Ernest Mandel: un centrista para toda época
Traducido de Spartacist (en inglés) No. 25, verano de 1978. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 7 (1979). Una versión abreviada de este artículo se repartió en una conferencia en Nueva York el 4 de mayo de 1978, en la que Mandel habló sobre la crisis económica mundial.
Ernest Mandel es un académico de izquierda de clase internacional, que vuela de continente en continente dando conferencias y concediendo entrevistas, autor prolífico de libros y artículos, una “estrella” cuyos puntos de vista son buscados ansiosamente por revistas de última moda y hasta por los más prestigiosos y pretenciosos periódicos burgueses. Quizás sea el más conocido de la hermandad de economistas que se reclaman de la tradición marxista, y más próximo al leninismo ortodoxo que un Sweezy o Bettelheim. Es, finalmente, el mismísimo retrato del intelectual comprometido, corriendo de las aulas de Louvain o de la “Universidad Libre” de Berlin a reuniones del “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional” del que es el principal vocero, o a conferencias con funcionarios de planificación en La Habana. Para los medios de comunicación burgueses y los gobiernos imperialistas Ernest Mandel es la personificación de la “amenaza trotskista”, la bestia negra que debe ser detenida en las fronteras por la policía secreta o excluida por leyes rnacartistas.
Dejando aparte los brotes periódicos de histeria reaccionaria contra una “Cuarta Internacional terrorista” Mandel goza de buena fama ante una gama bastante amplia del espectro político, que abarca desde liberales declarados hasta descarados estalinistas. Esto es tan diametralmente contrario al oprobio y a la persecución que sufrieron León Trotsky y los comunistas cuartainternacionalistas de su época que uno tiene que preguntarse el porqué. Si este hombre es el enemigo Irreconciliable de todos los regímenes de dominio de clase burgués o de opresión burocrática existentes en todo el orbe, el defensor intransigente del auténtico marxismo y leninismo contra todo matiz de revisionismo, un denunciante furibundo de los que traicionan la causa del proletariado: ¿cómo se explica, entonces, que no sea objeto de odio universal? La respuesta es sencilla: Ernest Mandel no es un trotskista sino un embustero. Quienes han acudido a este acto a escuchar a un verdadero bolchevique-leninista deben exigir el reembolso del precio de la entrada.
En realidad, aunque sabe perfectamente lo que es la intransigencia bolchevique y puede escribir una polémica ortodoxa tan fácilmente como producir apologías oportunistas, durante el último cuarto de siglo Ernest Mandel ha luchado contra una perspectiva y un programa trotskista en todas las coyunturas cruciales. Ha utilizado su mente ágil y su impresionante erudición para urdir un disfraz “teórico” revisionista para cada moda radical pequeñoburguesa: el poder estudiantil, la “lucha armada” de las guerrillas campesinas, el frentepopulismo. Durante los años 60 cuando el “poder estudiantil” estaba en su apogeo se enredó con todo gusto con la Nueva Izquierda. En vez de subrayar que el proletariado era todavía la clave escribió que las luchas obreras habían sido “compradas” bajo el “neocapitalismo”, y sus partidarios lanzaban la consigna de la “universidad roja”. Cuando el “Che” Guevara era el héroe de los recintos universitarios Mandel lejos de insistir en la necesidad de un partido proletario de vanguardia para dirigir las luchas de las masas trabajadoras, se volvió un guerrillero de salón y ordenó a sus seguidores adherirse a la “Internacional” guerrillerista de Castro, la abortada OLAS.
Hoy en día corre nuevamente tras las últimas modas europeas, el frentepopulismo y el eurocomunismo. Pata Trotsky la oposición proletaria-revolucionaria al frente popular constituía la clave de la estrategia revolucionaria en esta época, y “el mejor criterio para diferenciar el bolchevismo del menchevismo”; en cambio los mandelistas en, Francia se negaron a calificar de frente popular a la Unión de la Izquierda y, temerosos de quedarse “aislados”, siguieron a la cola de las masas al reivindicar el voto por los candidatos de ésta. Y mientras los eurocomunistas, se enredan en la campaña antisoviética de Jimmy Carter por los “derechos humanos”, Mandel dice, que “confía y espera” que traidores reformistas empedernidos como el líder del PC español, Santiago Carrillo —quien atravesó un piquete de huelga en Yale para demostrar su agradecimiento al Departamento de Estado por dejarle visitar América— “volverán al camino del marxismo revolucionario”.
Aún aquellos relativamente poco familiarizados con el trotskismo pueden darse cuenta fácilmente que este hombre tiene poco que ver con los valientes militantes de la Oposición de Izquierda cuyo jefe fue asesinado por orden de Stalin en 1940. Pues, si los espontaneístas del poder estudiantil, los guerrilleros guevaristas y el frente popular pueden encauzar la lucha revolucionaria, ¿entonces para qué se necesitan partidos trotskistas? Y de hecho, si los reformistas estalinianos del PC pueden “volver” al marxismo revolucionario, Trotsky estaba totalmente equivocado al considerar que la Comintern se había pasado definitivamente al lado de la burguesía después de que Stalin permitió el ascenso de Hitler al poder en 1933, sin ningún impedimento. Así, la fundación de la Cuarta Internacional cinco años más tarde habría sido, en el mejor de los casos, un error tremendo.
“Las muchas caras y ondas largas de Ernest Mandel”
En Nueva York Mandel hablará de la crisis económica mundial. Precisamente es en la materia de economía donde él ha ganado renombre como intérprete y divulgador de Marx en el período del capitalismo monopolista. Su obraTeoría económica marxista es el libro más leído en su género, y Mandel tiene cierta aureola de innovador teórico, debida por ejemplo a su nueva elaboración (en su libro El capitalismo tardío) de las teorías de “onda larga” del economista ruso Kondratiev. Con frecuencia Mandel parece ortodoxo comparado con otros economistas seudomarxistas, tal como Paul Sweezy quien deforma la teoría marxista del valor para justificar su teoría tipo Nueva Izquierda del capitalismo monopolista libre de crisis; o como Charles Bettelheim, quien elabora una nueva definición del capitalismo para justificar el dogma maoísta de que la URSS es “social-imperialista”. Pero en realidad los escritos económicos de Mandel son ahijados de sus apetitos políticos; constituyen el más puro impresionismo revestido de jerga marxistoide.
