La Revolución Cubana y la teoría marxista
[Originalmente publicado en Marxist Bulletin 8. Esta versión fue impresa en Cuadernos Marxistas No.2. Documento sometido al Pleno del Comité Central del Socialist Workers Party [SWP – Partido Socialista de los Trabajadores] de enero de 1961).
La Revolución Cubana, tal y como se ha desarrollado en los últimos 19 meses, plantea algunos problemas teóricos difíciles para los marxistas. Por supuesto estos son problemas que nos deben llenar de alegría, porque nacen del hecho de que la Revolución Cubana ha llegado más lejos, más de prisa y a más profundidad que cualquiera de nosotros había anticipado, de hecho se ha convertido en una profunda revolución social. Sin embargo las paradojas y los problemas continúan y hasta pueden plantear ciertos peligros para nosotros.
Lo que es sorprendente de Cuba es ésto: el hecho de que es un movimiento revolucionario naciente de la clase media urbana y había conseguido el apoyo del campesinado, que subió al poder cuando los Estados Unidos dejaron caer finalmente a su antiguo títere, Batista, y que procedió, una vez en el poder, a seguir un curso auténticamente revolucionario. Desarmó al antiguo ejército y a las fuerzas de la policía y armó a los obreros y campesinos pobres, expropió las mayores posesiones económicas del capital estadounidense, rompió con los lideres políticos representativos de la burguesía liberal cubana. ¡Y todo ésto sin la existencia (por no hablar de la intervención) de un partido socialista revolucionario y sin ninguna acción autónoma de la clase obrera!
Es evidente la contradicción de todo ésto con lo que debíamos esperar de la Teoría de la Revolución Permanente. Si estamos en lo cierto de que toda revolución en nuestro tiempo debe ir más allá de los limites “democrático-burgueses” para llegar a un éxito real, y si podemos hallar plena comprobación de esta faceta de la teoría en la Revolución Cubana, también hemos creído que este proceso ¡solamente puede tener lugar bajo el liderato de la clase obrera y bajó la dirección del partido marxista!
Algunos camaradas han intentado hacer desaparecer esta dificultad aplicando a la Revolución Cubana un concepto prefabricado. Cuba, nos dicen, se ha convertido en un “estado obrero” o, si se quiere, es regido por “un gobierno obrero y campesino”. Desgraciadamente el sustituir un sistema de categorías prefabricadas por el análisis marxista en vez de resolver cualquier problema teórico, simplemente los generaliza, les da una urgencia y una importancia que abarca mucho más allá de su estado presente. ¿Debe llamarse a Cuba “un estado obrero”? ¿No es pues necesario resolver el problema general de cuales son las condiciones bajo las que podemos esperar el éxito derevoluciones proletarias bajo la dirección de la clase media y sin siquiera la participación de la clase obrera o de un partido de la clase obrera? ¿Es el régimen de Castro “un gobierno obrero y campesino”? ¿Y cual es entonces la naturaleza del estado cubano? En todo caso, la composición social del aparato del estado, de las fuerzas armadas y de la milicia, es más proletaria que la del gobierno – y así volvemos a nuestro previo problema. ¡Aunque pudiéramos evitar este problema inevitable, todavía estaríamos enfrentados con un bicho raro – un gobierno obrero y campesino en el cual no hay obreros ni campesinos, ni representantes de partidos independientes de obreros y campesinos! Desde luego ni el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista (IC), ni el Programa de Transición previeron dicho fenómeno.
No contribuiremos en nada a la teoría marxista o a comprender la Revolución Cubana si partirnos de la base de que antes de que podamos apoyar una revolución debemos bautizarla como “proletaria” o si buscamos atajos no proletarios hacia la revolución socialista. Por encima de todo debemos rechazar la tendencia a pensar con conceptos abstractos, a buscar antes que nada un nicho ideológico en el cual embutir una realidad indomable. Toda teoría científica está perpetuamente en juicio ante los hechos y todo error en predecir y explicar correctamente los hechos sugiere la posibilidad de algo inadecuado en la teoría. Específicamente, si en ciertos determinados países en la presente coyuntura concreta, nuestras perspectivas teóricas sobre la necesidad de una dirección proletaria para conseguir los fines de la revolución democrático-burguesa son rebatidas por la realidad, debemos reconocer que, aunque ésto no requiere una revisión general de la teoría, desde luego requiere examinar de nuevo y modernizar estos aspectos concretos de la teoría.
En este breve articulo no intentaremos llevar a cabo un tal reexamen, ni tenemos la intención de presentar aquí un análisis teórico desarrollado de la Revolución Cubana; lo que en realidad intentaremos es exponer un esquema teórico con el cual ese tipo de análisis podrá ser finalmente desarrollado.
Nuestro punto de partida debe ser la tarea histórica inmediata que tiene ante sí la Revolución Cubana: vencer el atraso y pobreza de las masas impuestos por siglos de colonialismo y más particularmente por los pasados cincuenta años de monocultura azucarera inspirados por, y que benefician sólo a los capitalistas estadounidenses. El hacer ésto requería una condición previa absoluta – una reforma agraria radical. Pero como las grandes plantaciones de azúcar y los ingenios estaban principalmente en manos de los capitalistas estadounidenses, no se podía emprender ninguna acción sin chocar inmediatamente con el imperialismo norteamericano y no se podía levar a cabo ninguna reforma profunda sin acabar con la dominación económica de los Estados Unidos en la isla.
