¿Cuál es la salida para los trabajadores?
Marzo 2020
La actual pandemia de coronavirus, que causa la enfermedad respiratoria COVID-19, acelera la decadencia del sistema capitalista, un sistema incapaz de hacer frente a emergencias como esta, ya que prioriza las ganancias de los empresarios y no la vida de los trabajadores. Si bien las muertes en China e Italia ya se cuentan en miles, con cientos en otros países y la terrible predicción de decenas de miles de muertes en los próximos meses, los gobiernos capitalistas son completamente incapaces de satisfacer las necesidades mínimas de los trabajadores.
La enfermedad tuvo su epicentro en China, donde las medidas de contención y cuarentena muy restringidas, junto con el uso centralizado de empresas estatales que conforman la mayor parte de la economía no capitalista del país, ayudó a reducir la propagación. Europa occidental, con una población de ancianos bastante alta, pronto se convirtió en un nuevo centro de contagio, con Italia y España con el mayor número de pacientes en este momento. En Italia, se dice que a los ciudadanos mayores de 80 años se les “deja morir” ante el agotamiento del sistema de salud.
Los sectores de la población más afectados por la enfermedad son los ancianos y aquellos con sistemas inmunes debilitados, especialmente aquellos que ya tienen o han tenido enfermedades respiratorias. A pesar de una baja tasa de mortalidad entre los jóvenes sanos, el virus se propaga muy rápidamente, lo que lleva a llegar a un gran número de pacientes en poco tiempo, todos los cuales transmiten el virus durante todo el período de la enfermedad, incluso si o tienen síntomas. Los sistemas de salud, a pesar de ser desiguales en todos los países, están completamente abrumados, lo que les impide brindar asistencia suficiente.
Los gobernantes optaron por aplicar medidas de aislamiento social para contener la epidemia, imitando las medidas tomadas en China. Pero detener todos los servicios no esenciales implica aceptar un escenario de recesión económica, si no es que de completo caos social. Esto se debe a que las grandes empresas no quieren asumir los costos económicos y buscarán descontarlos de los salarios de sus trabajadores. Querrán despedir, recortar salarios, seguir cobrando alquileres, facturas e intereses. Mientras tanto, los trabajadores no pueden trabajar. Este peso recae aún más ferozmente en la gran masa de desempleados y trabajadores informales y trabajadores por cuenta propia que dependen del trabajo diario para sobrevivir.
Los gobiernos capitalistas, en diversos grados, se preocupan principalmente por salvar bancos y grandes empresas, y ya se han emitido paquetes económicos que revierten el dinero de los tesoros públicos a grandes empresas (al menos 1 billón de dólares). El gasto en trabajadores, por el momento, está muy lejos de esto y es prácticamente insignificante. Son precisamente los trabajadores y los más pobres quienes tendrán menos acceso a la atención médica si adquieren COVID-19. Además, ya se muestra un nuevo ciclo de recesión económica después del pico de la enfermedad. El resultado será una acumulación de muertes, sufrimiento, desempleo y hambre.
Hasta ahora, las respuestas de la clase dominante han sido de dos tipos. Una es negar la gravedad de la crisis actual en la salud y la economía en su conjunto. En Brasil, esta postura es adoptada por nada menos que el presidente Bolsonaro, quien habla de una “histeria” exagerada e incluso alienta las reuniones públicas de sus seguidores. Hace unas semanas, Trump había mantenido la misma posición, antes de ser “llevado a la razón” por sus secuaces. También le sigue la oficina de Boris Johnson en el Reino Unido, que afirma que esta es la estrategia menos dañina. Esta posición se debe a un oscurantismo total contrario a la ciencia, que provocará la muerte de decenas de miles rápidamente.
La segunda posición, adoptada por la mayoría de los gobiernos de todo el mundo, es cancelar eventos y servicios no esenciales, reuniones que involucran a un gran número de personas y otras actividades públicas, pero sin ofrecer garantías a quienes trabajan. Aunque en México aún se dieron el lujo de permitir la realización del masivo festival de música Vive Latino. Mientras tanto, las empresas y numerosos patrones comienzan a despedir o reducir los salarios para “mantener sus cuentas en orden”, mientras que a los trabajadores se les sigue cobrando por agua, electricidad, gas y otros servicios. Ante la “cuarentena” impuesta, muchos ya no pueden sobrevivir y prefieren arriesgarse al contagio para trabajar por miedo a no tener nada que poner sobre la mesa. En los países imperialistas más poderosos, como Francia y Estados Unidos, se han otorgado algunas garantías, aún pequeñas, a la población, pero esta es una nulidad completa en la periferia capitalista.