Un ejemplo basta: ¿por qué sacó a relucir nuestro “teórico”, las “ondas largas” de Kondratiev? (Según su tesis, el periodo entre 1945 y 1966 fue una “larga fase de crecimiento rápido de la posguerra”, durante la cual la política contracíclica ―supuestamente eficaz— del estado capitalista, habría hecho imposible la repetición de un nueva craque estilo 1929. En contraste, actualmente nos encontramos ―dice él― en una curva descendente en la que las luchas económicas de los obreros topan contra la sed de ganancias de los patronos. Ahora, en primer lugar Mandel no aporta ningún dato económico para respaldar sus aseveraciones: no existen tales cifras para el siglo XIX; no hace caso, intencionadamente, del boom de mediados y fines de los años 20, a fin de poder mostrar todo el período de entreguerras como una onda descendente; y el famoso “boom de la posguerra” es un mito ― siendo muy desigual internacionalmente, con muchos altibajos.
El origen deja teoría de Mandel de las ondas largas se encuentra en el plano político, no económico. Es un truco deshonesto y objetivista con el propósito de excusar el que durante los años 60 él descartaba a la clase obrera de los países imperialistas como fuerza revolucionaria. En esa época no se refería al “capitalismo tardío” sino al“neocapitalismo” basado en una “tercera revolución industrial de la automatización y la energía nuclear”. En su texto, Introducción a la teoría económica marxista, Mandel afirma: “la fase neocapitalista que estamos viviendo actualmente es la de una expansión a largo pino del capitalismo”. Esto contradice directamente la tesis leninista de que la época imperialista es una de decadencia de las fuerzas productivas ― “la agonía del capitalismo” como lo llamaba Trotsky en el título del programa de fundación de la Cuarta Internacional.
¿Y cuáles son las implicaciones de tal expansión a largo plazo? Mandel escribe:
“El ciclo a largo plazo que empezó con la Segunda Guerra Mundial, y en el cual todavía nos encontramos… ha sido caracterizado por el contrario, por la expansión, y es debido a ésta expansión que ha aumentado el margen de negociación y discusión entre la burguesía y la clase obrera. Se ha creado la posibilidad de fortalecer el sistema sobre la base de hacer concesiones a los obreros… colaboración estrecha entre una burguesía en expansión y las fuerzas conservadoras del movimiento obrero, y se sustenta fundamentalmente por la tendencia ascendente del nivel de vida de los trabajadores.”
― Introducción a la teoría económica marxista (1967)
¡Imagínese cual sería hoy día la acogida de tales bobadas, aún en el medio radical pequeño burgués! Mandel se vería obligado a abandonar la escena entre carcajadas. Pero, en aquel entonces era un tema popular de todas las teorías de una “nueva clase obrera” y, como siempre, nuestro economista “marxista” se agarró a lo que estaba de moda para elaborar una teoría derivada de una impresión superficial.
En cuanto a la voluntad de los patronos de “comprar” a los obreros, basta recordar la brutalidad con que la burguesía norteamericana reprimió la huelga del metal de 1959 para echar por tierra esta pretensión.
Pero la teoría de Mandel es más que una distorsión de los hechos: es un intento a justificar la traición. El caso más concreto es su propia actitud traidora durante la huelga general belga de 1960-61 (un suceso que según su esquema de “neocapitalismo” no debiera haber ocurrido nunca). Mandel editaba un periódico, La Gauche, que pretendía ser la voz de una amplia franja de izquierda del Partido Socialista Belga (similar al grupo alrededor delTribune en Inglaterra hoy), sirviéndose del patrocinio de André Renard, uno de los principales burócratas sindicales. La Gauche estaba proponiendo un programa de “reformas estructurales”, incluyendo la abolición de la “loi unique” (el programa de austeridad antiobrero del gobierno demócrata cristiano), nacionalización de la industria eléctrica, planificación económica gubernamental, control sobre los monopolios, reducción del presupuesto militar a la mitad, etc. En otras palabras, un programa de reformas socialdemocráticas sumamente modesto.
Al desarrollarse una huelga general contra la loi unique, cuando los obreros reclamaban en asambleas masivas “¡Abajo el gobierno Eyskens!” La Gauche de Mandel escribió el 24 de diciembre de 1960: “Los obreros temen que si el gobierno cae durante la presente crisis social, el Partido Socialista Belga entrará en un nuevo gobierno de coalición….” Esto, decía, sólo sería aceptable si, “(1) el nuevo gobierno abandonase la loi unique, (2) si se conservasen los puntos esenciales de las reformas estructurales como política del gobierno.” Así, en nombre de “reformas estructurales” ¡Mandel anunciaba su aceptación de un gobierno burgués de coalición!
Pero no se paró en eso. El 1º de enero de 1961 La Gauche puso un titular enrojo: “¡Organicemos la marcha sobre Bruselas!” Por desgracia, Mandel se había adelantado a su mentor Renard, quien no estaba dispuesto a provocar un enfrentamiento con el gobierno Eyskens. A la semana siguiente La Gauche argumentaba en contra de la concentración de fuerzas en un solo sitio y momento, y preconizaba una táctica de guerrilla; y el 14 de enero Mandel se sintió obligado a una claudicación miserable:
“Nos han reprochado el haber lanzado la consigna de la marcha sobre Bruselas… ya que no ha sido asumida por los dirigentes, nos sometemos, pero señalamos que cuando apareció nuestra convocatoria la semana pasada, no había ninguna indicación al respecto.”
Es verdad, por supuesto. Si Mandel hubiera sabido que Renard estaba rotundamente opuesto a la marcha nunca hubiera lanzado la consigna.
Otro de los temas que tocará Mandel durante su gira son los sucesos de mayo de 1968 en París. Lo que no va a mencionar, sin embargo, es cómo su teoría del “neocapitalismo” le condujo a proponer un programa instando a las masas trabajadoras ¡a no luchar por el poder estatal! En ese momento había diez millones de obreros en huelga, amenazando romper el control burocrático del PC y los sindicatos. Sin embargo, como “todavía no hay una vanguardia lo suficientemente influyente, organizada y unificada a la izquierda del PC, que pueda conducir a las masas a una victoria inmediata” ―escribía Mandel― “aquí es donde la estrategia de las reformas estructurales, ‘las consignas transitorias’, asumen toda su validez.” (Militant, 14 de junio 1968). Para los trotskistas las consignas transitorias son parte del programa que “inalterablemente conduce a una conclusión final: la conquista del poder por el proletariado”. Mandel, sin embargo, proclamaba que “las masas no pueden tomar el poder” y por lo tanto, reivindicaba “reformas estructurales” (control obrero de la producción, abrir los libros, acabar con el secreto bancario), medidas que en explícito no eran presentadas como un reto al dominio capitalista sino sólo como “garantías”.
