la revolución de Octubre – la única revolución proletaria victoriosa hasta hoy – pueden servir de ejemplo al objetivo de los trabajadores en Corea. “La lucha no ha terminado”.
¡Por la reunificación revolucionaria de Corea!
Los revolucionarios en todo el mundo deben luchar por el fin de la aberración creada por la Guerra de Corea – un país dividido en dos. Mas la reunificación capitalista de Corea, como desean los imperialistas, sólo puede significar la contrarrevolución. Los trabajadores de Corea del Sur y del Norte deben buscar confraternizar y luchar por la revolución social en el Sur, que derrumbe el capitalismo, y por la revolución política en el Norte, para mantener lo esencial de la base económica y derrumbar la burocracia que la usurpa, estableciendo la democracia proletaria en toda la península. Los trotskistas deben luchar por la reunificación revolucionaria del país, lo que podría levantar la clase trabajadora en el mundo entero a partir del ejemplo dado.
Es tarea de los trabajadores en Corea del Sur, del Norte y en todos los otros países defender el Estado norcoreano contra cualquier tentativa, interna o externa, de restablecimiento del capitalismo. En esto, puede ser necesario entrar en bloques militares temporarios con sectores de la burocracia norcoreana, que por sus propios intereses parasitarios, quieran defender las bases sociales colectivizadas. Esta tarea de los trotskistas también incluye la defensa de los derechos de Corea del Norte de poseer armas nucleares como forma de defenderse de las presiones imperialistas.
Mas los métodos de los trabajadores no pueden ser los métodos policiales de la burocracia. La forma suprema de defender (y extender) las conquistas sociales es no tener ninguna confianza en la burocracia dirigida por Kim, ni en su capacidad de defender de forma consecuente a los trabajadores y sus intereses sociales y democráticos. La burocracia es una casta inestable que crea las condiciones para su propio fin, facilitando el trabajo de los imperialistas. Los trabajadores sólo pueden reaccionar contra eso preparando su revolución. Los trotskistas en Corea deben declararse abiertamente como el partido de la democracia proletaria. Su meta debe ser construir, en las luchas, un partido revolucionario de trabajadores, en el Norte y en el Sur, como parte de una Cuarta Internacional a ser reconstruida. Esa es la mejor forma de avanzar para que la clase trabajadora coreana esté preparada, cuando sea la oportunidad de surgir y de retomar su historia revolucionaria después de casi 60 años del fin de la guerra que dividió su país.