En una sociedad gobernada por trabajadores, habría fondos de reserva para garantizar nuestra seguridad y tranquilidad en tiempos de crisis como esta. En cambio, en el capitalismo, estos recursos están en los bolsillos de un puñado de magnates parásitos. Este escenario exige una respuesta de la clase trabajadora que lucha por su vida, que debe involucrar huelgas en los sectores estratégicos de la economía y una amplia denuncia contra los gobiernos capitalistas, con el objetivo de preparar el derrocamiento de este sistema irracional. Los trabajadores deben usar dichos métodos para lograr las siguientes demandas lo antes posible:
— Prohibición de todos los despidos y recortes salariales por días no trabajados mientras duren las medidas de aislamiento y los efectos de la crisis.
— Pago de un ingreso mínimo decente a todos los trabajadores informales, desempleados y trabajadores formales que no reciben salarios, para asegurar la contención efectiva del coronavirus al detener todos los servicios no esenciales. Estos ingresos deben pagarse confiscando las ganancias multimillonarias de los bancos y los grandes capitalistas.
— Cancelación inmediata del “tope” del gasto público, y transferencia inmediata de todos los recursos públicos necesarios para la salud, con distribución gratuita de medicamentos y artículos para prevenir la propagación del coronavirus. Inversión masiva en investigación para desarrollar vacunas.
— Cancelación de los gastos de alquiler, agua, electricidad, gas e internet por la duración de la crisis. Estos servicios se deben proporcionar de forma gratuita. Las empresas que se nieguen a hacerlo deben ser retiradas de sus propietarios sin ninguna clase de compensación para que continúen funcionando bajo el mando de los trabajadores.
— Expropiación de hospitales privados y uso de camas y recursos por toda la población, sin distinción y sin cargo. Llamada inmediata para más trabajadores públicos para el área de salud, según sea necesario.
En cada momento de esta crisis, los gerentes de mentalidad menos estrecha de los gobiernos capitalistas perciben la necesidad de tales medidas, que hasta ayer eran vistas como “socialistas” o incluso “comunistas”, y que en algunos casos se adoptan parcial y temporalmente. En España, las camas de los hospitales privados ya se han socializado. En Francia, se han cancelado los cargos y se habla de pagar un ingreso básico a todos los ciudadanos. Es probable que se adopte un programa similar en los Estados Unidos. Pero a pesar de esto, los administradores del sistema están “tomados del brazo” frente a su compromiso con la defensa de la propiedad privada de los medios de producción y distribución. Las medidas tomadas serán, como máximo, demagógicas, para tratar de contener la revuelta social y el caos engendrado por esta crisis.
Pero si en los países imperialistas los Estados todavía tienen algunos recursos, obtenidos mediante el saqueo de trabajadores de grandes partes del mundo, para gastar sin tocar las grandes fortunas, eso será imposible en los países pobres, ya devastados por los efectos de la crisis económica anterior. Tarde o temprano, los trabajadores deben darse cuenta de que es imposible resolver la crisis, evidenciada por la emergencia médica del coronavirus, pero que no se limita a ello, sin poner fin a este sistema que prioriza a los multimillonarios sobre los trabajadores y la población en general.
La pregunta se plantea de una manera que no permite ninguna vacilación: se salvan los bancos y los grandes capitalistas, o se salvan las vidas, la dignidad y el futuro de millones de personas. Los gobiernos capitalistas han elegido desde hace mucho tiempo la primera opción. Depende de nosotros, los trabajadores, elegir la segunda opción, hablar en voz alta e imponer, con los medios disponibles, la voluntad de la clase que produce todo y cuyo papel es a la vanguardia de todos los sectores desplazados, humillados e indigentes.
El sistema capitalista no terminará “automáticamente”. La burguesía nos ve como una inmensa masa de herramientas parlantes cuya única misión en la vida es trabajar hasta la muerte por los salarios más bajos posibles, y eso es todo. No tiene compasión por la vida de los trabajadores. Por el contrario, siente un profundo odio por aquellos que se levantan y lo desafían. No hay guerra, crisis de salud, catástrofe humanitaria o cualquier otra cosa que la burguesía no intente “gestionar”, buscando una salida que garantice el mantenimiento de sus ganancias y la continuidad de su “orden”, incluso si es a pasos agigantados y a costa del indescriptible sufrimiento de la humanidad y el planeta. El capitalismo necesita ser derrocado.
La proliferación de coronavirus será una tragedia social porque todavía estamos atrapados en este régimen económico. La agonía aguda de la crisis capitalista será larga, los gobiernos de los principales países industriales advierten que se espera una profunda recesión y las economías de algunos países incluso decrecerán, como en el caso de México. Pero mientras más rápida sea la reorganización independiente y clasista del movimiento obrero, menor será el sufrimiento que padecerán los explotados y oprimidos del mundo entero en esta época de agotamiento de las relaciones sociales capitalistas. Por eso es necesario que los trabajadores se armen con un programa estratégico que apunte su acción política al derrocamiento del Estado, la expropiación de las grandes empresas, de los bancos y a la construcción de órganos de poder de los trabajadores, la base de un gobierno proletario de transición al socialismo, que nos garantizará una vida mucho más plena y digna. Hoy más que nunca, gritamos: ¡socialismo o barbarie!