En los años 70 Mandel ya no hablaba de “neocapitalismo”, y pronto descubrió que la larga onda del boom de la posguerra” ya estaba en una fase descendente. Lo que había cambiado, sin embargo, no era la situación económica. Las condiciones económicas en Francia en 1968 y durante el “otoño caliente” de Italia de 1969 eran similares a las de principios de los 60. Lo que sucedió es que en el mayo francés los exponentes de una vanguardia estudiantil, a los que Mandel antes iba siguiendo, descubrieron a la clase obrera. A medida que los grupos maoístas/sindicalistas iban creciendo, los mandelistas amenazados por su izquierda, dieron marcha atrás y empezaron el seguidismo tras “una nueva [luego ‘amplia’] vanguardia de masas” incluyendo a obreros radicalizados. El pronóstico económico actual de Mandel, aunque superficialmente más ortodoxo que sus contorsiones “neocapitalistas” no está en realidad más cerca del trotskismo. Es simplemente una justificación para correr tras la combatividad espontánea de los obreros y para negarse a plantear la totalidad del programa de transición.
La medida del hombre: como Mandel se volvió pablista
Hace más de 25 años que Ernest Mandel rompió con el trotskismo, en una época de gran crisis en la Cuarta Internacional que condujo a la escisión de 1953 y a la consiguiente destrucción de esta como el partido mundial de la revolución socialista. La causa de este golpe terrible al trotskismo mundial fue el liquidacionismo pablista, y a pesar de un paso indeciso inicial oponiéndose a esta corriente revisionista, Mandel pronto se rindió y sirvió de abogado defensor para los liquidacionistas. Esta claudicación reveló un aspecto clave de su carácter: cobardía política, que es incompatible con la condición de dirigente revolucionario. Desde entonces Mandel ha sido en lo esencial una prostituta intelectual, una pluma de alquiler para la manía del momento dentro de la izquierda. Esto es lo que explica su amplia popularidad, puesto que hace suyo lo que esté en boga para esa temporada. Pero el precio de esta popularidad es una negativa constante a proporcionar una conducción revolucionaria: “decir la verdad a las masas, por amarga que sea.”
A finales de los años 40 los partidos estalinistas de Europa occidental, particularmente en Italia y Francia, fueron capaces de extender y consolidar su influencia como resultado del importante papel que jugaron en la resistencia a la ocupación nazi. Las fuerzas de la Cuarta internacional, que habían sido enormemente debilitadas por los asesinatos, tanto por los estalinistas como por los fascistas durante la Segunda Guerra Mundial, estaban en gran parte marginalizadas del movimiento obrero. Al mismo tiempo, el inicio de la guerra fría condujo a un endurecimiento de la línea del Kremlin, en tanto que la aparición de estados obreros burocráticamente deformados en Europa del Este y China llevó a los empiristas a sacar la conclusión de que quizá se podría empujar los estalinistas a girar hacia la izquierda.
Fue bajo estas circunstancias que las presiones del aislamiento diezmaron a la Cuarta Internacional. La corriente revisionista que apareció estaba encabezada por Michel Pablo, jefe del Secretariado Internacional. En enero de 1955, en un artículo titulado “¿Adónde vamos?” Pablo desarrolló su tesis de “guerra-revolución” según la cual era inminente una Tercera Guerra Mundial entre los EE.UU. y la URSS, y el movimiento obrero de Europa occidental estaría subordinado a esta dinámica. Aún más, bajo la presión de las masas, escribió Pablo, “Los Partidos Comunistas conservan la posibilidad bajo ciertas circunstancias de delimitar a grandes rasgos una orientación revolucionaria.” Por lo tanto, en vista de la posible aparición de situaciones revolucionarias antes de que la vanguardia trotskista pudiera reunir suficientes recursos, Pablo preconizó una política de “entrismo sui generis” según la cual las secciones de la Cuarta Internacional entrarían en los partido de masas estalinistas y socialdemócratas con la perspectiva de permanecer en ellos durante largo tiempo para presionar a los reformistas hacia la izquierda.
Este programa privó la Cuarta Internacional de su razón de ser. En consecuencia, surgieron en muchas secciones los primeros brotes de rechazo del esquema de Pablo. Cuando los dirigentes de la sección francesa rehusaron seguir la receta del “entrismo profundo” en el Partido Comunista, Pablo les desconoció como dirección, una decisión burocrática digna de un pequeño Stalin. Cosa interesante, la primera oposición al pablismo fue un documento escrito por Ernest Germain (el nombre de partido de Mandel), luego conocido como las “Diez Tesis”. A primera vista esto no era sino una reafirmación de verdades evidentes sobre la política contrarrevolucionaria del estalinismo. En realidad, aunque hacía malabarismos para no atacar a pablo por nombre propio, era un ataque velado al programa propuesto en “¿Adónde Vamos?”. La décima tesis de Germain afirmaba:
“Es precisamente porque la nueva ola revolucionaria contiene en embrión la destrucción de los partidos estalinistas como tales por lo que hoy deberíamos estar más cerca de los trabajadores comunistas. Esta sólo una fase de nuestra tarea fundamental: construir nuevos partidos revolucionarios.”
Mandel/Germain, sin embargo, no fue capaz de lograr que el Secretariado Internacional, dominado por Pablo, adoptase sus tesis. No teniendo ganas de una lucha fraccional ―aun cuando estuviese en peligro la existencia misma de la Cuarta Internacional― sucumbió ante las presiones de Pablo. Después, Germain se convierte en el secuaz del perentorio secretario general contra la mayoría de la dirección de la sección francesa (PCI), que había apoyado sus “Diez Tesis”, ahora abandonadas por él. En respuesta a esta cobarde traición, Favre-Bleibtreu, portavoz de los antipablistas franceses escribió a Germain en julio de 1951:
“Siempre disfrutamos muchísimo leyendo tus documentos, cuyo nivel cultural, riqueza imaginaria y de estilo nos recuerda que tú sigues siendo el escritor más brillante de la Internacional. Pero esta lectura confirma mi creencia de que te hace falta una calidad, la más necesaria para todo dirigente: firmeza de sus ideas políticas.