Ahora bien, estos fines – modernización, reforma agraria, independencia nacional – desde luego no son reformassocialistas. Simplemente sientan las bases sobre las cuales será construida la Cuba del futuro. ¿Pero esa Cuba será capitalista o socialista? El plantear esta cuestión indica un aspecto esencial del problema cubano – el que la respuesta no será encontrada en Cuba. Una Cuba socialista independiente, aislada, sola frente al enorme poder de los Estados Unidos es un absurdo evidente. Pero no menos absurda es la idea de un desarrollo independiente del capitalismo cubano. Es por lo tanto falso argumentar que Cuba debe ser o bien un “estado capitalista” o “un estado obrero”; o bien “un gobierno capitalista” o “un gobierno obrero y campesino”. Estamos aquí ante un proceso extremadamente dinámico y contradictorio cuyo destino está unido con él de la revolución latinoamericana en su totalidad.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos, brutalmente ciego durante tanto tiempo en su política hacia Latinoamérica, se ha dado cuenta de repente de este hecho. El cambio brusco en 1959 de una línea pro-Castro a una línea violentamente anti-Castro no se debió precisamente a consideraciones limitadas a Cuba: lo esencial era que al expropiar bienes norte-americanos y, sobre todo, al reorientar su comercio de los Estados Unidos hacia el bloque soviético, Cuba había adquirido un papel decisivo a la cabeza de la revolución latinoamericana y estaba conduciéndola en una dirección extremadamente peligrosa.
Los fines de la política estadounidense han quedado finalmemte perfectamente claros: apuntalar, a cualquier coste, los regímenes burgueses más o menos “democráticos” mientras gradualmente liquida las dictaduras estilo antiguo; y al mismo tiempo intensificar hasta el punto máximo las presiones económicas sobre Cuba. Después de un cierto tiempo el régimen de Castro, por pura necesidad económica, sería forzado a venir a términos con el Departamento de Estado. La alternativa de una completa dependencia económica del bloque soviético no da de “hecho” una alternativa; como dice el New York Times en un reciente editorial, “Castro está en peligro de volverse un peón de Rusia y debería recordar que el destino de los peones es normalmente el de ser sacrificados”. ¿Quién puede dudar que Cuba estará sobre la mesa de negociaciones en una futura Conferencia Cumbre?
Esto no es una estrategia inverosímil; lejos de ello. Solamente una cosa la podría trastornar – una extensión dramática de la agitación revolucionaria que quebrantase la solidaridad de la burguesía latinoamericana con el imperialismo de los Estados Unidos y abriese una perspectiva para Cuba. Aunque revoluciones de tipo castrista siguen siendo una posibilidad en los países más retrasados, como Guatemala y Paraguay, países decisivos de Latinoamerica son aquellos que ya han experimentado el crecimiento inicial del capitalismo y en los que ya existe un contingente de la clase obrera industrial considerable: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela, y México. En estos países una revolución “popular” (que pretende superar las contradicciones de clase) es imposible – el peso de la dirección está ya sobre los hombros del proletariado. Así vemos las dos posibilidades abiertas a la revolución cubana – volver a un estado subordinado del hemisferio occidental dominado por el capitalismo di los EE.UU., o ser asimilada y llevada hacia adelante por una revolución socialista latinoamericana.
En este contexto ¿podemos decir algo concreto sobre la naturaleza del gobierno y estado cubanos? Desde luego, es demasiado pronto para contestar en términos de categorías determinadas, porque la naturaleza misma de la revolución no ha sido decidida aún por la historia. Dado el enorme prestigio de Fidel Castro y la influencia de los estalinistas cubanos dentro del gobierno, un trato entre Castro y Kennedy / Nixon con la bendición tácita de Krushchev, no requeriría que hubiera una contrarrevolución política en Cuba. Igualmente, si estallaran revoluciones proletarias triunfantes en los principales países de Latinoamérica no se necesitaría contrarrevolución para llevar a Cuba a una federación socialista cíe las Américas.
Debemos pues insistir en el carácter transicional y abierto de la Revolución Cubana. El estado cubano es un estado en desarrollo, escasamente de más de un año de duración: su carácter de clase será determinado por el desarrollo de la revolución. El gobierno cubano es un régimen democrático de la clase media basado sobre, y presionado constantemente por, los obreros y campesinos. ¿Es esta descripción, evidente en si misma, menos útil que el rótulo abstracto, arbitrario y falso de “gobierno obrero y campesino”?
Es precisamente porque el gobierno de Castro no es claramente un gobierno obrero por lo que es importante no calificarlo apresuradamente como un “estado obrero”. Si un partido obrero estuviera en el poder importaría poco la rapidez con que se procediera a la nacionalización de la industria. En la presente fluida situación la dirección pequeño-burguesa, de la revolución presenta el mayor peligro interno para el avance de la revolución. Esto hace perentorio que nosotros preconicemos hoy la creación de un genuino partido obrero revolucionario en Cuba.
Si decimos que la decisión final sobre la Revolución Cubana se hará a escala latinoamericana, ésto no quiere decir que aconsejemos pasividad a los marxistas cubanos. La Revolución Cubana tiene todavía mucho campo para progresar hacia el establecimiento de una auténtica democracia, con sus propias formas institucionales de poder obrero y campesino y con un sistema eficiente de control de producción por los obreros a todos los niveles.
Es evidente que existen en el presente fuertes tendencias hacia el autoritarismo, paternalismo, burocratización y por lo tanto burguesificación final; la posición de los estalinistas en el gobierno y los sindicatos, la sugestión de la necesidad de restringir el derecho a huelga, son signos amenazantes.
Como marxistas norteamericanos, nuestra obligación, como los defensores más abiertos y militantes de la Revolución Cubana contra nuestra propia clase dirigente, es en todo momento el discutirla clara y críticamente, sin fetichismos.
17 de agosto de 1960
Shane Mage
Tim Wohlforth
James Robertson