“Hoy ofreces magnánimamente a la dirección del PCI un remanso de paz ‘en las filas de la mayoría de la Internacional’ donde tú mismo te refugiaste, sin gloria, después de unos intentos irresolutos de resistencia a las manifestaciones revisionistas de Pablo. Perdónanos por no seguirte por ese camino, ya que para nosotros la Internacional no se construye con maniobras, y sobre todo no con tus irrisorias maniobras.
“Camarada Ernest Germain, renuncia a tus maniobras de diversión, renuncia a tu doble juego chaquetero pueril e irresponsable, expresa y defiende tus ideas como nosotros las defendemos.”
― Traducido de Spartacist (edición francesa) No. 7, otoño de 1974.
No cuesta mucho imaginarse la amargura de estos camaradas, quienes fueron botados de la Internacional, cuando el erudito “dirigente” Mandel se deshizo bajo la más mínima presión. Pero el daño que sufrieron a causa de esta perfidia no puede compararse al crimen perpetrado contra los trotskistas chinos, entonces prisioneros en las cárceles del régimen estalinista de Mao Tse-tung. Este relato de atropellos está documentado en una carta de Peng Shu-tse, dirigente de la sección china de la Cuarta Internacional, al dirigente trotskista norteamericano James P. Cannon en diciembre de 1953. Peng se asombró primero cuando, algún tiempo después de llegar a Europa se enteró de que Pablo consideraba al partido de Mao centrista y proclamaba que Mao había asumido las tesis centrales de la teoría trotskista de la revolución permanente. Si se considera que Peng había sido obligado a huir de China ante los golpes de la represión estalinista, se comprende fácilmente que le costó bastante tragar esto.
Igualmente difícil de pasar fue la declaración de Pablo sobre China adoptada por el Comité Ejecutivo Internacional (CEI) en junio de 1952. “Lo peor” ―escribía Peng― “es que nadie puede encontrar en esa resolución una perspectiva para los trotskistas chinos.” Los que apoyaban la resolución, informaba a Cannon, propugnaban la disolución de la sección china para unirse al Partido Comunista. Pero el colmo fue cuando Peng presentó su informe ante el plenario del CEI en noviembre de 1952 sobre la represión de los trotskistas chinos por Mao. Pablo replicó que la masacre no era un acto deliberado sino un error y una excepción. En mayo de 1953 Peng presentó para la consideración del CEI una petición de ayuda internacional por parte de los trotskistas chinos y una carta abierta al régimen de Mao protestando por los asesinatos y encarcelamientos. Pablo accedió a publicar la primera, pero después la suprimió.
En cuanto a la carta abierta, Germain, ya para entonces lacayo de Pablo, informó a Peng (quien era miembro del CEI y del Secretariado Internacional hasta que Pablo lo depuró) que ella debería haber expresado un apoyo total al régimen de Mao, ensalzando sus logros revolucionarios, y sólo entonces haber mencionado los hechos relativos a la persecución. A causa de la oposición de Peng al régimen de Pekín por estalinista, Mandel/Germain le denunció como “sectario sin remedio” y se negó a hacer circular la carta abierta en la Internacional. Los trotskistas chinos, decía el revisionista Germain eran “refugiados de una revolución”.
Como si ya no fuera bastante esconder y por ende disculpar la represión maoísta ―alabando el régimen estalinista como revolucionario, calumniando a sus propios camaradas y negándose a protestar o aún anunciar la persecución y hasta asesinato contra ellos― Pablo y Cía. también dieron instrucciones a Peng de no informarles sobre esta caza de brujas a un grupo de trotskistas vietnamitas que volvían a su país para incorporarse al partido de Ho Chi Minh. Pero Ho mismo era responsable del asesinato del líder trotskista vietnamita Ta Thu Thau y de muchos otros militantes de la Cuarta Internacional que acaudillaron el levantamiento de agosto de 1945 contra la restauración del régimen colonial en Indochina. El grupo de emigrados vietnamitas volvieron a su país ignorantes de la represión estalinista que se estaba llevando a cabo en China ―que indudablemente hubiera menguado su entusiasmo por la táctica pablista de “entrismo profundo”― y de ellos no se oyó más.
Peng escribió en su carta que él había considerado a Mandel/Germain como “uno de los jóvenes dirigentes con más porvenir dentro de nuestro movimiento” aunque “también había anotado su falta de profundidad de análisis al enfocar varios problemas, su tendencia impresionista, su disposición titubeante y transigente manifestada con frecuencia en importantes problemas, y su facilidad para modificar sus propias posiciones.” Fueron estas últimas características ―el impresionismo y la cobardía― las que condujeron a Mandel a los brazos de Pablo y le destruyeron como dirigente político. Pero esto fue más que una tragedia personal. Fue un factor primordial que permitió a Pablo apretar aún más la garra burocrática que tenía sobre la Cuarta Internacional y finalmente destruirla. La avergonzada capitulación política de Mandel facilitó la victoria del revisionismo pablista sobre una Cuarta Internacional débil y desorientada: la destrucción política del partido revolucionario mundial fundado por Trotsky. Y saboteaba directamente la urgentemente necesaria defensa de los trotskistas chinos, que aún hoy siguen pudriéndose en las cárceles de Mao (si es que aún no han muerto).
Por culpa de sus debilidades personales Mandel se volvió no sólo un revisionista sino un traidor al movimiento trotskista.
No solamente el programa revisionista pablista significó la liquidación de la lucha por construir una vanguardia trotskista, sino que pronto se expresó en la práctica en una serie de capitulaciones políticas ante el estalinismo. Cuando el 17 de junio de 1953 la clase obrera de Berlín Oriental se levantó en contra de sus gobernantes burocráticos ―en primer lugar contra el ejército de ocupación ruso― las ondas de choque abarcaron a toda Europa. El escritor Bertold Brecht, viejo miembro del Partido Comunista, acuñó un epígrafe lleno de amarga ironía y resignación: según las autoridades, “el pueblo habría perdido la confianza del gobierno y sólo podría recobrarla a través de un esfuerzo redoblado. ¿No sería más fácil si el gobierno disolviera al pueblo y eligiera un nuevo?” ¿Cuál fue la respuesta del Secretariado Internacional de Pablo a este suceso, el primer intento, fracasado, de una revolución política en el bloque soviético? Sacó un comunicado reclamando la “verdadera democratización de los Partidos Comunistas” ―es decir, la auto reforma burocrática― y se abstuvo, deliberadamente, de llamar por el retiro de las tropas soviéticas (Quatrieme Internationale, julio de 1953).
Tres años más tarde Pablo/Mandel y Cía. repitieron su capitulación ante el Kremlin, esta vez volviéndoles la espalda a los obreros húngaros que se levantaron contra la odiada policía secreta y el ejército ruso. Comparando desfavorablemente este intento de revolución proletaria antiburocrática con Polonia, estos “trotskistas” fraudulentos escribieron que la ausencia de una dirección política “producía exactamente estos fallos y peligros” que Polonia había evitado “gracias al papel dirigente jugado por… la tendencia de Gomulka… una tendencia centrista que no obstante está evolucionando hacia la izquierda…” (Quatrieme Internationale, diciembre de 1956). Nuevamente la perspectiva era la de presionar a la burocracia, apoyando a un ala en contra de otra, y no de movilizar a los obreros alrededor de un partido trotskista.
A principios de los años 60, sin embargo, los ojos de los pablistas se volvieron hacia el llamado “Tercer Mundo”, y en particular hacia los pequeñoburgueses nacionalistas Ben Bella (Argelia) y Castro. Reconociendo que la burguesía cubana había sido expropiada como clase con las nacionalizaciones de octubre-diciembre de 1960, los pablistas fueron más lejos y dieron su apoyo político a la dirección de Castro. En esto, Pablo, Mandel y Cía. Fueron secundados por el SWP norteamericano, que en 1953 había rechazado, tardía pero firmemente, las consecuencias liquidacionistas del pablismo. El SWP elaboró un documento (“Hacia la pronta reunificación del movimiento trotskista”) en marzo de 1963 que proclamaba: “En su evolución hacia el marxismo revolucionario, el Movimiento 26 de Julio [castrista] sentó una pauta que ahora sirve de ejemplo para varios países.” Este fue el documento de fundación del “Secretariado Unificado” ahora encabezado por Mandel.
En otro documento de esa época el dirigente del SWP Joseph Hansen escribía que Cuba era un estado obrero “al que le faltaban todavía las formas de gobierno democrático proletario”. Efectivamente, le faltaban las formas… y la esencia. De hecho, Castro y Guevara lo probaron sin lugar a dudas cuando encarcelaron a los trotskistas cubanos en 1963. La obra de Trotsky, La revolución permanente, fue prohibida y las planchas del libro fueron destruidas en la prensa. Guevara, el favorito del S.U., hasta sugirió que los trotskistas eran agentes yanquis, haciendo notar que habían tenido influencia durante mucho tiempo en la ciudad de Guantánamo (cerca de la base estadounidense). Y sin embargo, simultáneamente Mandel estaba entrevistándose con Guevara en el Ministerio de Industrias y aconsejando “a mi amigo ‘Che’” sobre política económica. ¿Y qué aconsejaba al futuro “guerrillero heroico”? ¿Es que quizá “luchaba por la democracia obrera” en los pasillos del poder? No, en absoluto. He aquí lo que escribía Mandel en la revista del ministerio de Guevara, Nuestra industria:
“Cuanto más subdesarrollada sea la economía de un país… más sabio es, en nuestra opinión, reservar el poder de las decisiones sobre las inversiones más importantes y los temas financieros a las autoridades centrales.”
― Traducido de “Mercantile Categories in the Period of Transition”, en Bertram Silverman y otros, Man and Socialism in Cuba
Esto constituye una apología descarada de la “planificación” económica totalmente irracional de la burocracia cubana, en la que las decisiones estaban tan centralizadas que todo lo decidía el líder máximo desde el timón de su jeep.
La represión estalinista no perturbó a los pablistas. Parecía que nada les inquietaba. Así cuando Castro lanzó su famosa diatriba rabiosa contra el trotskismo en el Congreso Tricontinental de La Habana en 1966, el dirigente del S.U. Hansen escribió que:
“… por mucha satisfacción que les produjera a los dirigentes de los PCs derechistas, [este ataque] fue considerado por todo elemento de vanguardia con algún verdadero conocimiento del movimiento trotskista, en el mejor de los casos como una identificación equivocada del trotskismo con la secta rara de J. Posadas; y en el peor caso, sólo como un eco tardío de las viejas calumnias estalinistas, cuyo propósito permanecía completamente oscuro.”
― International Socialist Review, noviembre-diciembre de 1967
Para los militantes proletarios que estaban encerrados en las cárceles de Castro el propósito de este ataque no era oscuro en absoluto. Sin embargo, los defensores del estalinismo cubano en el S.U. tenían razón en un punto. Al denunciar el trotskismo Castro dirigía su fuego no contra ellos sino contra quienes llaman por la revolución política para derrocar su régimen bonapartista y remplazarlo por el régimen democrático de los soviets. Cualquier intento de igualar la política capituladora del S.U. con este programa marxista ―defendido únicamente por la tendencia espartaquista internacional― es un caso claro de identificación errónea. Si la acusación es de trotskismo, entonces Ernest Mandel puede declarar con conciencia tranquila: “¡Soy inocente!”
De la guerra de guerrillas al frente popular
A finales de los años 60 el foco principal de la búsqueda de los mandelistas por un atajo a la fama y a la buena fortuna fue el movimiento castrista en América Latina. Así, en una resolución aprobada en el “Noveno Congreso Mundial” del S.U., se decía sin rodeos:
“Aún en el caso de países que serán entre los primeros a vivir grandes movilizaciones y conflictos de clases en las ciudades, la guerra civil adoptará las múltiples formas de lucha armada, en las que el eje principal durante todo un período será la guerra de guerrillas rural…”
― “Proyecto de resolución sobre América Latina”, en el International Information Bulletin [del SWP norteamericano], enero de 1969
La primera tarea de los militantes del S.U. en Latinoamérica sería pues: “(a) integración en la corriente revolucionaria histórica representada por la Revolución Cubana y la OLAS….” Esto es en esencia la misma perspectiva liquidacionista planteada a principios de los años 50 por Pablo; sólo el destinatario de la adulación política y de las capitulaciones había cambiado de dirección.
Mandel, como es su costumbre, fue más circunspecto al expresarse sobre el guerrillerismo que los exaltados, superguevaristas como Livio Maitan. Pero en cuanto a la continuidad de la metodología pablista, Mandel habló a las claras; en un artículo sobre “El lugar del Noveno Congreso Mundial en la historia de la Cuarta Internacional” (1969) escribió:
“La situación comenzó a cambiar en el curso de los años 60, y fue el mayo francés el que reveló más claramente este cambio…. El Noveno Congreso Mundial buscó hacerlo patente ante todo el movimiento revolucionario Internacional.
“El rasgo más notable del cambio es la aparición de una nueva vanguardia revolucionaria a escala universal que ha escapado completamente al control de los aparatos estalinistas y reformistas y que se organiza autónomamente. Los primeros signos importantes de este nuevo fenómeno se remontan bastante tiempo atrás: al “Movimiento 26 de Julio”, que dirigió la lucha guerrillera que derrocó la dictadura de Batista independientemente del PC y de todas las organizaciones tradicionales de la izquierda cubana….
“Este giro no es sólo un giro hacia la creación de organizaciones independientes, capaces de servir como polo de atracción para los militantes de la nueva vanguardia, que no son ni reformistas ni estalinistas, y que buscan reagruparse nacional e internacionalmente. También implica un cambio de énfasis en cuanto a las principales formas de actividad del movimiento. En este sentido tiene tanta importancia como el giro esbozado por el Tercer Congreso Mundial, pero a un nivel mucho más avanzado en la construcción de la Internacional.”
El Tercer Congreso de la Cuarta Internacional fue cuando Pablo elaboró por primera vez sus planes de “entrismo profundo” en los partidos de masas estalinistas y socialdemócratas. Mandel sigue:
“En el Tercer Congreso Mundial se trataba de romper con una actividad esencialmente aislada y de integrarse en el movimiento de masas revolucionario. En el Noveno Congreso Mundial se trataba de romper con una práctica esencialmente propagandística, es decir, centrada en la crítica de las traiciones y errores de las direcciones tradicionales… y de pasar a una fase en la que fuésemos capaces de tomar iniciativas revolucionarias, dentro del movimiento de masas.”
― Ernest Mandel, La longue marche de la révolution (1976)
En ambos casos el fondo de la “táctica” era la capitulación ante las fuerzas de clase ajenas. El SWP norteamericano criticaba el “giro guerrillero” del “Noveno Congreso”, pero sólo porque él buscaba unirse a los liberales que se oponían a la guerra de Vietnam. Por su parte, las “palomas” del Partido Demócrata no estaban dispuestas a subir a la tribuna junto con partidarios del “terrorismo” en Latinoamérica. Los mandelistas no pudieron, sin embargo, sacar partido de su maniobra. La OLAS de Castro no hizo nunca nada por organizar “dos, tres, muchos Vietnam” después del fracaso de Guevara en Bolivia. Y los dos grupos principales del S.U. metidos en la lucha guerrillera desertaron: los bolivianos para unirse en masa al ELN castrista y el PRT argentino separándose de Mandel y Cía. en 1973.
Como cada vez se ponía más claro que no había un atajo guerrillero hacia el poder en La Paz o en Santiago. Los partidos comunistas pro-Moscú resucitaron sus estribillos de la “vía pacífica”. En Chile el vehículo fue la Unidad Popular (UP), un frente popular de los comunistas y socialistas con pequeños partidos burgueses, encabezado por Salvador Allende. Mientras tanto, en Europa, tras el ascenso obrero y juvenil de 1968-1969 los reformistas trataban de salirle al paso a una radicalización masiva con implicaciones revolucionarias. Su respuesta fue una nueva oleada de frentes populares: la Unión de la Izquierda francesa, la estrategia del PC italiano de un “compromiso histórico”.
La experiencia chilena fue crucial. En cierto sentido era un puente entre el guerrillerismo de finales de los años 60 y el frentepopulismo de los 70. Era también ―y esto es lo más importante― el campo de batalla sobré el que se desarrolló el drama del frente popular hasta su amargo final. La “vía pacífica” terminó en un baño de sangre. La responsabilidad de los estalinistas y socialdemócratas, que predicaban la confianza en el cuerpo de oficiales y en la burguesía “democrática” es evidente. Pero tampoco el Secretariado Unificado de Ernest Mandel tiene las manos limpias. Primero sus simpatizantes chilenos aclamaron la victoria electoral de Allende en 1970. Luego, un año más tarde. El mismo S.U. promulgó una declaración “unánime” en la que se calificaba a la UP de frente popular, y que hasta declaraba:
“Es preciso mantener una completa independencia respecto a la coalición de frente popular. Los revolucionarios no pueden participar en una coalición así ni siquiera ofreciéndole apoyo electoral. (Los marxistas revolucionarios pueden, en ciertas situaciones, votar por un candidato obrero pero no por un candidato de un frente que incluye partidos pequeñoburgueses y burgueses).”
― Intercontinental Press, 21 de febrero de 1972
En realidad, durante las elecciones chilenas de septiembre de 1970, sólo la tendencia espartaquista internacional defendía esta política. Más aún, nunca desde entonces se ha negado el S.U. a votar por los candidatos de frentes populares. Pero esta curiosa declaración indica que no ignoran la línea ortodoxa trotskista sobre los frentes populares… sólo que se oponen a ella. En cualquier caso, ninguno de los varios grupos partidarios del S.U. en Chile llevó a la práctica esta línea. Y en septiembre de 1973, luego del golpe sangriento de Santiago, en un “Proyecto de resolución política” de la mayoría mandelista del S.U., se invertía el veredicto anterior sobre la UP, y declaraba:
“… desde el principio, ésta se diferenciaba de un Frente Popular clásico por el hecho de que declaraba abiertamente su intención de entrar en el camino del socialismo, y que se apoyaba abiertamente en el movimiento obrero organizado.”
― International Internal Discussion Bulletin [del SWP norteamericano], octubre de 1973
Esta confusión intencional, cuyo propósito era encubrir el fallo total del S.U. de presentar una alternativa revolucionaria a Allende y Cía., pronto fue repetida en Europa. En Francia en 1973, la LCR mandelista promovía el votar por los candidatos de la Unión de la Izquierda en el segundo (decisivo) turno de las elecciones parlamentarias; en 1974 apoyaba el voto en el segundo turno por el candidato único del frente popular a la presidencia (Mitterrand); en 1977 pedía votar por las listas de la Unión de la Izquierda (que incluía candidatos de los Radicales de Izquierda burgueses) en el segundo turno de las elecciones municipales, y con la minimísima cubierta de ortodoxia aconsejaba la abstención sólo allí donde la lista estaba encabezada por un radical.
Igualmente, en Italia la sección del S.U. presentó candidatos en la lista de Democrazia Proletaria (DP) en las elecciones parlamentarias de junio de 1976. Aunque ubicándose a la izquierda del programa del Partido Comunista, de coalición con la Democracia Cristiana, la DP abogaba por un frente popular estilo chileno con los pequeños partidos republicanos y laicos de la burguesía. Y en Portugal, los discípulos de Mandel no sólo se unieron a un frente, el FUT, que apoyaba y tenía el vista bueno de un ala del Movimiento de las Fuerzas Armadas, sino que en las elecciones presidenciales de junio de 1976, el superestrella mandelista Alain Krivine aconsejaba votar por Otelo de Carvalho, ¡un general del cuerpo de oficiales burgués!
De ser las doncellas del Kremlin en los años 50, e hinchas de los castristas en los 60, estos empedernidos renegados del trotskismo se habían vuelto un grupo de presión de izquierda a los frentes populares de los 70.
Etiquetas
Cuando se formó el Secretariado Unificado en 1963, las dos partes contratantes se pusieron de acuerdo en que “lo pasado, pasado”, y las diferencias sobre China. El “entrismo profundo” y otras cuestiones debatidas fueron declaradas fuera de discusión. Sin embargo, con las primeras indicaciones de una radicalización de masas todas las viejas diferencias surgieron de nuevo, alineándose el SWP y sus satélites contra Mandel y sus amigos (la vieja guardia de lugartenientes de Pablo). El resultado fue una lucha de fracciones en el seno del S.U. que duró de 1969 a 1977, con fuertes polémicas públicas entre la minoría reformista encabezada por el SWP y la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI) centrista. Cuando en 1977 la TMI abrió el paso a la disolución de las fracciones al abandonar su previo apoyo al guerrillerismo guevarista, lo hizo con el sobreentendido de que los documentos fraccionales serían relegados a la categoría de “material histórico”.
Así aunque existe una verdadera aproximación entre los apetitos políticos de la ex-TMI y del SWP durante este período de frentes populares, el S.U. sigue siendo un bloque podrido. No es sorprendente por tanto, que Mandel proponga periódicamente abandonar totalmente su falsa “Cuarta Internacional” en favor de grupos polimorfos de la “extrema izquierda” amplia. Estas criaturas perversas unirían a virulentos maoístas antisoviéticos con seudotrotskistas y sindicalistas espontaneístas, teniendo como única base política posible el deseo de presionar a la izquierda al frente popular más grande de los partidos obreros tradicionales. Así Mandel afirmaba en una entrevista con una revista de izquierda española a finales de 1976:
“En mi opinión el futuro del movimiento revolucionario está en un tipo de agrupaciones más amplias de las que se definen como trotskistas. Agrupaciones que se unifican, no obstante, con secciones de la IV Internacional.”
― Topo Viejo, noviembre de 1976
Pocos meses antes Mandel había emitido el mismo concepto en una conversación con el ala izquierda del PSU francés, encabezada por el mismísimo Michel Pablo. Cuando le preguntaron si la LCR no estaba más cerca de algunos grupos italianos maoístas-sindicalistas que del SWP norteamericano, Mandel respondió:
“… el verdadero debate no versa sobre etiquetas, el marco organizativo, los estatutos, las relaciones humanas o referencias a un barbudo llamado Leon Trotsky…
“¿Qué importan las etiquetas? Si en la arena política encontráramos fuerzas políticas que estuvieran de acuerdo con nuestra orientación estratégica y táctica, y a quienes les causaran repudio sólo el nombre y la referencia histórica, nos deshaceríamos de éstos en 24 horas.”
― Politique Hebdo, 10-16 de junio de 1976
Otro dirigente de la izquierda del PSU, Yvan Craipeau, antiguo trotskista él también, respondió que no bastaba cambiar de etiquetas: era preciso renunciar también al concepto leninista de partido.
¿Les sirven este tipo de maniobras a los malabaristas del S.U. para llegar a la “nueva vanguardia” de manera efectiva y ganar hegemonía sobre ella? Sólo tenemos que echar una breve mirada atrás para observar los resultados de tales intentos en el pasado. El arquetipo de tal grupo centrista en el pasado próximo es el MIR chileno, un grupo castrista organizado en 1965 con la participación activa de la sección del S.U. dirigida por Luis Vitale. Efectivamente se abandonaron todas las “etiquetas” (Cuarta Internacional, trotskismo, revolución permanente, Estados obreros deformados o degenerados). Pero sobre la base de un programa impreciso “a la izquierda del PC” el World Outlook (17 de septiembre de 1965) del S.U. declaraba que el MIR era “el partido marxista-leninista más importante que se haya formado jamás en Chile…”
Menos de dos años después, sin embargo, la dirección del MIR comenzó una depuración sistemática de todos los “trotskistas”, que pronto abarcó a Luis Vitale y a otros destacados dirigentes de la organización. Impertérritos, los mandelistas europeos (junto con el expulsado Vitale) siguieron alabando su creación centrista, y fue en parte para no “aislarse” del MIR que la TMI adoptó una posición de “apoyo crítico” a la UP. La comisión latinoamericana de la LCR francesa protestó contra la antes citada resolución sobre Chile del S.U. de diciembre de 1971 a causa de sus críticas blandas al MIR, pretendiendo que éste tenía “una posición absolutamente clara sobre la cuestión de la revolución permanente” y señalando “la influencia de posiciones trotskistas” (International Internal Discussion Bulletin [SWP], febrero de 1973). Los mandelistas criticaron a su propia organización fraternal en Chile como peor que el MIR, ya menudo han recaudado grandes sumas de dinero para los castristas mientras dejaban a sus camaradas pidiendo limosnas.
Pero el ejemplo clásico de grupo “amplio”, “abarcando trotskistas”, con el que sueña Mandel es el POUM español, nacido en 1935 de la fusión de la Izquierda Comunista (encabezada por Andrés Nin) y el Bloque Obrero y Campesino de Joaquín Maurín. También ellos abandonaron las etiquetas y adoptaron posiciones ambiguas sobre la naturaleza de la Rusia de Stalin, el frente popular y otras cuestiones cruciales. La respuesta de Trotsky fue romper todo lazo político con el renegado Nin y llamar a una lucha preventiva en el seno de la Cuarta Internacional contra adictos del POUM y de otros conglomerados centristas similares. Con sus múltiples vacilaciones, esta amalgama inestable se convirtió en el peor enemigo de la revolución proletaria en España, escribió Trotsky. Y sería ésta, precisamente, la suerte de los productos de los “reagrupamientos” oportunistas de Mandel si lograran obtener un apoyo de masas.
Objetivismo y capituladores
En los últimos dos años la mayor novedad en la izquierda europea ha sido la aparición de la corriente eurocomunista. Como se podía esperar de Mandel, siempre dispuesto a pegarse a lo que está en boga, el líder del S.U. vio este desarrollo como un proceso que podía llevar a la conversión de viejos estalinistas como Santiago Carrillo en leninistas. En la segunda parte de la entrevista del Topo Viejo arriba citada, Mandel se refiere a la contradicción entre “el aspecto positivo y el negativo” del ascenso del eurocomunismo:
“Los compañeros dirigentes del Partido Comunista, especialmente sus cuadros obreros, deberán asumirla [esta contradicción] y resolverla; y espero y confío que sean capaces de resolverla positivamente, en el sentido de que vuelvan a la senda del marxismo revolucionario.
“El eurocomunismo es una política de transición. Aunque nadie sabe hacia dónde o hacia qué. Quizá representa una transición hacia la reabsorción de los partidos comunistas por parte de la socialdemocracia, cosa en mi opinión poco probable, pero no totalmente excluible. Quizá sea una transición hacia un nuevo estalinismo. Y también, ¿por qué no? puede ser una transición, por parte de los cuadros obreros del Partido, hacia un reencuentro con el marxismo revolucionario, con el leninismo.”
― Topo Viejo, diciembre de 1976
Así volvemos de nuevo al pablismo cosecha 1950. Viendo a los “compañeros dirigentes” del PC como potencialmente recuperables para la revolución. Así, una vez más, partidos trotskistas independientes y una auténtica Cuarta Internacional forjados en la lucha contra el estalinismo, la socialdemocracia y todas las variedades del centrismo, se consideran superfluos (son meras “etiquetas” que se descartan en el curso de maniobras organizativas). Pero debiera ser evidente hasta para aquellos poco familiarizados con los diversos grupos que se reclaman del trotskismo que hay algo fundamentalmente pervertido en un “trotskista” que no quiere construir ni partidos trotskistas ni una internacional trotskista. El diagnóstico de esta enfermedad es liquidacionismo pablista, y Ernest Mandel es uno de sus principales portadores.
El revisionismo político de Mandel está estrechamente unido a su teoría económica, marcada por un objetivismo fundamental. A principios de los años 50 argumentaba que “la relación de fuerzas se ha inclinado decisivamente a favor del campo anticapitalista.” Así alineándose con los partidos pro-soviéticos los pablistas creyeron que estarían bien ubicados para apoderarse de la dirección de los movimientos revolucionarios de masas que inevitablemente se generarían en el seno de los PC. Al mismo tiempo argumentaba Mandel-Germain que la restauración del capitalismo en la URSS “ya no está en la esfera de la posibilidad” a corto plazo (“Ocaso y caída del estalinismo”, resolución presentada al “Quinto Congreso Mundial” pablista. Quatrieme Internationale, diciembre de 1957).
A mediados de la década del 60, el objetivismo mandeliano aseguraba que el capitalismo “no experimentará nuevas crisis como la de 1929” (Temps Modernes, Agosto-septiembre de 1964). Por lo tanto, bajo el lema del “neocapitalismo” el programa transicional se transformó en una marabunta de “reformas estructurales anticapitalistas”. Este objetivismo está en el meollo de su visión. Así la primera frase de su Introducción a la teoría económica marxista dice: “En última instancia, todo paso adelante en la historia de la civilización fue logrado por un aumento en la productividad del trabajo.” Comparen esto, por ejemplo, con el Manifiesto Comunista, que declara con la misma brevedad: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de luchas de clases.”
Uno de los mejores ejemplos del objetivismo político-económico de Mandel es su carta de enero de 1953 a Jean Paul Sartre, escrita bajo el efecto de la Revolución China:
“Para nosotros la naturaleza de un período no se determina en primer lugar por la dirección del movimiento de masas sino por su extensión…. Nunca en la historia del capitalismo ha habido un período durante el cual, en toda la tierra, el número de participantes, la violencia y la extensión del movimiento de masas haya sido tan considerable como hoy. Esta es la razón por la que consideramos el periodo actual como un período eminentemente revolucionario.
“… A escala mundial la relación de fuerzas está evolucionando de una manera cada vez más desfavorable para el capitalismo.”
― La longue marche de la révolution
En otra parte hemos señalado las semejanzas entre el objetivismo económico de Mandel y el de Bujarin, con las “ondas largas” de aquel como versión más general de los “períodos” del imperialismo de éste. Trotsky escribió en 1928, en su respuesta al proyecto escrito por Bujarin del programa de la Comintern estalinizada (basado en la afirmación de un “Tercer Período” de crisis final del capitalismo) una polémica que destruye totalmente el objetivismo servil de Ernest Mandel:
“En tanto que, cuando las premisas objetivas están maduras, la clave de todo el proceso histórico pasa a manos del factor subjetivo, es decir, del partido. El oportunismo, que vive consciente o inconscientemente bajo la sugestión de la época pasada, se inclina siempre a menospreciar el rol del factor subjetivo, es decir, la importancia del partido revolucionario y de su dirección. Esto se hace sentir en las discusiones que se produjeron acerca de las lecciones del octubre alemán, del comité anglorruso, y de la revolución china. En todas esas ocasiones, como en otras menos importantes, la tendencia oportunista siguió una línea política que contaba directamente con las ‘masas’ y, por consiguiente, olvidaba los problemas de la dirección revolucionaria. Esta manera de abordar la cuestión, en general, falsa desde el punto de vista teórico, es particularmente funesta durante la época imperialista.”
― La Internacional Comunista después de Lenin